Nagore BELASTEGI

Por qué en invierno estamos tristes y el calor excesivo nos puede matar

Cuando hace viento sur la gente se vuelve loca, si va a llover les duelen los huesos, con la luna llena ocurren más delitos y en las zonas con poca luz hay más suicidios. Son cosas que se dicen, pero no todas son mitos. El clima influye en nuestro cuerpo y mente más de lo que pensaríamos.

«¿A quién no le ha dado un aire?», preguntó Jesús de la Gándara Martín, el Jefe del Servicio de Siquiatría del Hospital de Burgos en su visita a Donostia durante los cursos de verano de la UPV-EHU. Él se encargó de contar de qué manera nos puede afectar el cambio del tiempo y por qué.

Según dijo, es muy común que el tiempo afecte a nuestra salud mental, aunque no a todos nos afecte por igual. Los más propensos son las personas meteorosensibles, y si además son propensos a la depresión, la influencia puede ser fatal.

En su departamento realizan pruebas periódicas a los pacientes depresivos y se dieron cuenta de que en invierno había más positivos y en verano más negativos. Buscaron la razón y pensaron en pedir ayuda a los meteorólogos. Así, comparando el tiempo con los datos de los pacientes realizaron un patrón y se dieron cuenta de que el factor determinante era la luz. Como ejemplo, contó lo que le pasa a él mismo. «En Burgos no hay mucha luz. Me gusta mucho el campo pero siempre llovía o hacía viento. Me notaba triste. Hasta que descubrí que si me alejaba 20 kilómetros hacía mejor tiempo. Conclusión: si tienes depresión no vivas en Burgos, mejor vete al sur», comentó en tono divertido.

Además de los cambios a medio plazo, otros ocurren cada día. «El gallo canta porque cuando ve el rayo de luz manda una señal a una glándula y deja de producir melatonina», explicó. La melatonina es una hormona asociada a la falta de luz que nos ayuda a relajarnos y dormir. En cambio, cuando hay luz segregamos serotonina, que nos ayuda a mantenernos despiertos. Este sistema puede dejar de funcionar por los cambios de luz –en los países del norte– o por la edad.

«Por eso los ositos hibernan seis meses, pero a ver cómo le digo yo a mi jefe que como vivo en la meseta tengo que trabajar menos...», continuó.

En ese proceso participan otras hormonas como la orexina, que hace que estemos activos, o la galanina, que nos seda para que no gastemos energía y vivamos más.

El viento ionizado

Así, se asocia un mayor número de suicidios –como la cúspide de una serie de afecciones mentales graves– en lugares y épocas con poca luz, pero también en relación con el viento. El más estudiado es el viento Foehn, que ocurre cuando atraviesa una cordillera y, tras descargar las nubes, el aire baja muy caliente.

El viento sufre cambios electromagnéticos –ionización– que favorecen en las personas la liberación de adrenalina, de manera que están más cansadas. «El 25-30% de las personas somos sensibles al viento Foehn. Estamos raros aunque no sepamos por qué. Para el 3% es tan grave que enferma», aseguró el experto. «Cuando hay viento a mí me apetecen almendras. Es porque tienen Omega3», comentó para explicar cómo nuestro propio cuerpo sabe qué hay que hacer para sentirse mejor. El Omega3 es bueno para combatir la depresión.

En cuanto a la Luna, indicó que hay ciertos estudios que dicen que cuando el satélite está más cerca de la Tierra hay más iones positivos en el aire, lo cual afectaría de la misma forma que el viento, pero no está comprobado.

Aumento de la temperatura

Al día siguiente le tocó el turno al meteorólogo y catedrático de Geografía Física Javier Martín Vide, que explicó los cambios que se están produciendo en el mundo y llegó a la conclusión de que nos acercamos a un cambio climático, al tiempo que detalló de qué manera estos pueden afectar a la salud humana en el plano físico.

«El cambio climático no es una novedad, ya ha habido más. A finales del siglo XVII hubo una pequeña Edad de Hielo, un pico de mínimo solar, en el que el Támesis se congelaba a su paso por Londres cada año. La capa de hielo era tan gruesa que hasta celebraban una feria sobre él», contó tratando de no ser alarmista con el tema del cambio climático.

En la actualidad se sabe que la composición química de la atmósfera ha cambiado. Tiene mucho que ver las emisiones de CO2 que han aumentado continuamente desde mediados del siglo pasado por la combustión del carbón y la gasolina. Por eso, la temperatura media global anual ha aumentado en 0,85 grados centígrados. «No parece mucho pero se nota en el hielo ártico y el nivel del mar, que aumenta 3 milímetros al año. El retroceso glacial es notable», aseguró.

Las proyecciones prevén que la temperatura siga subiendo entre 1 y 3,7ºC, dependiendo si apostamos por un sistema de energía más sostenible o no.

Este aumento de la temperatura puede tener efectos en la salud. En ocasiones habrá olas de calor con temperaturas más altas que las actuales que causan una presión arterial y frecuencia cardiaca más altas, menos plaquetas y mayor viscosidad de la sangre, lo que se traduce en enfermedades cardiovasculares, respiratorias, mentales, del sistema nervioso y del sistema urinario.

«Siempre se habla de las temperaturas máximas, pero no de las mínimas nocturnas. No se descansa bien y eso puede ser fatal para personas enfermas y ancianas», alertó.

En cuanto a la contaminación atmosférica, que es mayor cuando el tiempo es soleado y estable, dijo que puede afectar sobre todo a los pulmones, garganta y sangre.

Por último, mencionó las enfermedades transmitidas por vectores –mosquitos, garrapatas...– que pueden ser virus, bacterias o parásitos. «La transmisión depende de la capacidad de estos insectos de sobrevivir y reproducirse. Si la temperatura invernal sigue elevándose, mosquitos que ahora mueren podrán sobrevivir», advirtió.

Actualmente, en el Estado español los casos de dengue, malaria, chikungunya y zika son de viajeros o personas migrantes, pero se prevé que en el futuro haya casos autóctonos porque los mosquitos transmisores ya son capaces de sobrevivir. «En 2010 hubo un caso autóctono de malaria. Un mosquito picó a un viajero o inmigrante enfermo y lo trasmitió». Sin embargo, cree que el servicio de salud debe ser capaz de hacer frente a los posibles casos.

Sus consejos son mitigar las emisiones de CO2, la arbolización de las ciudades y ayudar en lo posible en lo referente a las enfermedades vectorales, aunque sea por interés propio, porque aunque ahora no estén aquí podrían llegar. También es positivo adaptarse a la nueva situación: «Hay viticultores que ya están comprando terrenos más elevados porque saben que un día los terrenos actuales no van a valer». Siendo positivos, en Euskal Herria podríamos tener el clima de Valencia ahora.