«Naparra», la agonía de una desaparición sin pista alguna
La pasada semana se cumplieron diez años desde que el aita, Patxiku, falleció. Para entonces llevaba ya 26 años de lucha por que no se olvidara a su hijo. Hace dos, el mensaje en vídeo de su madre, Celes, a la ONU reflejaba la desesperación de tanto tiempo sin pista alguna. Para su hermano Eneko, la búsqueda ocupa ya más de dos tercios de su vida. Pero nunca perdieron la esperanza.
Lo indicaba Eneko Etxeberria, hermano de Naparra, a GARA en el domicilio familiar de Iruñea. Era octubre de 2014, cuando la ONU acababa de admitir el caso como «desaparición forzosa», lo que suponía un cierto bálsamo para los Etxeberria Álvarez y volver a dar eco informativo al caso: «Aquellos que decidieron y ejecutaron la desaparición de José Miguel han tenido más de 30 años para decir qué hicieron con él y no lo han hecho. Pero nunca hemos perdido la esperanza, desde el día de la desaparición hasta hoy. Es una lucha contra el tiempo. Debe haber voluntad por parte de alguien, porque tiene que haber gente que lo sepa, tiene que haber documentos clasificados o no»...
La impotencia más absoluta ha acompañado estos 36 años. La cifra se dice pronto, pero Eneko tenía 17 entonces y hoy suma 53. Y la agonía es mayor aún cuando desde el principio hubo muy pocos hilos de los que tirar, y nula voluntad oficial de investigación. El Simca en el que circulaba José Miguel la última vez que fue visto apareció casi una semana después en Ziburu, pero no ofreció ninguna pista. Tampoco las erráticas y contradictorias reivindicaciones posteriores del Batallón Vasco-Español, que primero dijo tenerlo secuestrado (once días después de la desaparición); más tarde (casi al mes) aseguró que lo había matado y enterrado en Donibane Lohizune; y posteriormente ubicó el cadáver en Tarnos, en Las Landas, e implicó a la Gendarmería en su traslado.
La familia y voluntarios rastrearon las zonas durante semanas, sin resultado alguno. Incluso hicieron un dramático llamamiento al BVE, dos meses después de la desaparición, para pedirle un croquis que permitiera recuperar el cuerpo. En una de las comunicaciones, quienes se identificaban como autores del hecho afirmaron haber remitido un plano a la Subprefectura de Baiona, pero en la sede policial lo negaron rotundamente. «Si vuestro deseo es el de hacernos sufrir hasta lo indecible, ya lo habéis conseguido», añadía la familia en este mensaje.
En tiempos en que no existían pruebas de ADN y la identificación debía basarse en características físicas como las piezas de dentadura, a la familia no le quedó otra que estar atenta a cada aparición de un cadáver sin identificar, por si pudiera ser José Miguel. Así, en agosto de 1980 ‘‘Egin’’ daba cuenta de que la madre y la hermana de Naparra habían acudido al depósito a ver si un cuerpo que había sido hallado en las aguas del Oria en Andoain era el suyo. Se descartó inmediatamente, entre otras cosas porque ese cadáver ya muy deteriorado no tenía una pala dental reconstruida, como ocurría con José Miguel por un accidente infantil. Sea como fuere, la foto del diario ilustraba perfectamente el dramatismo del trance.
Las pistas se agotaron en pocos meses y todo quedó envuelto en la penumbra más absoluta, por no decir olvidado. Tras otro angustioso periodo de más de once años de búsqueda, en 1995 aparecieron en Alicante los restos de Joxean Lasa y Joxi Zabala, hechos desaparecer tres años después que Naparra, y con ello volvió a hablarse algo del joven navarro y de los otros dos militantes vascos que siguen desaparecidos: Eduardo Moreno Bergaretxe, Pertur, y Popo Larre. Pero luego volvió a hacerse el silencio.
Dos estados y dos autonomías
La apertura de una investigación en el Estado español al fin, forzada por la familia con una querella en 1999 para impedir al menos la prescripción, se prolongó durante más de cuatro años, pero tampoco avanzó nada. El caso fue cerrado por el juez de la Audiencia Nacional Ismael Moreno en 2004 con una afirmación que soliviantó a la familia: «No ha quedado acreditado, ni siquiera indiciariamente, que la desaparición de José Miguel Etxeberria Álvarez, alias Naparra y Bakunin, haya sido tributaria ni de un hecho constitutivo de delito y menos, si cabe, de un delito de naturaleza terrorista. No se ha probado lugar, fechas, modo, ni cualquier otra circunstancia de la supuesta desaparición». La defensa reclamó más diligencias, pero el archivo del caso fue ratificado medio año después por otra conocida juez del tribunal especial español, Ángela Murillo.
En el Estado francés, el caso se había cerrado ya en 1982, afirmando que se reabriría si en el futuro aparecían nuevos datos. La división territorial lo complicó todo aún más de lo complejo que ya era: aunque realmente se trate de un vasco desaparecido en Euskal Herria, a efectos administrativos José Miguel Etxeberria Álvarez ha sido tratado como un ciudadano español desaparecido en Francia. Para París es un extranjero y para Madrid, un caso fuera de sus fronteras. Y para los dos es, además, un militante vasco.
En paralelo, Etxeberria era navarro, pero los sucesivos gobiernos de UPN y PSN nunca atendieron el caso. La familia no compareció en el Parlamento hasta febrero de 2015, cuando las mayorías políticas empezaban a cambiar en el herrialde; para entonces ya se iban a cumplir 35 años de olvido institucional. De hecho, la primera vez que la familia Etxeberria Álvarez recibió una llamada oficial fue desde Lakua, en 2008. La Dirección de Atención a las Víctimas del Terrorismo del Gobierno de Juan José Ibarretxe incluyó el caso en un informe sobre «grupos incontrolados, la extrema derecha y el GAL».
Sobra decir que Madrid, como en otros tantos casos similares, denegó la solicitud de «víctima del terrorismo», a efectos tanto de reconocimiento oficial como de la indemnización correspondiente. Esto fue lo que respondió el Ministerio del Interior al recurso de su madre: «Reitera una petición por unos hechos que no se ha podido probar que fueran consecuencia de la actividad terrorista, y por el mismo asunto ya se resolvió con anterioriedad en vía administrativa y judicial». Así que para la familia fue reconfortante que un año después el Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas de la ONU sí lo catalogara como tal, estableciera que el caso no debe prescribir y recibiera en Ginebra a Eneko Etxeberria.
Apenas 22 años
José Miguel Etxeberria tenía apenas 22 años cuando se le vio por última vez, pero la madurez habitual de la época. «Militante ante todo», destaca su hermano Eneko. «Y cariñoso como el que más», añade Celes. Había nacido el 14 de abril de 1958 en Iruñea (tendría 58 años ahora), si bien también tenía mucha relación con Lizartza, donde está el caserío paterno y donde cada año se le recuerda.
Militaba en los Comandos Autónomos Anticapitalistas y se exilió en diciembre de 1978, tras una redada de la Guardia Civil en Sakana. Desde entonces residió en Lapurdi, en una época en que la guerra sucia ya empezaba a atacar puntualmente a los refugiados vascos. Hasta el 11 de junio de 1980. Han pasado 36 años. «Y sin tener siquiera el cuerpo... parece como si ni siquiera hubiera existido», suspiraba Celes hace ahora dos años.
Kronologia
1980
Jose Miguel Etxeberria «Naparra» ekainaren 11n ikusi zuten azkenekoz. Simca autoaren arrastorik ere ez zen, hasieran: handik zortzi egunera aurkitu zuten, Ziburun. Urte horretan zehar, BVE talde armatu ultraeskuindarrak hainbat aldiz hartu zuen bere gain desagerpena, hasieran bahiketa zela esanez, eta gero hilik eta lurperaturik zegoela erantsiz. Donibane Lohizune ondoko Xantako izeneko eremuan kokatu zuten hasieran, baina hura goitik behera miatu arren, ez zuten bertan aurkitu.
1982
Irekitako sumarioa itxi egin zuten frantziar epaitegiek, inolako frogarik ez zegoela argudiatuz. «Naparra»-ren familiaren esanetan, ez zen gehiegi ikertu. BVE-ek zenbait erreibindikaziotan, bigarren fase batean Jendarmeriak gorpua ezkutatzen lagundu zuela eman zuen aditzera eta Landetako zenbait herri aipatzen ziren, horien artean Mont-de-Marsan.
1999
Ia bi hamarkada inolako berririk gabe eman ostean, senideek kereila aurkeztu zuten Madrilen, Auzitegi Nazionalean, auzia ikertzeko eskatuz eta hainbat ekinbide proposatuz. Estatu espainolean ez zen ordura arte inolako ikerketarik abiatu «Naparra»-ren gainean. Ekimen honekin, gainera, auzia preskribatutzat jotzea ekidin nahi izan zuen familiak.
2004
Ismael Moreno epaileak sumarioa itxi zuen, desagertzea bera ez zegoela frogatuta adieraziz; gertatu izan balitz ere, ez zegoela arduradun jakinik esanez; eta ikerketan aurrera egiteko biderik ere ez zegoela erantsiz. Gilbert Perret mertzenarioa deklaratzera deitzeko eskatua zuen Iñigo Iruin abokatuak, baina Morenok uko egin zion. Handik sei hilabetera, Angela Murillo epaileak (hau ere Auzitegi Nazionalekoa) erabakia berretsi zuen.
2013
Etxeberria «terrorismoak eragindako biktimatzat» hartua izateko eskaera egin zuen familiak eta Estatuak ezezkoa eman zion. Gertatutakoa «ez dagoela frogatuta» erantzun zuen Barne Ministerioak.
2014
Nazio Batuen Erakundeko Indarrez edo Nahitaez Desagertutakoen Batzordeak ontzat hartu zuen auzia, «Naparra» bere borondatearen kontra desagertu zela esan eta «gizateriaren aurkako delitutzat» jo zuen.