Alberto PRADILLA

Un superviviente que se impone a sus rivales por agotamiento

Mariano Rajoy es un tipo infatigable, que ha convertido la espera, la parsimonia y la capacidad de agotar al rival en un arma letal. Nadie mejor que él encarna el proverbio árabe que dice que basta con sentarse en el porche de casa –en este caso de La Moncloa– y esperar para ver pasar el cadáver de tu enemigos. Su filosofía, no tomar decisiones, o aparentar no hacerlo, es en sí su gran decisión. Sus éxitos, la prueba de que la técnica funciona. Constatar cómo ha sido subestimado por sus contrincantes, tanto en Génova como en el Congreso, demuestra que creerse más listo que los demás no es la mejor manera de actuar. En tiempos de política-espectáculo se impone un gris registrador de la propiedad que sabe que tiene tan controlada la situación que es capaz hasta de autoparodiarse.

Rajoy es un superviviente nato. Ayer volvió a ser investido presidente con la abstención del PSOE, lo que implica quebrar la lógica del turnismo y abrir un incierto ciclo político. Es decir, tras cuatro años de recortes, escándalos de corrupción y con la legitimidad del sistema político en sus horas más bajas, el líder del PP ha logrado que sea Ferraz y no él quien pague la cuenta.

Para valorar en su justa medida al reelegido presidente es necesario recordar de dónde viene. No toda su carrera ha sido un paseo triunfal. Si la paciencia es una de sus grandes virtudes es porque ha tenido que trabajársela a fondo. Nombrado sucesor por José María Aznar, previamente había pasado por ministerios clave, como el de Interior. El entonces presidente español tuvo que elegir entre el gallego y Rodrigo Rato. Buena opción, teniendo en cuenta cómo ha terminado el exjefe del FMI. Aunque quizás Aznar no piense eso, teniendo en cuenta su enfrentamiento con su sucesor. En realidad, Rajoy fue nombrado para ser presidente, ya que nadie pensaba que en 2004 el PP perdiese las elecciones. La matanza del 11M y las mentiras del Ejecutivo le llevaron a la oposición. No lograría hacerse con la jefatura del Gobierno hasta 2011. Casi nada.

Aquella década fue crucial para Rajoy. De rrotado en las elecciones españolas de 2004 y 2008, a punto estuvo de perder la vara de mando del PP en aquel Congreso de Valencia donde los corrió la sangre entre familias del mismo partido. Casualidades de la vida, fue Rita Barberá, ahora defenestrada en el Grupo Mixto del Senado por sus vínculos con la corrupción, la que salvó al líder de las embestidas de Esperanza Aguirre. Aquel fue el último momento en el que su poder fue puesto en duda. Desde entonces ha cortado la cabeza de todos aquellos que han intentado hacerle sombra, construyendo un partido en el que nada se mue ve sin su control.

No le gustan las sorpresas y nadie puede esperar que las protagonice. Esa ha sido su mar ca durante cuatro años de gobierno con mayoría absoluta. Lo verdaderamente sorprendente es su capacidad de resistencia. Parece que nada le afecte, aunque ha perdido un importante caudal de votos. Algunos de sus hits de la última legislatura: «Luis, se fuerte», por mensaje a su extesorero acusado de corrupción, comparecencias por plasma, los mayores recortes de las últimas décadas. Y, sin embargo, sigue ganando elecciones. Como diría Juan Negrín, presidente de la República en el exilio, «resistir es vencer». Rajoy en eso es un hacha.