Beñat ZALDUA

¿Qué hará alguien que se define a sí mismo como «impredecible»?

Trump ha prometido auténticas barbaridades durante la campaña. No las cumplirá todas, ya que dependerá de un Partido Republicano que, éste sí, tiene vía libre para aplicar íntegro su programa.

El mismo Trump, desde ayer presidente electo de EEUU, anticipó la dificultad de responder a la pregunta del millón: ¿Qué hará ahora? «Nadie se va a atrever con nosotros porque soy impredecible», aseguró durante la larga carrera que le ha llevado a la Casa Blanca. Lo cierto es que si cumpliese a rajatabla las innumerables promesas que su irrefrenable locuacidad fue soltando día tras día, el mundo tendría razones sobradas para echarse a temblar o, por el contrario, empezar a construir una coalición para derrocarlo. Otra cosa es que sus propios correligionarios republicanos, con mayoría en el Congreso y el Senado, le dejen a hacerlo. En sus manos estará.

La incontinencia verbal del sujeto le ha llevado a realizar todo tipo de promesas electorales, incluidas las de no tomarse vacaciones mientras ocupe la presidencia, no asistir nunca a una carrera ciclista, encarcelar a su adversaria Hillary Clinton y garantizar que todos los estadounidenses puedan jugar al golf. Pero, además de los exabruptos propios de un bufón, Trump también ha formulado promesas que se entiende que intentará llevar a cabo.

Muchas de ellas tienen que ver con la migración. Entre otras maravillas, Trump no solo prometió construir un muro en la frontera con México (o más bien acabarlo, dado que el muro ya existe), sino que aseguró que los costes de levantarlo correrían a cargo de los propios mexicanos. En paralelo prometió deportar a once millones de migrantes sin papeles y triplicar el número de agentes adscritos a la agencia de Inmigración y Control de Aduanas.

La política antimigración liga con otro puntal del discurso de Trump: la islamofobia. En este sentido, llegó a anunciar que prohibiría la entrada en EEUU a todos los musulmanes y que vigilaría de cerca todas las mezquitas en territorio estadounidense. Será imposible que cumpla con todos estos anuncios, pero tienen la virtud de dejar claro cuál es el marco mental del próximo presidente estadounidense; al que, por cierto, y para no olvidarlo, votaron cerca de 60 millones de personas.

La economía y el comercio también sufrirían un importante vuelco si Trump pudiese actuar con las manos libres. Sobre los tratados internacionales, aseguró que rechazaría el acuerdo de libre comercio Transpacífico (TPP) y que renegociaría el norteamericano (NAFTA), calificó de «locura» el tratado transatlántico (TTIP) y aseguró que incrementaría los aranceles a los productos chinos en un 45%. Teniendo en cuenta que el partido republicano es uno de los principales valedores de estos tratados, es ciertamente difícil prever cómo acabará este pulso que partido y presidente mantendrán más pronto que tarde.

De lo que cabe menos duda es de lo que hará en la economía doméstica, ya que aquí las promesas de Trump no chocan con las de su partido. Las recetas son las habituales en la derecha; al margen de la promesa de crear «millones de nuevos trabajos», el nuevo presidente se comprometió a bajar infinidad de impuestos, entre ellos el de sociedades (de un 35% a un 15%), y a introducir nuevas exenciones fiscales.

Deshacer el magro legado de Obama será otra de las obsesiones de Trump, según dejó dicho en campaña. Y es de prever que tampoco aquí encuentre una férrea oposición por parte de su partido. Tampoco por buena parte del demócrata, si es que las cosas no cambian mucho. El futuro inquilino de la Casa Blanca se ha cansado de repetir que eliminará la Ley de asistencia médica asequible, conocida como Obamacare, lo más parecido que EEUU haya tenido nunca a una sanidad pública universal (y queda muy lejos).

En materia de salud, Trump también abrazó las posiciones más retrógradas al defender recortar el derecho de las mujeres al aborto. Y en educación anunció su intención de echar «a la chatarra» el programa básico conjunto, que establece un currículo mínimo común para todos los alumnos. No le faltarán apoyos para hacerlo.

La política internacional defendida por Trump también choca de lleno con la de su predecesor, prematuro premio Nobel de la Paz. De hecho, es uno de los puntos que más incógnitas despierta, dado que Trump ha defendido posiciones normalmente polémicas y minoritarias en EEUU, como es la mejora de las relaciones con Rusia o el diálogo con Corea del Norte para parar su programa nuclear. Algo que Obama hizo con Irán y que, sin embargo, Trump ahora rechaza. Cada quien tiene su eje del mal.

El presidente electo, que también ha defendido cancelar el acuerdo de París sobre el cambio climático, ha planteado una coalición internacional para «atacar y destruir» al ISIS, aunque también aboga por revisar alianzas en las que considera que EEUU invierte demasiado en comparación con lo que recibe. Entre esas alianzas ha ido mencionado, a lo largo de los últimos meses, países tan dispares como Japón y Arabia Saudí. Pero ojo, también la OTAN. Los pasos que Trump ha defendido en política internacional chocan con muchos de los dogmas tradicionalmente aceptados por Washington, por lo que está por ver hasta dónde podrá llegar. Es fácil anticipar que no será tan lejos como ha prometido.

Donde no hay tanta duda, de nuevo, es en la política interior estadounidense, donde Trump se suma a la agenda securócrata de los republicanos: ha apostado por desregular todavía más los requisitos para conseguir cualquier arma, ha hablado a favor de la tortura y ha defendido a candidatos más conservadores para la Corte Suprema.

Legitimación y contrapeso republicano. A modo de resumen, es evidente que Trump no podrá llevar a cabo todo su caótico, histriónico y demencial programa. Y sin embargo, es el que se impuso el martes en EEUU, conviene no olvidarlo. De lo que no cabe duda es que los republicanos tienen ahora vía libre para aplicar su agenda socialmente retrógrada y económicamente liberal. No es poco y tampoco parece muy bueno. Y con todo, quizá lo más alarmante es que es el propio Partido Republicano, con sus mayorías en el Congreso y el Senado, el único contrapeso efectivo a Trump.