Butarque evidenció de manera nítida que los problemas deportivos de Osasuna son más profundos que el socorrido discurso del cambio de categoría o el bajo coste de la plantilla. Y estructurales, porque afectan de manera determinante a la evolución del juego en sus aspectos más básicos. Incapacidad defensiva, falta de actitud y competitividad, deficiente condición física, exiguo manejo táctico... son algunos de los males que están lastrando el rendimiento del equipo y que merecen ser analizados con mayor profundidad.
Lagunas de concentración en fases decisivas de los partidos. Todos somos conscientes de que a este Osasuna no se le pueden pedir grandes alardes futbolísticos, pero lo que sí se le debe exigir es que se deje la piel en el campo y pelee hasta el último balón. Esa disposición, que se debería dar por presupuesta debido a las características de la plantilla y la idiosincrasia del club, no siempre se ha visto sobre el campo. Las lagunas de concentración en determinadas fases de los partidos han estado bien presentes. Los inicios de encuentros tan trascendentales como el de Ipurua y el del lunes pasado son ejemplos más que significativos.
Rivales que se manejan a una velocidad superior. Poco se ha hablado de la condición física del plantel y, cuando se ha hecho, ha sido para reafirmarse en la idea de que los jugadores se encuentran en un óptimo estado. Pero la realidad de los partidos demuestra más bien lo contrario si nos atenemos a la diferente velocidad a la que juegan los rivales, bastante más elevada que la de los rojillos. Los lances en los que hubo una pelota en disputa, las jugadas en las que los de Caparrós se vieron presionados por varios adversarios o el momento de medirse en carrera, fruto de una penetración por banda o diagonal, fueron sobradamente ejemplarizantes.
Portería y defensa, un auténtico coladero. Una de las leyes futbolísticas no escritas dice que los equipos se construyen desde atrás. El cuerpo técnico rojillo puso toda su confianza en el entramado defensivo que consiguió el ascenso y ese grupo de jugadores no está respondiendo al reto. Hasta el punto de que su nivel ni siquiera es parecido al que exhibieron la campaña pasada y solo ellos son conocedores del porqué de tal circunstancia. Ni siquiera cabe explicarlo por la mayor exigencia de los rivales. Hay casos prácticamente idénticos –Yeray en el Athletic, por ejemplo– que sí han sabido dar un paso al frente ante el desafío.
No hay un líder que recupere y distribuya. No parecía, a priori, que la sombra de Mikel Merino fuera a convertirse en tan alargada, pero así ha sido. La grave lesión de Digard, llamado a suceder al prometedor futbolista iruindarra, ha contribuido a que ese puesto en la medular encargado de recuperar y distribuir se encuentre huérfano. No hay nadie en el vestuario rojillo que tenga las características para desempeñar dicha función y el equipo lo está acusando de forma determinante.
Gran desorden en la ubicación y funciones sobre el campo. La falta de calidad y la ausencia de pulmones pueden remediarse con una buena colocación y orden táctico sobre el césped, pero de esto último también está careciendo el cuadro navarro. Fallos en los marcajes, en las salidas a presionar y desbarajustes, sobre todo defensivos, están propiciando importantes regalos en forma de goles para los contrarios. Una desorganización que resulta paradójica teniendo en cuenta que el once está compuesto en su mayoría por el bloque del ejercicio pasado.