Mertxe AIZPURUA

«Detención o deportación, ustedes eligen»

Proyectos rotos, familias separadas, sueños trundacos. En solo un instante, desde que Donald Trump ordenara prohibir el ingreso de los ciudadanos de países de mayorías musulmanas como Irán, Siria, Somalia, Sudán, Libia y Yemen, miles de personas han sufrido un camvio radical y dramático en sus vidas.

Son iraquíes, sirios, yemeníes, libios, somalíes, iraníes o sudaneses. Algunos habían depositado todas sus esperanzas en encontrar refugio en EEUU para huir de las guerras. Otros volvían para seguir con sus estudios o se reincorporaban a su trabajo habitual desde hacía años en territorio estadounidense.

Todo ello se cortó de raíz el viernes con la prohibición impuesta por el presidente Donald Trump a los musulmanes de siete países. Cada particular sueño americano se convirtió en una pesadilla global. De pronto, cientos de personas se encontraban en un limbo administrativo lleno de padecimientos. Y la mayoría no entendía nada de lo que pasaba.

El caos y la confusión que se apoderaron del país y los aeropuertos fueron la viva estampa de la desolación. Familias divididas debido a retenciones en los aeropuertos; personas detenidas a su llegada a Estados Unidos aunque tuvieran una visa válida, e incertidumbre absoluta sobre a quiénes afecta la medida. El pasado lunes, el propio Trump afirmó que solo se había aplicado a 109 personas. Al día siguiente, el Departamento de Seguridad admitió que se había denegado el embarque a un vuelo hacia EEUU a 721 viajeros.

La aplicación de la orden ejecutiva de suspensión inmediata del ingreso de ciudadanos de siete países del mundo está afectando a quienes ya tenían su documentación en regla para viajar e incluso vivir en ese país, pero también a quienes que, ya viviendo en ese país de América del Norte con los papeles en regla, tienen que salir por compromisos profesionales o familiares. Se exponen a no poder regresar. El mundo de la ciencia, el académico (miles de estudiantes extranjeros cursan estudios en EEUU) y numerosas empresas, principalmente tecnológicas, han encendido las alarmas pues parte de su personal más cualificado procede de alguno de estos países.

El iraquí que trabajó como traductor para el Ejército de Estados Unidos, el científico que debía llegar con urgencia a un laboratorio en Boston, la familia de refugiados que iba a instalarse en Ohio, el doctorando con permiso de residencia permanente... El veto impuesto por Donald Trump a refugiados e inmigrantes de los siete países de mayorías musulmanas tiene sus primeras víctimas. Y crecen los miedos y la incertidumbre, aunque el mayor drama lo viven ya quienes han sido separados de sus familias. Los testimonios de estos días permiten conocer una parte del drama abierto vía decreto presidencial.

Le parece que estoy de broma?

Es el caso de la familia siria Assalis, formada por dos matrimonios y sus hijos. Son cristianos ortodoxos de Siria, habían viajado durante más de 24 horas desde Damasco hasta Beirut, luego a Doha y finalmente, a Filadelfia. Llevaban con ellos las visas que comenzaron a gestionar en 2003 para instalarse en el país norteamericano, donde ya contaban con parientes. Empezaron a preocuparse en el aeropuerto de Los Ángeles, cuando les retiraron la documentación y les llevaron a un pasillo. Al volver, el oficial les dijo que la visa estaba cancelada y que tenían prohibida la entrada. «Está de broma, ¿verdad?», le dijo Josephine Abou Assalis. «¿Le parece que estoy de broma?», respondió el policía. Las autoridades les dieron dos opciones: ser detenidos y retirarles la documentación o volar a Doha. «Ustedes eligen», les dijeron. La familia optó por la segunda opción. No se les permitió llamar o comunicarse con sus allegados en EEUU antes de ser deportados, añade Assali. Sus familiares estadounidenses «están en shock, confundidos, con miedo».

Sentí que no tenía elección

Sara Yarjani tiene 35 años, es diplomada universitaria y estudiante de salud integral en el California Institute for Human Science, situado al norte de San Diego. El viernes, cuando regresaba de unas vacaciones en Canadá, tras cuatro horas de espera e interrogatorios en Los Ángeles, fue deportada en un vuelo que salió al día siguiente a Austria, donde tiene estatus de residente permanente.

Desde la capital austríaca, la mujer de origen iraní explicaba a la agencia AFP que el agente de inmigración le quitó el pasaporte y la llevó a una sala. Le pusieron contra la pared, con los brazos hacia arriba, y le sometieron a un registro corporal practicado por dos mujeres policía que –según cuenta Sara Yarjani– no dejaban de gritarle. Tuvo que despojarse del pañuelo, las joyas y los cordones de los zapatos. Y también del dinero que llevaba encima y el teléfono móvil. «Si no aceptaba volver, sería expulsada a la fuerza a riesgo de que se me prohibiera regresar a Estados Unidos de uno a cinco años o más», dice. «Sentí que no tenía elección». «Por un lado, me siento aliviada de no estar detenida, pero por otro, estoy realmente triste porque me gustan mucho mis estudios. He trabajado muy duro durante un año y medio y ha sido muy complicado poder estudiar allí una carrera que realmente me apasiona».

Sin novia y sin boda que celebrar

Roozbeh Aliabad es estadounidense, tiene 32 años y es consultor de empresas. Conoció a Zhinous, arquitecta de 31 años, en una fiesta en Teherán dos años atrás. Se casaron allí en junio pasado, pero pospusieron la celebración de la boda al momento en que ella pudiera llegar a Estados Unidos e instalarse en el país. La residencia permanente para Zhinous se aprobó en los últimos días del gobierno Obama y tenían previsto reunirse en Estados Unidos a mediados de febrero. Su visado ha sido anulado.

«Estoy con el corazón destrozado», declara Roozbeh Aliabadi desde Pittsburgh, Pensilvania, donde vive. Aliabadi decidió colgar una foto de la pareja en Twitter con un mensaje para Trump y que se tornó viral rápidamente: «Nuestro amor será más fuerte que tu prohibición y tu muro».

Dice que ella no entiende nada de lo que está pasando. «Está en estado de shock», indica Aliabadi. Él confía en que el decreto expirará y que su esposa podrá entrar. Manifiesta «una fe tremenda en este sistema político», e intenta mirar el lado positivo: «En unos años tendremos historias realmente divertidas para contar a nuestros hijos».

El trámite de aceptación como residente de Zhinous está todavía pendiente de un visado. Para conseguirlo, debe viajar al &bs;país ya que la embajada de Teherán cerró tras la Revolución Islámica de 1979. El proceso será largo y caro. «¿Qué opción me queda? Si mi esposa no puede venir aquí –señala– eso significa esencialmente que Donald Trump me está echando. O que debo divorciarme, lo cual no es una opción».