El impacto del fallecimiento de Martin McGuinness en la izquierda abertzale fue tal que Arnaldo Otegi compareció ante los medios a mediodía para destacar su labor en Irlanda y también en Euskal Herria: «Cada vez que se le pidió que echara una mano, siempre mostró una disponibilidad absoluta, con una labor constante de asesoramiento y lobbyng en el proceso vasco». Se despide no solo a una referencia política, sino a un compañero de viaje, un camarada de lucha «y un amigo», destacó a GARA Pernando Barrena.
La primera vez que Barrena contactó con McGuinness fue «allá por 1987», cuando en ambos países el conflicto armado estaba muy enconado. «Era entonces un hombre joven, poco más de 35 años, y reunirse con él no era fácil; vivía y dormía de casa en casa por motivos de seguridad. Había que pasar varios filtros y nunca sabías muy bien a qué hora aparecería, pero al final Martin llegaba. Me acuerdo de un encuentro en una de aquellas sedes de Sinn Féin que en realidad eran unos auténticos ‘zulos’ abigarrados».
Era pronto para saber que siete años después la resolución sería realidad en el norte de Irlanda con el Acuerdo de Viernes Santos, que McGuinness llegaría a gobernante y que el giro sería inspirador también para la izquierda abertzale. Cada paso en esa dirección contó con el respaldo y el consejo de McGuinness y Gerry Adams, con visitas mutuas en la época de Lizarra-Garazi. Y si bien nunca se interrumpió (pese a las intoxicaciones de la caverna española), la reunión afloró otra vez en 2006, cuando McGuinness volvió a pisar tierra vasca tres meses después del alto el fuego de ETA.
Sonada fue su intervención junto a Arnaldo Otegi en unas jornadas de Askapena en Iruñea, dado que en la calle ultras navarros (incluidos miembros conocidos de UPN) organizaron un escrache en toda regla, con carteles como ‘‘Otegui capullo, tu sitio es el trullo’’. Recuerda Barrena cómo McGuinness asistía entre estupefacto y divertido a los movimientos de los abertzales para sortear al facherío, «y cómo al final nos dijo: ‘Tranquilos, que algún día gobernaréis con ellos’. La verdad, no nos veíamos en tal trance, pero la frase me hizo ser consciente de la magnitud de la apuesta que tenían entre manos ya allí».
Barrena destaca «el sentido del humor de Martin, su habilidad para sacarle punta a todo». En aquella charla de los cines Carlos III, por ejemplo, apuntó que «me falta saber dos cosas de los vascos: por qué ponen arañas en todos los baños y a quién tenemos que animar si España e Inglaterra llegan a la final». Se estaba jugando un Mundial.
Fuera desde la clandestinidad o desde el Gobierno, McGuinness nunca dejó de seguir el proceso vasco. «Siempre ha habido mucho tráfico, de aquí a allí y de allí a aquí», constata Barrena. Pero no era mero interés político, sino algo más profundo: «Cuando íbamos a Irlanda siempre se preocupaba de que estuviéramos bien alojados, que contactáramos con las personas que nos interesaran... En esta hora se destacará sobre todo su valor político, pero yo también destaco su amistad».
Barrena ya no pudo visitar Irlanda a partir de 2007, dado que se le impuso la prohibición de salir del territorio estatal. Pero a los amigos se les espera sobre todo en las situaciones difíciles. McGuinness aterrizó por última vez en Euskal Herria en verano de 2014, junto a Jonathan Powell, para realizar contactos con diferentes agentes que desbloquearan una situación muy atascada. Desde su oficina de viceprimer ministro, fue uno de los pocos que puso en valor con un mensaje de salutación el anuncio de ETA de que había desmantelado sus estructuras militares, preludio del actual momento. «El legado que también has dejado en Euskal Herria traerá la paz y la libertad, sin duda alguna. Eskerrik asko, lagun», le despidió ayer Otegi.