Ugarte, Amaia

Las (in) competencias de los aspirantes dejan una gran resaca

La campaña entre dos vueltas llega a su fin en un ambiente político emenrarecido tras el cara a cara bronco protagonizado por Marine Le Pen y Emmanuel Macron. El candidato liberal se refuerza pero necesita convertir las promesas en votos. La ultraderechista necesita una conjunción astral.

Marine Le Pen, la rica heredera que gobierna el Frente Nacional, se confió en el único debate entre dos vueltas a la aparición de una cuenta a beneficio de su adversario, Emmanuel Macron, en un paraíso fiscal.

Entre col y col… la ultraderechista soltó esa perla, mientras patinaba sin discreción en todos los demás temas planteados a lo largo de dos horas largas de partido, incluidos los que afectan más directamente a las clases sufrientes cuya adscripción corteja tan burdamente.

Aunque en el bosque de ideas recocinadas, argumentos desgastados, salidas de tono y descalificaciones impertinentes en que se transformó el cara a cara de la noche del miércoles esa frase pasó casi desapercibida, lo cierto es que sería un trébol de cuatro hojas para Le Pen.

Ya al final de la contienda, la candidata azul marino vino a completar ese que algunos tildan de «suicidio ante las cámaras» al dar de antemano a su adversario como ganador.

Trébol de cuatro hojas o conjunción astral. Si los planetas no se alinean de forma bien extraordinaria, a la ciudadanía francesa, y en especial a las clases populares, les tocará resignarse a capear durante los próximos cinco años la vieja receta ultra iberal a cargo de un novel Emmanuel Macron.

Al debate en televisión se le atribuía un valor crucial y si para alguno de los dos oponentes eso era cierto, ese era el caso de la candidata del FN, por ser ella la que tiene que convencer a más electores nuevos cara a la segunda vuelta del domingo.

Aunque, claro está, también Macron se jugaba mucho, ya que su reto en esta vuelta definitiva no es menor: debe convertir en votos contantes y sonantes las promesas de apoyo que ha recibido desde la misma noche del 6 de mayo, pues ya se sabe que el camino de ese frente republicano es bien sinuoso.

Consciente de lo que había en juego, la candidata frentista suspendió todos los actos sobre el terreno, para consagrarse a la preparación de un debate que atrajo la atención de 16,5 millones de telespectadores.

Lo que, habida cuenta del nivel de la contienda, no deja de ser un dato revelador de la paciencia ciudadana y, por qué no, de esa extraña pasión colectiva que se despierta a cada elección presidencial, confirmando la atracción que, pese a todo, ejerce dicho escrutinio. Incluso en tiempos de alto cuestionamiento del modelo político institucional emanado de la V República. Con todo, cabe matizar que en esta ocasión no se alcanzaron las altas cuotas de pantalla de los debates de 2007 y 2012.

Espectáculo televisivo sin apenas moderación, el debate se transformó pronto en confrontación, ya que como era de prever Marine Le Pen jugó fuerte desde el principio para tratar de imponer la idea de que ella representa a la Francia que sufre y su adversario a la Francia de economía saneada. Obviando su origen, y el desmesurado capital inmobiliario del clan Le Pen.

Le Pen incurrió en demasiados errores lo que hizo que su lluvia de cañonazos no causara todos los estragos previstos a Macron. La candidata frentista se consagró a las habituales intoxicaciones, pero fueron sus fallos en materias sociales y económicas los que dejaron demasiados flancos abiertos. Fue tal su nivel de incompetencia que encumbró a su adversario que, por momentos, bajó enteros con su tono paternalista y altanero.

Podría decirse que una Le Pen perdida entre carpetas y estadísticas fallidas salió seriamente tocada de ese duelo.

Y así sería si estuviéramos ante una liza entre dos contendientes que comparten el mismo tablero de juego o que participan en la misma partida.

No es el caso. Por eso atribuir la victoria a Macron no deja de ser una boutade.

Le Pen ya evidenció carencias en los dos debates previos a la primera vuelta electoral, y sin embargo en el día clave, ese en el que hablan las urnas y no las tribunas mediáticas, supo atraerse el respaldo de 7,7 millones de electores, marcando con ello un récord absoluto para un Frente Nacional que expande su proyecto sin descanso.

Ciertamente, la líder de movimiento azul marino, además de errar el golpe con su oponente, se descalificó a la hora de defender sus propias propuestas en materias capitales -empleo, pensiones, sistema sanitario y social, impuestos-, y ejerció directamente de Donald Trump en cuestiones relativas a la esfera europea e internacional. Sin embargo, la gran pregunta es hasta qué punto eso le pasará factura este domingo.

A la vista de como le fue la feria al estadounidense, no cabe echar las campanas al vuelo sobre el efecto en el electorado de esa oda a la incompentencia a cargo de Marine Le Pen.

De una parte, porque la fidelidad del voto del FN está a estas alturas más que demostrada y, de otra, porque la motivacion de los electores frentistas está en la cresta de la ola en vísperas de la votación definitiva.

Cosa distinta es que esos renuncios ejerzan de embudo a la hora de incorporar votantes de otros caladeros, particularmente de la derecha republicana.

En cualquier caso, el mayor argumento para desconfiar sobre los resultados del debate es que todos los mecanismos para medir el nivel de penetracion del llamado «sentimiento anti sistema» se han demostrado, hasta la fecha, más bien poco fiables. Si bien es cierto que, en lo fundamental, los sondeos no erraron en la primera vuelta presidencial, cara a la manga definitiva no está tan claro cómo expresarán su malestar los ciudadanos más dispuestos a dar finiquito al actual sistema.

Convengamos. Macron ganó en el plano argumental un cara a cara que, por lo descarnado, puede que tampoco le aporte tanto. Por su parte, Marine Le Pen se erigió en reina de la virulencia, en ocasiones por razones de estilo y en otras por necesidad, al no poder encarar el debate de competencias, algo en cierto modo comprensible teniendo en frente a un exministro.

Sin embargo, esa sinopsis también pierde fuerza cuando la sensación que se asienta tras el debate es la de que tanto monta, monta tanto.

La incompetencia de Le Pen causa espanto, cierto. Pero el alarde de competencia de Macron no es menos perturbador, porque anuncia un futuro de reformas socioeconómicas de corte liberal y un neto revisionismo de los escasos avances de la etapa socialista. Así se desprende de su anuncio de que derogará la reforma Taubira, destinada a evitar la entrada en prisión por condenas menores.

La liberticida Le Pen propone más prisiones, sin duda necesarias para su proyecto político, pero Macron no ofrece mejor alternativa, ya que se erige en fiel heredero de la doctrina securitaria de Manuel Valls.

Y, sin embargo, la eleccion del domingo se juega sobre la diferencia. En el caso de Macron había razones para esperar algún guiño hacia la izquierda, que si lo hubo, fue muy liviano. Jugó en el terreno del centro-derecha, confiando a partir de ahí en que las exageraciones de su contrincante marcaran la diferencia.

Ciertamente, es el claro favorito, ya que le reconfortan todas las encuestas, pero sobretodo es sabedor de que las exigencias para Le Pen son superiores. Para ganar esta presidencial –otra cosa son las legislativas– a la ultraderechista le hace falta la citada conjunción astral. Quizás por eso no dudó en dar pábulo a todo tipo de fake que circulan por las redes, sacando a relucir unas veces, la supuesta cuenta en Bahamas de Macron, y otras falsas afirmaciones de organizaciones ultracatólicas que atribuyen a Macron un apoyo a la gestación subrogada que ni aparece en su programa y que desmintió en el debate de viva voz.

Para que sus planetas brillen, Marine Le Pen necesita que la mitad del electorado de Fillon le otorgue su voto –difícil cuando las dudas empiezan a aparecer hasta en las filas de su aliado de Debout la France, Nicolas Dupont-Aignan–; precisa también de un nivel de abstención extraordinario –algo así como revertir la curva de participación de 2002– y, lo más difícil, que sean muchos más los electores del izquierdista Jean-Mélenchon que se refugien en la abstencion que los que acudan a votar por Macron, tapándose la naríz si no con una, con dos pinzas.

Ciertamente, el sistema de segunda vuelta deja sin candidato a millones de electores, a los que hay que convencer para ir a votar la que no es su opción principal. También es verdad que el frente republicano activado en 2002 es desde hace tiempo una sombra, dados los pactos o los laissez-passer aplicados por electos de todo color con respecto a candidatos frentistas.

Pero sobretodo, porque políticos elegidos con mayorías holgadas bajo el estandarte de frenar al FN han actuado en muchos casos en contra de los intereses de las mayorías sociales que les encumbraron.

De ese cansancio, de ese hastío cabe esperar un acto de insumisión, particularmente desde la izquierda, mediante la abstención o el voto en blanco ( sin contabilidad propia y diferenciada del nulo) este próximo domingo. Aun con todo, la opción que, salvo sorpresa, parece imponerse es la de bloquear el domingo a Le Pen, para combatir a partir del lunes a Macron.