Dabid LAZKANOITURBURU

Le Pen: la hija de la ultraderecha que «mató al padre» para llevar al poder a la madre

Tras años de esfuerzos por desdiabolizar el partido ultraderechista, Marion Anne Perrine Le Pen sueña, a su 48 años de edad, con desmentir todos los sondeos.

Rubia, con una voz ronca pero conjugada con un verbo fácil –que le sirvió de poco ante su falta de argumentos en el debate cara a cara del miércoles– la hija del cofundador del partido en 1972, Jean-Marie Le Pen, a quien expulsó del Front National en 2015 en una peculiar representación alterna del complejo de Edipo, resumió su estrategia meses antes, en un mitin en febrero: «Frente a la izquierda del dinero y la derecha del dinero, yo soy la candidata de la Francia del pueblo».

Esa estrategia de agiornamiento le ha dado frutos. Desde 2011, cuando asumió la dirección del Front National, el partido mejora cita a cita electoral sus resultados. Y hoy hará lo propio, aun cuando, como prevén los sondeos, no gane las presidenciales a Macron.

Cuando en 2002 su padre accedió a la segunda vuelta, la extrema derecha francesa descubrió en su hija un posible relevo generacional.

Había nacido una estrella política que, con el paso de los años, se fue afianzando. Primero en el partido, donde tuvo que soportar los ataques de la vieja guardia que la consideraba una arribista y que no aprobaban el giro amable que preconizaba.

No era ella, la benjamina de las tres hijas Le Pen, sino su hermana Marine-Caroline Le Pen la llamada a suceder al padre. La tumultuosa política interna del FN y las trifulcas en el clan familiar le abrieron unas puertas que ha sabido aprovechar.

Su spot de campaña juega al guiño de la intimidad de una mujer y madre de tres hijos. «Como mujer, siento como una violencia insoportable las restricciones a las libertades (...) Yo soy una madre y como millones de ellas me inquieta el estado del país y del mundo que dejaremos en herencia a nuestros hijos», afirmó en campaña.

Moviéndose como una funambulista entre las posiciones ultras heredadas y su cara más amable, huye como de la peste de las alusiones a la II Guerra Mundial y menta al general De Gaulle. Ha hecho del «patriotismo económico» lema de campaña, en un intento de emular el éxito de su admirado Trump .

«On est chez nous (Estamos en nuestra casa)«, resume negando que se trate de un grito xenófobo sino «un grito de amor por Francia». Un grito que le delata cuando contesta que, de ganar hoy, a quien primero telefonearía sería a Juana de Arco. Diáfano.