Oihane LARRETXEA
DONOSTIA
Elkarrizketa
ISABEL MARÍA MARTÍNEZ
PROFESORA DE PSICOLOGÍA DEL TRABAJO

«En el tecnoestrés, es muy difícil separar lo laboral de lo personal»

Docente en la Universitat Jaume I, Isabel María Martínez es doctora en Psicología y ha visitado Donostia para hablar de las nuevas tecnologías y el tecnoestrés en el marco del curso de verano de la UPV-EHU sobre la prevención en riesgos laborales.

Alrededor de un 30% de los trabajadores padece altos índices de estrés de forma casi permanente durante su jornada laboral, según la VII encuesta de condiciones de trabajo que cada dos años realiza el Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo. En opinión de Isabel María Martínez, docente en la Universitat Jaume I de Castelló, nadie escapa al estrés. «En mayor o menor medida, llega a todos los sectores». También a las oficinas y empresas, claro.

El estrés genera un elevado coste social: «altos índices de absentismo laboral, bajas, descenso en la productividad y gastos en atención médica». Es la segunda causa que mayores quejas genera en el ámbito del trabajo en Europa. En el Estado español las cifras van en aumento, situándose en unos «niveles altísimos», como destacó Martínez en su paso por el Palacio Miramar con su ponencia sobre nuevas tecnologías y tecnoestrés en el curso de verano de la UPV-EHU dedicado a la prevención de riesgos laborales.

Tecnoestrés. Si usted propina golpes al ordenador, desea tirarlo por la ventana, puede incluso que alguna vez lo haya hecho; si le habla y le grita. Le ocurre a mucha gente, asegura. «El estrés se produce cuando la persona no es capaz de responder a las demandas que su trabajo le pide. Hay muchos tipos; este que nos atañe guarda relación con la tecnología».

No hay datos que lo cuantifiquen, pero existir existe, y está «minando nuestro bienestar». Conviene tenerlo en cuenta, sobre todo si hace la estimación de la cantidad de horas que se pasa a la semana en la oficina. Si, además, son en un estado de tensión y nervios, la calidad de vida queda muy afectada.

«La relación que tenemos con las tecnologías es un indicador», advierte, por eso es importante estar atentos a nuestras propias reacciones. Satisfacción, gozo, frustración o ansiedad. A veces, incluso solo con pensar que debemos utilizar determinadas herramientas el malestar se produce. «El escepticismo es otro factor a tener en cuenta, la creencia de que no sabemos hacerlo, de que no seremos capaces…». La clave, opina, es saber gestionar la situación. «Hay personas que son capaces de usar tecnologías durante mucho tiempo y muy concentrados, y no tiene ninguna consecuencia negativa porque cuentan con herramientas y estrategias para afrontar las demandas que ello les exige. Pero hay personas que solo las usan un ratito al día y, sin embargo, les supone una tensión increíble», apunta.

También advierte de la adicción. Recuerda que, pese a relacionarse con la fatiga mental y las creencias de ineficacia, el tecnoestrés también se manifiesta con un uso excesivo y compulsivo de dispositivos.

El papel de la empresa

La mayor parte del tecnoestrés, sostiene Martínez, se da en el contexto laboral, aunque alerta de que cada vez «es más difícil separar» el trabajo de lo que no es trabajo. «Las demandas laborales se ven muy aumentadas por las demandas extralaborales relacionadas con la tecnología, porque en el trabajo tienes el móvil personal y, a su vez, has podido estar fuera del trabajo muy agotado navegando en internet. Y después llegas a tu puesto, donde también tienes que utilizar un ordenador y otros dispositivos». El trasvase de tecnoestrés «es muy difícil de delimitar».

El primer consejo para una persona que sufre tecnoestrés es «identificar cuáles son las fuentes» de ese malestar y «buscar el recurso que puede amortiguar cada uno de esos estresores». Al mismo tiempo, «mucho apoyo familiar, de colegas, y prácticas organizacionales saludables que ayuden a sobrellevar el uso de las tecnologías». Explica que «el apoyo significa que un compañero sea capaz de escucharte y tranquilizarte en un momento de tensión y angustia para evitar mayores consecuencias negativas».

Al margen de la ayuda de compañeros de mesa, son las empresas quienes deben estar atentas para tomar medidas. En primer lugar, porque «es la responsable de la prevención», resalta. Comenta que la situación de estrés impide al empleado cumplir con sus funciones de forma eficaz, lo que se traduce en pérdidas para la compañía. «Ha de garantizar que su plantilla no sufre tecnoestrés, es la primera interesada. Para ello, primero ha de evaluar a nivel general todos los factores psicosociales, incluyendo el tecnoestrés. Una vez evaluado, se recomienda identificar los focos», puntualiza.

Asegura que, cuando se realiza una evaluación de empresa, «enseguida aparecen los focos de tecnoestrés». Una vez detectados, «proveerlos de recursos»: formación, medidas ergonómicas, organización del trabajo… «porque a lo mejor el empleado sí tiene la formación pero le están pidiendo más de lo que puede hacer, o la tecnología está obsoleta y le impide hacer bien sus funciones…». Martínez cree que «identificar la fuente del tecnoestrés es la única manera de intervenir bien, incluso de prevenir». En ese sentido, lanza un mensaje a las empresas: «Si sabes que el ordenador está viejo y va a causar este trastorno, ¡no esperes a ello, cámbialos antes!».

El diagnóstico no es ajeno a la situación actual que vivimos: «una crisis económica, grandes índices de desempleo, recortes, un pesimismo generalizado y un rápido desarrollo de las tecnologías y una implantación aún más veloz. Es una sociedad cada vez más estresante», opina.

Los dispositivos electrónicos han llegado para quedarse, así que en lugar de considerarlos una amenaza, conviene verlos como una oportunidad, porque un buen uso agiliza y facilita tareas. «Smartphones, ordenadores, tabletas… y aparatos específicos para hacer deporte, incluso cocinar. ¿Qué es sino la Thermomix?», pregunta. «El contacto con la tecnología es constante».

Una actitud positiva es lo que ayudará a llevar mejor este tipo de situaciones, creer en las capacidades de uno mismo es fundamental. Y apunta que existe un estrés «bueno». Es el «estrés adaptativo», aquel que es capaz de hacernos reaccionar y superar la situación.

Defiende que el tecnoestrés se puede prevenir modificando antecedentes, actuando a nivel personal y conociendo bien la tecnología que esa persona utilizará después en su mesa de trabajo. Cree, además, que la formación específica para cada empleado es determinante.

En cuanto a los retos, pasar del «tecnoestrés al tecnoflow», es decir, con empeño y actitud, formar parte del grupo de personas que gozan y disfrutan trabajando con la tecnología, una palabra temida para gran parte de los trabajadores.

Un último consejo: al llegar a casa, cortar con los correos de trabajo y desconectar de los grupos de whatsapp de la oficina.

 

De empresa segura a saludable, buenos hábitos en la oficina

Hay empresas que buscan dar un salto cualitativo y pasar de ser «seguras» a ser «saludables», integrando en la propia organización de la compañía los buenos hábitos que promocionen una vida sana y equilibrada. Xabier Trallero, responsable de Salud Laboral I+D+I de Mutua Universal, ofreció en su ponencia las claves de este cambio de paradigma que muchas ya están poniendo en práctica.

Pero para poder hacerlo, primero hay que «cambiar de forma de pensar», subrayó. «¿Nos preocupa que las personas se sientan bien?», fue la primera cuestión que planteó a las empresas. Según los datos que aportó, los hábitos no saludables tienen elevados costes sanitarios. La diabetes o los problemas cardiovasculares o respiratorios son afecciones comunes. Reconoció que es «muy difícil» hacer cambiar las costumbres de una persona adulta, por eso señaló el valor de hacerlo en grupo, con el resto de compañeros. «Es el método del win&win, donde ganamos todos, y eso la dirección ha de tenerlo claro».

La mitad del tiempo de vigilia la pasaremos en la oficina, por eso es importante cuidar ese entorno. Por ejemplo, ayudar a los empleados a tener mejor salud puede disminuir la incidencia de enfermedades hasta un 30%, y eso no es baladí, teniendo en cuenta que solo «una mala alimentación podría disminuir un 20% la productividad del trabajador», según indicó Trallero. «Todo lo que hagamos repercutirá en su salud y también en la propia organización».

«Tenemos empresas muy seguras que pasan rigurosos controles. Supongamos que hablamos de una empresa medioambiental y el empleado, que es fumador, fallece de un infarto. La pregunta es: ¿podríamos haber hecho algo más?». La respuesta es afirmativa. Se trata, en su opinión, de «enseñar a las personas a gestionar su salud». Los resultados de la inversión se perciben al cabo de dos o tres años, y los logros, añadió, son muy satisfactorios para ambas partes porque la motivación de la plantilla repercute en el funcionamiento de la organización.O.L.