Es difícil saber si los catalanes y catalanas acabaran votando el 1 de octubre «sí» o «no» a la independencia de Catalunya, lo que está claro es que la mayoría soberanista del Parlament y el Govern tienen intención de llegar hasta el final. Y, pese a las críticas, todos los saltos que ayer se hicieron sobre las garantías democráticas de las minorías parlamentarias, no fueron más que actuaciones en defensa propia de quienes sí son una minoría en la legalidad española. Ni la voluntad unánime de los catalanes podría cambiar nada en un Congreso en el que siempre serán numéricamente incapaces de lograr ninguna reforma del modelo de Estado, frente a la mayoría española y españolista de PP y PSOE, con un ordenamiento jurídico-político en el que prima la demografía sobre la democracia.
El independentismo catalán nos está dando una lección al soberanismo vasco, al menos en relación a nuestro recorrido institucional. Con motivo de la aprobación del Nuevo Estatuto de 2004, el entonces lehendakari Juan José Ibarretxe se comprometió hasta cuatro veces ante el Parlamento vasco a que sometería a consulta el texto legalmente aprobado en Gasteiz aunque fuera rechazado en Madrid. Y lo que hizo fue convocar elecciones con la izquierda abertzale ilegalizada. Pese a eso, EHAK permitió en 2008 la aprobación de la Ley de Consultas, avanzando que «será España la que impida la consulta y el PNV quien lo acepte».
No hacía falta tener una bola de cristal para saberlo. Bastaba la experiencia. En cuanto el TC anuló la consulta todo se vino abajo. El lehendakari Ibarretxe había asegurado que el 25 de octubre de 2008 estaría votando, pero acabaron botando al son del «gora gora» (el de Betizu –«hei, hei, hei»– de ETB, no el himno) en la movilización «festiva» denominada “Hitza hitz”. El soberanismo catalán, por contra, parece estar con el lema «Uh! Oh! No tenim por! / ser valent és molt millor que tenir força» del Club Super3 de TV3. Y que nadie se consuele pensando que aquello nuestro fue solo atribuible al PNV, porque ningún agente político, sindical o social en el soberanismo vasco estuvo a la altura de las circunstancias.