Alardes, a la espera de pasar del enquistamiento a la solución
La cuestión se comentaba, sí, pero poco más. ¿Mujeres en el Alarde, además de las cantineras? ¿Como soldados? Si alguien sacaba el tema, recibiría a buen seguro una sonrisa condescendiente como respuesta; si insistía, una seria reconvención, quizá un insulto.
P ero a mediados de los años 90 la reivindicación empezó a tomar fuerza, a plantearse en foros más allá del bar, cuando tres mujeres –Maribel Castelló (EA), Rosa Sánchez (IU) y Josune Urrosolo (HB)– coincidieron en la Junta del Alarde de Irun y plantearon abiertamente la participación de las mujeres en plena igualdad en el desfile. La tensión fue creciendo y estalló en 1996, cuando un grupo de valientes dio el primer paso y recibió el primer puñetazo, a los que han seguido muchos. Pero se trata de una carrera de resistencia y está claro que hoy, bien entrado el siglo XXI, no va a haber marcha atrás.
Ni hizo falta mucho tiempo para que cada cual se retratara. El Alarde, tanto en Irun como en Hondarribia, se siente muy dentro, muy emocionalmente. La tradición pesa lo suyo y conceptos como “derechos” o “igualdad” no siempre son invitados bien recibidos. Así se vio en el pleno celebrado en el Ayuntamiento de Irun el 24 de abril de 1996 en el que el grupo Bidasoa Aldeko Emakumeak presentó una moción que pedía que la ordenanza del Alarde afirmara explícitamente que a nadie se le podría negar su participación en la fiesta por motivos de raza, sexo o religión. PSOE (8 concejales), PNV (4 concejales) y PP (4 concejales) votaron en contra, y HB, EA e IU a favor. 16 contra 8.
En el mismo pleno, sobre el que merece la pena insistir porque proporciona muchas claves sobre lo que vendría luego, una segunda enmienda proponía que el término “hombres” se cambiara por “componentes”, y fracasó con el mismo resultado. Una tercera enmienda sí que salió adelante, la que pedía eliminar la exigencia de «reconocida belleza y hermosura y ser soltera» para ser cantinera. En este caso, el PSOE cambió el sentido de su voto, pero PNV y PP no se cortaron en votar «no». Y cuando el PNV solicitó que la palabra “soldados” fuera cambiada por “hombres” en la ordenanza, ya ni el PP se atrevió a secundarle. Faltaban tres meses para el Alarde de 1996, el que abrió la caja de los truenos.
Años de fuerte tensión
Tras aquel señalado pleno, la tensión se disparó en Irun. Comenzaron las malas miradas, los insultos, las cartas despectivas en los periódicos, la defensa a ultranza de la «pureza» del Alarde contra la «agresión». Y llegó el 30 de junio, día del Alarde. Quien firma cubrió la jornada para “Egin” y guarda un recuerdo imborrable, por malo.
Un centenar de hombres y mujeres esperaba en la plaza de Urdanibia la llegada de la compañía Ama Xantalen, que cuando llegó a su altura se abrió y permitió que el grupo se integrara en el desfile. No bien habían comenzado a caminar cuando gran parte del público presente empezó a zarandear, zancadillear y agredir a las mujeres que se habían atrevido a meterse en el Alarde y a los hombres que las apoyaban, en medio de una lluvia de insultos. Tirones de ropa, puñetazos, lanzamiento de monedas y latas… la agresión no cesaba. A la carrera llegaron a la Plaza de San Juan, donde fueron empujadas hasta los arkupes, en medio de ataques crecientes, a pesar del cordón de protección establecido por la Policía Municipal. Las agredidas lloraban, pedían paz y solo recibían insultos cada vez más soeces, muchos de ellos por boca de chicas jóvenes. Finalmente lograron escapar por una escalera lateral.
El Ayuntamiento de Irun consideró que el Alarde «se había salvado». «La fiesta triunfó» proclamó tranquilamente al día siguiente Fernando San Martín, concejal de Cooperación al Desarrollo y Tolerancia, del PSOE. Y se acercaba el Alarde de Hondarribia.
La historiadora Mercedes Tranche recuerda que, aunque el conflicto se hizo visible por primera vez en Irun, había sido en Hondarribia donde empezó el trabajo para que las mujeres tomaran parte en el Alarde, por medio de la asociación Emeki. Curiosamente, sus primeros contactos con la Junta del Alarde parecían ir por buen camino, pero cuando intervino la Junta de Mandos la negativa fue rotunda.
El 8 de setiembre de 1996, cuando una treintena de mujeres y algunos hombres solidarios intentó incorporarse al desfile, la respuesta del público fue brutal, en forma de una lluvia de insultos y golpes. La agresión se extendió a fotógrafos de prensa y cámaras de televisión. La intentona se abortó desde el principio. Los días siguientes Hondarribia amaneció sembrada de carteles en los que indicaban los datos personales de aquellas y aquellos que se habían atrevido a intentar participar en pie de igualdad. Y poco más tarde se creaba el grupo tradicionalista “Betiko Alardearen Aldekoak”, rápidamente clonado en Irun.
Desde entonces y durante los siguientes quince años, se han sucedido manifestaciones, debates acalorados, boicoteos, rupturas de cuadrillas, divisiones en formaciones políticas, intentos de arreglo civilizado, desidia de las autoridades municipales, resoluciones del Tribunal Superior de Justicia Vasco, pronunciamientos del Ararteko, nuevas agresiones en ensayos y el mismo día del Alarde, presencia policial masiva, plásticos negros, y finalmente una progresiva disminución de la tensión y un enquistamiento del conflicto, en el que cada parte tira por su camino. Pero las heridas son profundas, especialmente en Hondarribia, donde por su reducida población todo el mundo se conoce y la convivencia ha llegado a ser insoportable para las personas más significadas.
Falsa normalidad
Cuando decimos insoportable no exageramos. Ixabel Alkain, una de las pioneras de la compañía mixta Jaizkibel, recita sin acritud, pero con firmeza, que durante estos 20 años ha tenido que ser atendida tres veces en el hospital por las agresiones sufridas, que su familia ha sido acosada, que incluso en su centro de trabajo llegó a sentir la presión directa por su implicación en el Alarde paritario. Pero, con todo, considera que es más lo que ha ganado, en conocimiento y en dignidad, como persona y como mujer.
Conflicto enquistado no equivale a conflicto resuelto. La verdad es que a las mujeres de estas dos localidades que desean participar en pie de igualdad en el Alarde les es imposible hacerlo con normalidad. Tras varios pronunciamientos de los tribunales, el Alarde “tradicional” de Irun ha acabado siendo un acto privado en el que se sortea la Ley de Igualdad aprobada en febrero de 2005 por el Parlamento de Gasteiz y cuyo artículo 25 prohíbe «la organización y realización de actividades culturales en espacios públicos en las que no se permita o se obstaculice la participación de las mujeres en condiciones de igualdad con los hombres».
Alkain tiene claro que solo desde la recuperación del carácter público del Alarde, el que siempre ha tenido, es posible resolver el conflicto. Y además hay que devolverle su carácter lúdico y festivo. Para todos y todas. Si hace dos décadas ya clamaba al cielo que las mujeres se vieran excluidas, hoy, en 2017, el mantenimiento de tal situación le resulta kafkiano . «Cualquier hombre puede desfilar en nuestras calles, aunque sea un turista madrileño. Pero si eres mujer hondarribitarra, no. Es insostenible y todo el mundo lo sabe» sentencia Ixabel.
Volviendo a Irun, su alarde mixto sigue creciendo paulatinamente y consigue completar el recorrido sin mayores obstáculos, aunque ignorado y menospreciado manifiestamente por el Ayuntamiento. Se celebran, en definitiva, dos alardes. En el último, que transcurrió bajo la lluvia el pasado 30 de junio, el alcalde, José Antonio Santano (PSOE) volvió a recibir en el Ayuntamiento solo al Alarde tradicionalista, ignorando por completo al mixto, que contó con el apoyo en la calle del Ararteko, Manuel Lezertua, y de una amplia representación de EH Bildu, IU y Podemos. En números, el Alarde tradicionalista congregó a cerca de 8.000 participantes, y el mixto a algo más de 1.000.
En el caso de Hondarribia, en 1997 se creó la compañía Jaizkibel, con participación de hombres y mujeres en pie de igualdad, que en los años posteriores a su creación sufrió un acoso inmisericorde por los tradicionalistas: barricadas humanas, amenazas, insultos y pedradas cada vez que intentaban realizar el recorrido del Alarde. Y sin embargo, Jaizkibel consiguió finalmente atravesar la calle Mayor, un hecho de gran simbolismo para la historia del Alarde igualitario y un logro que los “betikos” –es sabido que proclamaban que «ninguna mujer pasará nunca con escopeta por debajo del arco de Santa María»– no pueden soportar. De ahí que, mientras esperan el paso del Alarde tradicionalista, insistan en extender plásticos negros y dar la espalda a Jaizkibel.
Aunque el número de participantes en el Alarde mixto aumenta año tras año, y hay hombres y mujeres suficientes para formar dos compañías, sus impulsores no desean hacerlo para evitar la imagen de dos alardes simultáneos en Hondarribia. En números, unos 4.000 efectivos desfilarán hoy en el tradicionalista, y cerca de 500 lo harán con Jaizkibel.
Capítulo aparte merece la actitud de las instituciones. Por activa o por pasiva, todas aquellas que controlan PNV o PSOE, desde los dos ayuntamientos hasta el Gobierno de Lakua pasando por la Diputación de Gipuzkoa –excepto cuando la gobernó Bildu– han optado por ignorar los alardes mixtos y favorecer a los discriminatorios. Todo el discurso de la igualdad de derechos, que se enseña desde las escuelas infantiles y se pronuncia solemne y periódicamente por Lehendakaritza, deja de regir o se aplica muy laxamente en cuanto se toca el Alarde.
Alkain subraya, en lo que respecta a la Diputación de Gipuzkoa, el paso atrás dado en esta legislatura. En la anterior, el ente foral se implicó en tender puentes entre los promotores del Alarde tradicionalista y el público, en el marco del departamento de Igualdad. En la actual, el tema ha pasado al departamento de Convivencia y, a pesar de solicitarlo reiteradamente Jaizkibel, ni desde Convivencia ni desde el gabinete del diputado general han recibido respuesta a su petición de reunirse. «¿De qué valen todos los programas por la igualdad, contra la discriminación, contra el sexismo, si luego tenemos un problema evidente en nuestro territorio y ni siquiera se contesta a nuestra petición de tratar el tema?», se pregunta.
Sin embargo, y como hemos apuntado al principio, no hay marcha atrás. Son demasiados años de esfuerzo, demasiados sacrificios personales, y demasiada convicción en lo justo del empeño, como para no continuar avanzando paso a paso hasta la plena igualdad en el Alarde. Las lecciones de la Historia son para aprenderlas y los plásticos, por muy negros que sean, no tapan derechos; al contrario, exhiben vergüenzas.