Los catalanes son raros No lo digo en el mal sentido. Pero hacen las cosas de una manera diferente a los vascos. Y en muchas ocasiones nos descolocan. No los acabamos de entender del todo, lo que no deja de tener su encanto. En general, nos llevamos bien, tenemos muchas complicidades tejidas entre nosotros. Pero no nos entendemos del todo. Siempre hay un punto de incomprensión, que en ocasiones puede llegar a ser fuente de conflictos que generalmente no llegan a más, por fortuna.
Reconozco que ha habido momentos en los que no he comprendido del todo la estrategia catalana hacia la República. Y creo que nos ha pasado a muchos vascos. ¡Pero lo han conseguido! ¡Los jodidos de ellos tienen su República!
Uno de los momentos en los que no entendía nada fue el jueves al mediodía. El día parecía tranquilo y bajamos a cubrir la manifestación estudiantil. Estábamos en Plaça Universitat cuando al mediodia estalló la sorpresa. Puigdemont convocaba elecciones y no proclamaba la República. Y encima Urkullu estaba en el ajo como mediador. Fue un bajón de los buenos. No entendía nada y me temía lo peor. Me tocó hacer guardia en la sede de ERC. Vi caras largas, preocupación. Las filtraciones que llegaban del interior de la sede hablaban de que ERC estaba dispuesta a dejar el Govern si Puigdemont insistía en convocar elecciones. Personalmente, temía que volvían los tiempos de división entre las fuerzas independentistas que tanto ha costado superar. Lo dicho, un bajón de los buenos.
Para las cinco de la tarde, mientras recuperaba fuerzas con un plato combinado –hamburguesa, patatas y ensalada– escuché a Puigdemont en la tele diciendo que no convocaba elecciones porque Madrid seguía con el 155. Alivio. Se mantenía la sensación de no entender del todo la operación. Pep Sauret, uno de los miles de ciudadanos que acudieron el viernes a las inmediaciones del Parlament y a quien entrevistamos en NAIZ, me lo dejó claro. Fue una jugada para dejar en evidencia a Madrid y sus intenciones de aplicar el 155 y humillar a Catalunya hiciese lo que hiciese la Generalitat. A partir de ahí había vía libre para proclamar la República. ¡Malditos estrategas! Nuestros cerebros cantábricos son incapaces de alcanzar ese nivel.
Luego, a esperar. Y tras la proclamación, la celebración. Lágrimas que se contagian. Emoción. Fiesta, pero dentro de un orden. Y es que son raros hasta para eso.