Cuatro vidas de sufrimiento para una autocrítica colectiva
Voces nuevas de víctimas conocidas y desconocidas resumieron anoche en Irun el enorme dolor provocado por las violencias políticas. Una aportación conjunta, impensable hace bien poco, con un objetivo que resumió Alberto Muñagorri: «Hacer autocrítica para una sociedad mejor».
El nombre de Muñagorri marcó aquel verano de 1982. Tenía diez años cuando le explotó una mochila-bomba colocada por ETA ante Iberduero, en Errenteria. Las heridas fueron terribles, las secuelas siguen patentes hoy. Incluyen la pérdida de un ojo y de una pierna: su madre recurrió a un cuento de piratas, ‘‘La isla del tesoro’’, para explicárselo. Aquellos 16 días en la UVI fueron solo el comienzo. Luego, recordó ayer en la Plaza de la Memoria de Irun, recibió mensajes de los futbolistas de la selección española, el Athletic y la Real, y también muchas cartas, pero sobre todo «desde fuera de Euskadi. Aquí hubo más silencio y cierta justificación».
A su lado, Maribel González se ponía ante el micrófono por vez primera para narrar un drama que marcó toda su vida, hace ya 41 años. La muerte de su marido a manos de un guardia civil no tuvo reconocimiento oficia alguno hasta el decreto de Lakua de 2012. Otro relato tremebundo, que interrumpieron los sollozos cuando rememoró cómo halló el cadáver de Alberto Soliño metido en una caja, con el cráneo reventado primero por un culatazo y luego por un tiro de gracia: «Lo mató dos veces». Maribel apenas tenía 24 años y se quedó viuda con tres hijos de 2, 3 y 4. Mujer de carácter, cuando fue a la Comandancia del Antiguo a preguntarles cómo saldría adelante, le espetaron: «Como si quieres meterte puta». También se plantó en Intxaurrondo para confirmar que sí, que el guardia civil que había matado a Soliño estaba allí acogido. Nunca fue castigado y solo lo acabaron despidiendo del cuerpo por temas disciplinarios.
Un abrazo entre Alberto y Maribel selló los dos testimonios. Lo había dicho Muñagorri al final del suyo: «A todas las víctimas nos une el sufrimiento, el dolor. Una parte no condena la violencia de ETA, otra no reconoce la violencia policial… no cometamos ese error, seamos capaces de hacer autocrítica para hacer una mejor sociedad».
Dos voces más en esta mesa, también novedosas. Marian Martínez, hija de Julio Martínez, concejal de Irun y kioskero tiroteado mortalmente por ETA en 1977; estaba en Madrid de viaje de estudios cuando ocurrió, se enteró del atentado al leerlo en un periódico en el tren de vuelta. Y Maider García, hija de Juan Carlos García Goena, última víctima de los GAL; una niña de 5 años que estaba de veraneo en Tolosa cuando un coche-bomba acabó con su padre, afincado en Hendaia solo para no ir a la mili.
Durante dos horas compartieron el dolor aún presente, el recuerdo del miedo y la constancia del abandono social, que abre el abanico de esa apelación a la autocrítica. Martínez evocó cómo «manifestaciones se plantaban ante nuestro kiosco y nos insultaban. Es muy fácil decir ‘algo habrá hecho’ o ‘era un chivato’». Y García sigue sin saber por qué mataron a su aita: «Durante años nadie se interesó por nosotras, familiares llegaron a insinuar que algo habría hecho». Hoy cuentan todo esto para que no vuelva a pasar, y en el caso de la hija de García Goena recalcando que «para escribir esta historia hay que conocer todas las historias; tenemos que narrarlas y que escucharlas».