Nada menos que 25.000 personas han sufrido cárcel por relación con el IRA, a las que se suman otras miles sin precisar que optaron por huir de la represión británica. En la fase final del conflicto armado, gracias a las negociaciones de paz fueron excarcelados en unos dos años casi 500 de ellos. Y el movimiento republicano se dio cuenta entonces de que no había preparado una respuesta para los problemas que acarreaba la vuelta a casa. De ahí nació Coiste, colectivo que dirige Michael Culbert, también él prisionero durante 16 años (estaba condenado a cadena perpetua) y hoy encargado en Ficoba (Irun) de abrir este Foro Social.
Culbert ha explicado que desde entonces ayudan a estas personas afectadas por problemas familiares (en algunos casos al volver «ni les conocían»), consecuencias de carácter sicológico en muchos casos, dificultades de carácter legal por las situaciones de discriminación que persisten… La financiación de los programas Peace de la Unión Europea facilitó abrir hasta 30 oficinas para atender estos casos. Hoy el dinero se ha acabado, pero persiste la mitad de ellas mediante la labor de voluntarios.
«La guerra es larga, pero la paz también es larga», ha advertido Michael Culbert como colofón a su exposición. Con todo, ha destacado los avances rotundos desde un inicio en el que los excombatientes irlandeses eran sospechosos por sistema ante la opinión pública británica: «La narrativa dominante es que los irlandeses beben mucho, que se empiezan a matar entre ellos enseguida, y que por eso tuvieron que entrar allí los británicos. Hemos tenido que interactuar con la gente para que vieran que no somos así, que no éramos monstruos».
También ha prevenido de problemas que no son materiales, sino síquicos: «Hay traumas que salen al cabo de los años, y algunos tenemos dentro una bomba de relojería». Lo ha ejemplificado en el brote maniático detectado en Holanda entre personas de una misma edad varias décadas después de la II Guerra Mundial; los expertos terminaron dándose cuenta de que esas personas habían compartido una misma experiencia traumática, la participación en la resistencia contra los nazis.
Conclusiones duras, en definitiva, narradas por Culbert casi en primera persona, pero con un corolario esperanzador: pese a todas las dificultades del camino, la reintegración se ha conseguido casi plenamente en Irlanda y en un clima de convivencia más que aceptable, sobre todo si se compara con el pasado.