Volver a casa, tan deseado como duro
Nunca hasta la fecha se había hablado de las dificultades de la vuelta a casa de presos, exiliados y deportados con tanta claridad. El caso irlandés mostró de entrada todas las dificultades, sin pararse en tabúes y resumidas en una frase lapidaria de Michael Culbert (Coiste): «La guerra es larga, pero la paz también es larga». Y Harrera aportó luego el ejemplo vasco, modélico en su desarrollo, pero que pide relevo institucional. El Foro Social toma nota de todo ello.
La manifestación del pasado 13 de enero, una vez más masiva, volvió a demostrar que pocas cosas hay más añoradas en Euskal Herria que la vuelta a casa de las personas presas, exiliadas y deportadas. Pero muy pocas veces se ha hablado de qué pasa al día, a la semana, al mes, al año siguiente... A la reintegración de estas personas dedica el Foro Social un foro monográfico, segunda parte del realizado en marzo del año pasado, que aborda la cuestión sin prejuicios ni tabúes. El realismo caracterizó la intervención inicial de Michael Culbert, del colectivo irlandés Coiste, y empapó también la posterior de Karlos Ioldi y Gabi Mouesca, miembros de Harrera Elkartea.
Nada menos que 25.000 personas han sufrido cárcel por relación con el IRA, a las que se suman otras miles sin precisar que optaron por huir de la represión británica. En la fase final del conflicto armado, gracias a las negociaciones de paz, fueron excarcelados en unos dos años casi 500 de ellos, y el movimiento republicano se dio cuenta entonces de que no había preparado una respuesta para los problemas que acarreaba la vuelta a casa. De ahí nació Coiste, colectivo que dirige Michael Culbert, también él prisionero durante 16 años (estaba condenado a cadena perpetua) y ayer encargado de abrir este Foro que se celebra en Ficoba (Irun).
Culbert explicó que ayudan a estas personas sacudidas por problemas familiares (en algunos casos al volver «ni les conocían»), afecciones sicológicas en muchos casos, dificultades de carácter legal por las situaciones de discriminación que persisten… La financiación de los programas Peace de la Unión Europea facilitó abrir hasta 30 oficinas para atenderles. Hoy el dinero se ha acabado, pero persiste la mitad de estos locales mediante la labor de voluntarios. En Harrera no hay soporte europeo, el 80% del presupuesto viene aportado por los 3.000 socios; puro auzolan.
Uno de los pasajes más elocuentes de la intervención de Culbert fue cuando avisó de esto: «Hay traumas que salen al cabo de los años, y algunos tenemos dentro una bomba de relojería». Lo ejemplificó en el brote maniático detectado en Holanda entre personas de una misma edad varias décadas después de la II Guerra Mundial. Los expertos terminaron dándose cuenta de que esas personas habían compartido una misma experiencia traumática, la participación en la resistencia contra los nazis.
Conclusiones duras, en definitiva, narradas por Culbert casi en primera persona, pero con un corolario esperanzador: pese a todas las dificultades del camino, la reintegración se ha conseguido casi plenamente en Irlanda y en un clima de convivencia más que aceptable, sobre todo si se compara con el pasado.
Del DNI al odontólogo
Harrera recogió el testigo en la segunda mesa redonda. Ioldi marcó un cuadro de dificultades que se inician en lo puramente administrativo (sacar el DNI, el carnet de conducir…), siguen en lo económico (subsidio de excarcelación insuficiente, RGI…) y continúan en la dificultad para encontrar trabajo o vivienda. A todo ello atiende este colectivo asistencial, que además ha ido articulando una red para atender necesidades médicas. Un dato: hoy ayuda económicamente a 57 personas que han vuelto a casa, bien con 500 euros mensuales si no tienen ningún otro ingreso o bien complementando el subsidio de excarcelación (426 euros durante un tope de 18 meses) hasta llegar a los 600.
¿Y las instituciones? Tanto Ioldi como Mouesca saludaron la relación entablada en estos años con ellas o con medios de comunicación, pero haciendo hincapié finalmente en que creen que en el futuro los gobiernos de Gasteiz e Iruñea deberían asumir esta labor. Mouesca trajo a colación la implicación del Ayuntamiento de Baiona en la acogida a Oier Gómez Mielgo o la disposición que ha mostrado el de Tarnos en el caso de Ibon Fernández Iradi, aunque este sigue preso.
«Es hora de crear las condiciones del retorno, y eso requiere una voluntad política firme y asegurar los medios para ello», concluyó Mouesca. También para Ioldi, la enseñanza de estos casi ocho años de labor de Harrera es que «con voluntad política se pueden hacer muchas cosas».
Pedagogía necesaria
Irlanda-Euskal Herria, dos casos diferentes pero con características comunes. Tanto Culbert como Ioldi destacaron la necesidad de «pedagogía». El primero, al subrayar que «la narrativa dominante es que los irlandeses beben mucho, que se empiezan a matar entre ellos enseguida, y que por eso tuvieron que entrar allí los británicos. Hemos tenido que interactuar con la gente para que vieran que no somos así, que no éramos monstruos». Y el vasco, por su parte, abogó por incidir en el concepto de que conseguir una inserción adecuada de estas personas «no es un problema solo suyo o de la izquierda abertzale, es un problema de la sociedad». Mouesca, con mucho énfasis, se declaró indignado por los discursos en sentido contrario.