Corina TULBURE

Ante el previsible triunfo de Orban, los jóvenes se movilizan o dejan el país

Con una oposición dividida y una agresiva propaganda electoral contra los inmigrantes, los comicios legislativos de hoy en Hungría auguran la victoria de Viktor Orban, aunque se espera que puedan impedir a Fidesz alcanzar la mayoría absoluta.

Un país para todos» quiere ser un movimiento ciudadano que logre producir un giro en una Hungría que pivota sobre el discurso extremista de Viktor Orban. Sin duda, algo muy valiente en un país cuyas calles están repletas de carteles con mensajes de extrema derecha, firmados por dos partidos: Fidesz, que se proclama de derechas y Jobbik, que se define explícitamente como de extrema derecha. No se trata de una extrema derecha aislada, sino que su campaña es oficial y públicamente apoyada por el actual Gobierno húngaro. Al lado de las imágenes contra los refugiados, figura la imagen del filántropo George Soros rodeado por los candidatos de la oposición, considerados por el partido en el Gobierno como «la gente de Soros».

Según uno de los últimos sondeos, Fidesz podría perder la mayoría absoluta parlamentaria ; ésta es la esperanza que tiene la oposición, para conseguir entrar en el Parlamento e influir en los futuros debates, restando así peso a la propaganda de Fidesz.

Pero los sondeos de hoy muestran cifras poco esperanzadoras: el Fidesz incluso pasaría a superar el 45% que le auguraban los sondeos anteriores, Jobbik, la extrema derecha, se mantendría en un 19% y la coalición de los socialistas bajaría en escaños a un 14%. Es precisamente a la oposición a quien se ha dirigido el movimiento «Un país para todos». «El movimiento se creó el pasado 2017 para favorecer la cooperación entre los partidos de la oposición y sobre todo iniciar la promulgación de una nueva ley electoral que aminore el actual monopolio de Fidesz», explica el periodista Pap Szilárd István, miembro del movimiento.

No obstante, la oposición liberal a estos dos partidos no resulta unitaria. «No existe una coherencia o intereses comunes y el electorado es muchas veces incompatible. Los que votan a los socialistas, que forman parte de la antigua elite política no son compatibles con los que votan a los verdes». En cuanto a los partidos extremistas Fidesz y Jobbik, «cuesta decir cuál es el más extremista», aclara el periodista.

El camino a la Hungría de Orban

La guerra declarada contra los inmigrantes comenzó en 2015, cuando los refugiados que huían de Siria en busca de protección internacional llegaron a la frontera serbo-húngara y quedaron atrapados en la estación de trenes de Budapest. Mahmoud Sheha es uno de ellos. Pasó varios días en la estación de Keleti y hoy estudia en la capital húngara gracias a una beca. Ahora teme por lo que puede pasar si Fidesz vuelve a tener la mayoría parlamentaria.

Desde hace tres años, los mensajes en contra de la llegada de refugiados han ido en aumento. Mahmoud se pregunta si, tras haber ingerido toda esta propaganda, la gente no empezará a rechazarlo. Cuenta que tiene amigos húngaros, pero lo que le da miedo es la política del Gobierno. Hasta ahora, tanto él como sus amigos húngaros la ha ignorado, pero temen que las cosas empeoren.

Como Rumania, Hungría tan solo es un país de tránsito para los refugiados, no un destino. Pese a que nadie se queda en Hungría, el Gobierno húngaro no ha dejado de hablar en su campaña de la «invasión» de inmigrantes.

Este rechazo a la inmigración se remonta a los primeros años de gobierno de Viktor Orban, en 2010. Con el inicio de la crisis bancaria, Orban, al frente de Fidesz, fue promoviendo un discurso, cada vez más bélico en contra de los inmigrantes, las minorías, los bancos, las multinacionales y la UE. Lo que más tarde él mismo ha definido como «la guerra por la independencia de Hungría».

Estas ideas que vertebran sus campañas tienen mucho que ver con el fracaso de la transición del antiguo sistema anterior a 1989, al actual, según considera el antropólogo social Georgo Pulay.

Como ocurrió en varios países de Europa del Este, Hungría vivió una década de privatizaciones cuya consecuencia fueron los más de 1,5 millones de desempleados. La llegada de las nuevas empresas, muchas de ellas multinacionales, no cumplieron con las expectativas de los trabajadores, que se vieron nuevamente defraudados por los sueldos precarios y por la reducción del nivel de vida. Ante este panorama y con el inicio de la crisis en 2008, el discurso extremista empezó a ocupar un espacio considerable, arremetiendo contra los extranjeros. La lista de enemigos de Hungría designados por la campaña de Orban no incide solo en los inmigrantes, sino también en la UE, la ONU y en las multinacionales, aunque él mismo las haya financiado durante su mandato con sumas más elevadas que sus antecesores. No obstante, durante sus tres mandatos ha favorecido a una red clientelar de oligarcas locales, mucho de ellos amigos suyos, como el magnate Lőrinc Mészáros. A nivel internacional, mientras ha criticado a la UE, se ha acercado a Putin y a Erdogan, socios en negocios con Hungría.

Este domingo, aunque resulte que la formación política más votada sea Fidesz, el aumento de los demás partidos muestra que se están produciendo grietas en el monopolio del discurso extremista. Si Orban vuelve a ganar con mayoría absoluta, en la organización Un país para todos consideran que muchos jóvenes emigrarán.

«Alrededor de medio millón de personas han emigrado a Inglaterra y Alemania en los últimos años por la propaganda, la emigración es una opción muy presente entre los jóvenes», afirman.