En estas décadas se ha padecido mucho en nuestro pueblo: muertos, heridos, torturados, secuestrados o personas que se han visto obligadas a huir al extranjero. Un sufrimiento desmedido. ETA reconoce la responsabilidad directa que ha adquirido en ese dolor, y desea manifestar que nada de todo ello debió producirse jamás o que no debió prolongarse tanto en el tiempo (...)».
«Somos conscientes de que en este largo periodo de lucha armada hemos provocado mucho dolor, incluidos muchos daños que no tienen solución. Queremos mostrar respeto a los muertos, los heridos y las víctimas que han causado las acciones de ETA, en la medida que han resultado damnificados por el conflicto. Lo sentimos de veras».
«Estas palabras no solucionarán lo sucedido, ni mitigarán tanto dolor. Lo decimos con respeto, sin querer provocar de nuevo aflicción alguna».
Invito a la lectora y al lector a volver a repasar los tres párrafos anteriores. Despacio. Con atención. Y a responder ahora con sinceridad si alguna vez creyeron que podrían leerlas en un comunicado de ETA, al menos sin que ello supusiera una quiebra en la base de la izquierda abertzale.
Y lean además la explicación de que este pronunciamiento descarnado se debe a que en el transcurso de su último debate, (último porque no habrá más), «la militancia de ETA ha considerado necesario mostrar empatía respecto al sufrimiento originado».
El paso lo dan, además, de forma unilateral, aunque haya una lógica petición a que «reconozcamos todos la responsabilidad contraída y el daño causado».
Pero instalados en la batalla por la imposición de un relato unívoco sobre la historia de Euskal Herria en los últimos sesenta años, sabemos –también los redactores de la declaración sobre el daño causado– que ningún otro agente político implicado en las violencias padecidas en esta tierra va a tener la responsabilidad política de hacer una declaración semejante a calzón quitado.
A la vista de las reacciones de patas cortas que se escucharon ayer por parte de dirigentes políticos, algunos con responsabilidades institucionales, era fácil deslizarse por el tobogán de las comparaciones, y preguntar –no sin razón– cuándo leeremos un comunicado semejante de los organizadores de los GAL, el BVE o la AAA. Cuándo escucharemos un «los sentimos de veras» de los organizadores de redadas con pelágica (un informe oficial del Gobierno de Lakua habla de 40.000 detenciones de los que 30.000 ni siquiera pasaron por el juzgado). Cuándo, un «nada de ello debió producirse jamás» de algún portavoz de la maquinaria jurídico-político-mediática que ha consentido que la tortura haya constituido una estrategia de Estado silenciada. Si algo se ha demostrado inútil para la producción de disidencias en el colectivo de presos ha sido la dispersión y el alejamiento, que sigue todavía a estas alturas castigando a familiares y allegados. ¿Sus autores intelectuales, cómplices y ejecutores van a pedir perdón algún día?
Y quienes hablan de la «categorización» de las víctimas podrían siquiera explicar por qué la muerte de una víctima del terrorismo conlleva una indemnización de 250.000 euros y la de una víctima de la violencia estatal (Ley 12/16 del Parlamento Vasco) solo de 135.000 euros. O por qué la gran invalidez en el primer caso se apoya con 500.000 y con 390.000 en el segundo. ¿Duele menos la muerte en un caso que en otro? ¿La invalidez depende de que haya reivindicación o no?
No debieran estas preguntas leerse hoy en tono de reproche, sino como recordatorio de todo lo que todavía falta por hacer, y como apelación a que quienes venden consejos repasen antes cómo tienen el armario.
Con esto se subraya el valor que tiene que el paso dado por ETA sea unilateral e incondicional. Iñaki Altuna rememoraba ayer en las redes un artículo suyo de 2013, en el que recogía lo ocurrido en una entrevista de “Egin” a la dirección de ETA en 1991, tras una oleada de atentados con víctimas como el niño Fabio Moreno. El dirigente habló sobre la violencia del Estado y el periodista le preguntó un simple «¿Pero ustedes dicen que no son como ellos?». Y la respuesta fue la «aportación» de un militante que llevaba en una nota escrita: «Porque no somos como ellos, nosotros llevaremos durante toda nuestra vida la carga de la dura realidad de la lucha armada [...] Ellos no querrán sentir nunca ninguna responsabilidad por muerte alguna [...] Nosotros, en cambio, sí [...] Esa es una losa que llevaremos hasta la tumba».
En su larga existencia, ETA ha reivindicado todas sus acciones y asumido todas sus consecuencias, que sus militantes han pagado personalmente de distintas maneras, muchas veces mas allá de lo que dictan las leyes. Se podrán hacer distintas valoraciones de la declaración en la que ahora asume el daño causado, pero muchos creen que es un buen ejemplo a imitar.