En dos días dos ciudadanos vascos han desestabilizado el Estado español de una manera que parece parte de una operación orquestada. Primero Iñaki Urdangarin y luego Julen Lopetegi han dinamitado dos de las instituciones más sistémicas de España, la monarquía borbónica y la selección de fútbol, «La Roja». Han actuado como ninjas del independentismo, células durmientes que en el momento menos esperado ponen una carga de dinamita en un pilar del edificio que decían vigilar.
El primero, Urdangarin, ha dado una vuelta más a la tradición borbónica y ha sido condenado por utilizar su cargo para la corrupción, uno de los males endémicos del Estado. El otro, Lopetegi, de la mano de uno de los personajes españoles con mayor poder, el presidente del Real Madrid y constructor, Florentino Pérez, ha dado un navajazo al orgullo patrio fichando por el equipo metropolitano en pleno Mundial de fútbol. Visto desde fuera del loco mundo del fútbol y del nacionalismo banal esto último parece una sandez, pero si se escucha al presidente de la Federación española, Luis Manuel Rubiales, parece que han secuestrado a su familia.
Cabe recordar que Rubiales es el sucesor de otro vasco y, al parecer, corrupto, Ángel Villar, que ganó a Juan Luis Larrea, también vasco. En esta trama, no está claro para quién trabajaban estos. Siempre queda abierta la vía de los agentes dobles.
Todo parece un capítulo de la serie ‘The Americans’, en la que células soviéticas en suelo norteamericano durante la Guerra Fría conspiran contra la Administración Reagan. Son familias «normales», que llevan una vida «normal». Vamos, como Urdangarin y Lopetegi, porque ¿qué hay más normal en España que ser un corrupto o del Madrid?