Beñat ZARRABEITIA

Dos estrellas y ninguna casualidad para Francia

Con solidez y firmeza defensiva, una capacidad física extraordinaria, optimizando las jugadas a balón parado, con la majestuosa irrupción de Kylian Mbappé, el talento de Griezmann y el liderazgo de Didier Deschamps, Francia se ha anotado su segundo entorchado mundial.

Del domingo en adelante, el combinado galo lucirá dos estrellas en su elástica. Una cifra que le iguala con Argentina y Uruguay. Un triunfo merecido que no nace fruto de la casualidad. En los últimos 40 años, los bleus se han situado por derecho propio en la élite del fútbol mundial. No lo han hecho de forma lineal, combinando grandes éxitos con sonoros batacazos. Pese a ello, el conjunto galo ha sido capaz de conjugar una serie de elementos que le han llevado a la gloria: la formación de futbolistas con uno de los mejores complejos del mundo, la integración en el equipo de jugadores cuyos orígenes residen en las colonias africanas, los territorios de Ultramar o los banlieues periféricos de las grandes urbes.

El punto de partida se remonta a mediados de los setenta. El entonces seleccionador galo Stefan Kovacs, ganador de la Copa de Europa de 1972 y 1973 con el Ajax de Cruyff, convenció al presidente de la Federación, Fernand Sastre, para crear un centro de alto rendimiento. Francia había fracasado en el Mundial de Inglaterra, apeada en la primera fase, y no se clasificó ni para México ni para Alemania. Kovacs, que accedió al cargo en 1973, se inspiró en los campos de entrenamiento del Gobierno comunista de su Rumanía natal y comenzó a sentar las bases de la construcción de una Francia campeona.

Ya de la mano de Michel Hidalgo, en 1978, Francia retornó a un Mundial tras 12 años de ausencia, con una generación de futbolistas entre los que destacaban Platini, Rocheteau o Tresor. Cuatro años después estuvieron a un paso de tocar el cielo, pero cayeron en una histórica semifinal en Sevilla ante Alemania. El conjunto germano remontó un tres a uno en contra y se acabó imponiendo en los penaltis. El partido quedó grabado a fuego en el imaginario de los aficionados por la brutal agresión del portero alemán Toni Schumacher a Patrick Battiston. El francés quedó inconsciente, pero el colegiado no pitó ni falta. Platini era hijo de inmigrantes italianos, Tresor procedía de Guadalupe, Tigana de Mali y para la Eurocopa de 1984 apareció el tarifeño Luis Fernández. Les bleus ganaron el título europeo en casa, venciendo a España en final de aciago recuerdo para Arconada. Estaban ya entre los mejores y partían como una de las favoritas para el Mundial de México, pero la federación miraba al futuro. En 1985 comenzó la construcción del centro deportivo de Clairefontaine, piedra angular del proyecto, un complejo por el que han pasado varios de los mayores talentos de las últimas décadas, casos de Henry, Gallas o Diaby, o tres de los nuevos campeones: Mbappé, Giroud y Matuidi.

Alto rendimiento en Clairefontaine

El centro de Clairefontaine, a 50 kilómetros de París, es la joya de la corona. Pero la federación cuenta con doce más. Una compleja red con la que la federación puede monitorizar y realizar tareas de entrenamiento y tecnificación con los mayores talentos desde una edad muy temprana.

Sin embargo, no siempre fueron tiempos felices. Tras caer en semifinales, nuevamente ante Alemania, en el Mundial de 1986, la retirada de Platini supuso el final de un ciclo. Fuera de los Mundiales de Italia y EEUU y con una decepcionante actuación en la Eurocopa de Suecia, Francia estaba obligada a realizar un buen papel en la Copa del Mundo que debía organizar en 1998. Previamente, en la Eurocopa de Inglaterra, de la mano de Aimé Jacquet, criticadísimo por la prensa, los bleus alcanzaron las semifinales. Fue un torneo marcado por las críticas del ultraderechista Le Pen a los jugadores de la selección, debido a su origen, color de piel o a no cantar La Marsellesa. Una selección multicultural con Zidane, Desailly, Thuram, Lizarazu, Deschamps o Karembeu, entre otros. El documental “Les bleus: Une autre histoire de France”, producido por Netflix, aborda la cuestión. Desde los ataques iniciales, hasta la idealización mediática de la integración tras los triunfos en el Mundial de 1998 o en la Eurocopa de 2000, hasta las acusaciones de tinte xenófobo lanzadas contra los jugadores. Entre ellos, destacan la respuesta de Thuram a Sarkozy después de que el mandatario tildase de «gentuza» a los jóvenes que protestaban en los suburbios o el editorial de “L’Equipe” en el Mundial de 2010, tras el motín interno en plena competición, en el que calificaba a algunos jugadores como «raperos de suburbio».

Los campeones de 1998 entonaron el canto del cisne en 2006, perdiendo la final contra Italia en los penaltis, en un partido que será recordado por el cabezazo de Zidane a Materazzi. Desde entonces, muy especialmente tras el citado fiasco y escándalo de Sudáfrica, la Federación se ha encomendado a líderes de aquella generación para comandar la nave. Primero fue Laurent Blanc, que no llegó a cuajar, y después Deschamps. El labortano, capitán 20 años atrás, ha sabido construir un bloque firme. Sin fisuras. Superada la decepción de perder la Eurocopa en casa ante Portugal, los bleus han mostrado su fortaleza en Rusia. 14 futbolistas con raíces africanas, otros con origen en Ultramar y que, pese a su juventud, han mostrado una gran madurez. Para muchos, era su primera participación en un Mundial.

Deschamps ha contado con la mejor plantilla de un campeonato en el que también han participado otros 29 futbolistas con nacionalidad francesa. En total, 52 jugadores galos. El labortano, además, se ha permitido el lujo de poder dejar en casa a futbolistas como Benzema, Sissoko, Coman, Laporte, Rabiot, Martial, Lacazette, Kurzawa o Ben Yedder. En definitiva, una sobreproducción de talento. Ahora, con dos estrellas en su elástica, partiendo como una de las grandes favoritas para ganar la Eurocopa de 2020 y con la participación en la Copa Confederaciones de 2021 garantizada, Francia deberá superar el síndrome del campeón. Y es que los ganadores de los títulos mundiales de 1998, 2006, 2010 y 2014 no superaron la primera ronda en su siguiente participación. A los bleus se les presenta ahora el reto de romper dicha tendencia.