Ion T. BARRENA

La fiesta que arrancó hace 40 años «al margen de todo oficialismo»

La fiesta y su carácter popular fueron la muestra de una Bilbo que iniciaba una nueva etapa vital. En agosto de 1978 nacía la Semana Grande que conocemos hoy, aparecía por sorpresa Marijaia y el empuje popular sorprendía a diestro y siniestro en un verano marcado por los trágicos sanfermines de Iruñea. Así lo contó ‘Egin’.

La expectativa era alta, suponía romper con 40 años de franquismo y con una semana grande bilbaina hecha imagen y semejanza de cuatro décadas de dictadura. Todo estaba dispuesto para iniciar una nueva época festiva y había ganas. Titular en ‘‘Egin’’ el 19 de agosto de 1978, sábado: «Al margen de todo 'oficialismo' hoy comienzan las fiestas de Bilbao».

Últimos instantes antes de la hora H. La ciudad estaba preparada pero ‘‘Egin’’ daba cuenta de «negros nubarrones» que «la máquina burocrática del ayuntamiento de Bilbao parecía empeñada en agigantar». Dos elementos habían centrado las pegas del Consistorio; el corte del tráfico y el presupuesto acordado. El primero se había superado días antes y ahora quedaba «la pela». La Comisión había solicitado doce millones de pesetas, el Ayuntamiento concedió ocho y ante el previsible agujero, según recoge ‘‘Egin’’ en la previa festiva, la comisión había interpelado al grupo de banca bilbaina para que aportase tres y cuadrar así las cuentas. Se reunían ese mismo sábado.

20 de agosto de 1978, «Bilbao: Semana Grande y popular». Solventados los obstáculos, todo eran flores para este nuevo experimento. Fue un inicio «cuya animación y colorido sorprendían en unas fiestas precipitadamente organizadas y que carecían de cualquier antecedente en los últimos cuarenta años». La foto de portada era para María Isabel Arceniega, chupinera que lanzó el cohete anunciador.

En páginas interiores el protagonismo era para una invitada de honor no esperada: «Marijaia, la sorpresa que nos ha deparado a todos la comisión de fiestas, de la que nadie tenía noticia hasta el mismo día de ayer».

Nacía un mito, un icono indiscutible de la semana grande bilbaina: «Marijaia es la señora de la fiesta, una mascarada grande realizada por la pintora bilbaina Mari Puri Herrero, de unos dos metros de altura, regordeta y festiva que representa el comienzo, la permanencia y el final de las fiestas».

A excepción del momento en el que aparece la reina de la fiesta, entonces en Begoña y ahora en el Arenal, el rito se ha mantenido durante cuatro décadas, «Marijaia iniciaba la bajada de Begoña nada más lanzar el chupinazo y dar comienzo las fiestas. Permanecerá en el paseo del Arenal durante todos los festejos y al final se quemará para meterla en el gran ataúd que se tirará a la ría para terminarlas».

Seguramente era la parte «oficial» la que más dudaba del éxito de la apuesta por unas fiestas populares; en gran parte, porque había quedado fuera de la organización efectiva de estas. En el ecuador de la semana grande, el alcalde José Luis Berasategui, todavía franquista, recibía a ‘‘Egin’’&flexSpace;en su despacho y no ocultaba su asombro: «Mi impresión era que iba a haber una participación escasa y la sorpresa para mí ha sido que la participación ha resultado masiva en un agosto con Bilbao vacío».

«Martín, no jodas la fiesta»

En la entrevista, Berasategui anunciaba otro de los puntos acordados con los organizadores de Aste Nagusia. La comisión le planteó que «la fuerza pública no estuviera presente en los actos del programa por las recientes experiencias que se han dado en otras ciudades». Una exigencia a la que la Alcaldía accedió.

Y es que los recientes «sanfermines rotos» de Iruñea estaban muy presentes en la primera semana grande popular de Bilbo. Había pasado un mes de la intervención de la Policía Armada que costó la vida al joven Germán Rodríguez, de la represión a las protestas contras esta actuación en Donostia que desembocaron en la muerte de Joseba Barandiaran y del asalto policial a una Errenteria cerrada a cal y canto por la huelga general posterior. Se habían creado las Comisiones Investigadoras de Euskadi para esclarecer lo ocurrido y estas tendrían un espacio preferente en una Aste Nagusia vinculada al momento político que vivía el país.

Desde el primer día de fiestas, lo ocurrido en las otras capitales tendría un protagonismo especial en Bilbo. «Cuarenta y cuatro comparsas, grupos de danzas, grupos infantiles, fanfarrias y bandas de cartón tomaron parte ayer en la bajada de Begoña», relataba ‘‘Egin’’. «A pesar de las numerosas llamadas de la comisión organizadora para que no se politizaran demasiado las pancartas, ni las fiestas, en general, la verdad es que las alusiones políticas referidas a Martín Villa, a Fraga, o a otros políticos, así como los temas cotidianos de urbanismo, transportes, etc., hicieron su aparición en numerosas pancartas».

La crónica citaba dos ejemplos, el de la comparsa de Uribarri, que sacó una tela en la que se leía ‘‘Amnistia orokorra»’’, y el de la comparsa La Peña Abusu, dirigida al ministro de Interior español de este modo: «Martín, ten cuidado, no nos jodas las fiestas de Bilbao».

«La fiesta terminó en paz»

...y Martín Villa no lo hizo. Eso sí, hubo un incidente grave durante la Aste Nagusia, no provocado sino accidental. Una marquesina se cayó el 23 de agosto durante la sokamuturra en el Arenal. Una persona murió por ello y hubo once heridos.

El hecho, aunque fortuito, fue aprovechado por la extrema derecha para ahondar en su «provocación», según apuntaba ‘‘Egin’’ en un artículo publicado el último día de fiestas y cuyo títular era elocuente: «En Bilbao, la fiesta terminó en paz».

El diario había recibido un aviso de la extrema derecha el día del accidente: «Casi tres horas después de que se viniera abajo la marquesina, recibimos una llamada telefónica en nuestra redacción en la que una voz de hombre dijo lacónicamente: 'En la cabina telefónica que está enfrente al cine Izaro hay un sobre para ustedes'».

El mensaje, firmado por el Frente de Defensa Nacional y la Alianza Apostólica Anticomunista, se hacía cargo del accidente y afirmaba que había sido provocado «para protestar por estas fiestas que están llenas de odio y rencor hacia esos cuarenta años de paz y bienestar que nos dio nuestro caudillo». Añadían que «no comprendían» cómo «la policía armada puede dialogar con personas que les están pidiendo que se vayan» y añadían que «esta clase de fiestas no pueden ser cuando son para un pueblo sin civilizar». El texto concluía al grito de «Gora España (sic). Viva la semana grande bilbaina».

‘‘Egin’’ decidió «retenerlo hasta que finalizaran las fiestas» al considerar que «rezumaba un absurdo oportunismo que descalificaba su veracidad»; que, tal como destacaron estamentos institucionales y sociales, «el accidente fue fortuito»; y que «estábamos en fiestas».

En ese mismo artículo daba cuenta de otros «intentos de desestabilizar» la semana. Citaba a la Triple A, que «actúa de nuevo, esta vez contra la fotocopistería Askatasuna, causando cinco millones de pesetas en pérdidas» en lo que era, según ‘‘Egin’’, «otro intento claro de desestabilizar las jornadas festivas que veníamos viviendo».

En la misma pieza periodística se relataba el «balance positivo» de la comisión de fiestas y el «deseo expresado por las comparsas de comenzar a organizar ya las fiestas del próximo año». Las comparsas daban cuenta de «la probabilidad de que un partido mayoritario, que bien pudiera mandar en el ayuntamiento después de las municipales, estaría interesado en monopolizar la organización de las próximas fiestas». Desde las comparsas afirmaban que «alguien ha pasado por las txoznas pidiendo nombres y números de teléfono de sus responsables (...) Sería un error que un partido intentara capitalizar las próximas fiestas». Las primeras elecciones municipales tras el franquismo se celebraron en abril del año siguiente (Resultados de las municipales de abril de 1979: PNV, 39,31% de votos y 13 concejales; Herri Batasuna, 17,26% y 6 concejales; UCD, 17,22% y 5 concejales, PSOE, 13,87% y 4 concejales; Euskadiko Ezkerra, 5,55% y 1 concejal).

El broche... en calzoncillos

A las 0 horas del 29 de agosto terminaban «las fiestas de Bilbao, las primeras de neto carácter popular» al «consumarse el entierro» de Marijaia. «Todo el mundo estaba triste», relata el cronista dando cuenta del compromiso de aquella pluma con la fiesta popular, «y daba pena que se terminaran, por eso decidimos prolongarlas, organizando una carrera de calzoncillos que EGIN vió desde dentro». Aun viviendola desde la primera línea, el cronista fue incapaz de dictaminar quién ganó aquella última carrera: «Resultó imposible la identificación de la marca de los calzoncillos dado que la prueba atlética no incluía la inscripción previa entre sus normas, por lo que se corrió sin número a la espalda (del calzoncillo), lo que hizo imposible identificar los bañadores».

El párrafo final de la última pieza festiva era para la despedida de una Aste Nagusia y una cobertura inolvidables: «Por nuestra parte, y por si corremos el riesgo de que se nos olvide, agradecemos a la comisión organizadora que, sufrida ella, ha soportado las mil y una llamadas que le hacíamos al cabo del día a todas las comparsas y a todos aquellos que han hecho posible que llegue hasta nuestras páginas esta copiosa información que hemos podido ofrecer gracias a la fabulosa colaboración recibida. Gracias y hasta el próximo año». Hasta hoy.