Mucho se ha especulado sobre la temeridad de los secuaces del hombre fuerte de Arabia Saudí, MBS, para torturar, matar, y en su caso descuartizar, a Jamal Khashoggi en pleno consulado. Poco sobre la osadía del propio periodista, que acababa de regresar de Londres de participar en un foro organizado por los Hermanos Musulmanes –bestia negra para la satrapía de los Saud– y en el que, entre otras perlas, según la BBC, Khashoggi aseguró que hasta un palestino era más libre en Ramallah que un saudí en Jedda porque aquel por lo menos podía protestar.
El periodista ya temía una encerrona después de que fuera al consulado el 28 de setiembre a recoger un certificado para poder casarse y le hicieran regresar cinco días después alegando que les faltaba un papel, y advirtió a su novia, turca, para que se pusiera en contacto con el Gobierno de Erdogan en caso de que desapareciera.
Quizás pensó que su pertenencia a la familia Khashoggi le daba inmunidad. No en vano ese influyente clan de origen turco –atención al dato– fue fundado por Mohamed Khashoggi, médico personal del difunto fundador del reino, Abdelaziz Bin Saud; y ha dado, entre otros, al famoso traficante de armas Adnan Khashoggi y a la escritora Samira Khashoggi, madre del novio (al Fayed) de la finada Diana de Gales.
El periodista, sobre quien la única duda por saber es dónde están sus restos, tenía buenas relaciones con miembros de la casa real saudí y quizás eso le llevó a un error de cálculo fatal. Fue consejero del destituido jefe de la Inteligencia saudí, Turki al Faisal, y tenía amistad con el multimillonario Alwalid Bin Talal, uno de los cientos de príncipes purgados el año pasado por MBS y confinados en los hoteles Ritz y Carlton de Ryad hasta que entonaron el mea culpa corrupto y abonaron multas no menos multimillonarias.
Siendo como era producto del régimen saudí, Jamal Khashoggi debió haber caído en la cuenta de que si MBS ha sido capaz de descabezar a los servicios secretos, de purgar a la corte yde mantener desde hace dos años en prisión domiciliaria al destronado heredero natural al trono, su primo hermano Mohamed bin Nayaef, no iban a dudar en acallar su voz, cada vez más incómoda al alinearse progresivamente con los críticos de la salvaje intervención saudí en Yemen y con sectores de la oposición saudí animados por Qatar, monarquía del Golfo que sufre un embargo total por parte de Ryad.
MBS suma demasiados enemigos, no se siente seguro y, con la salvaje ejecución de Khashoggi, ha mandado el mensaje inequívoco de que no habrá piedad con los disidentes. El tiempo dirá si sale indemne de esta arriesgada jugada o si paga su osadía olvidándose de aspirar a suceder a su padre, el rey Salman..