Iker BIZKARGUENAGA

Cambiar la hora, un ritual engorroso a punto de caducar

La mayoría de los habitantes de la Unión Europea afirma que el cambio de hora afecta a su vida de forma negativa, mientras que el ahorro energético que persigue esta medida ha resultado ser muy limitado. Así que Bruselas ya le ha puesto fecha de caducidad.

Este fin de semana decimos adiós al tiempo soleado que nos ha acompañado en las últimas jornadas y también al horario de verano que ha regido nuestras vidas desde marzo. Entramos en el horario de invierno, y esta noche, si nos acordamos, atrasaremos nuestros relojes, de modo que a las 3.00 serán las 2.00, para alborozo de la chavalería jaranera y consternación de quienes hace poco andaban cerrando bares y ahora, con criaturas pequeñas en casa, se preguntan qué hacen levantados un domingo de lluvia y frío a las seis de la mañana.

Es el ritual de todos los años, engorroso y nada popular. Y precisamente por ello es posible que no lo repitamos el próximo otoño. Y es que a partir del año que viene la hora pasará a ser siempre la misma, con independencia de lo que diga el calendario, y la Comisión Europea ha emplazado a los estados miembros de la UE a decidir antes de abril del próximo año si prefieren quedarse con el horario de verano o si eligen el de invierno. Cinco meses para ultimar un debate donde entran en juego diferentes factores, desde el económico al geográfico, pasando por las costumbres de ocio y el clima.

Los estados y la Eurocámara todavía tienen que ratificar esta medida, pero no es probable que el Parlamento ponga ninguna pega, pues esa institución promovió la consulta en la que participaron más de 4,6 millones de personas, con un respaldo muy mayoritario a acabar con el cambio de hora.

De esta forma, Bruselas quiere que el último cambio horario sea el que se lleve a cabo el 31 de marzo de 2019, aunque los países que opten por volver a la hora de invierno podrán volver a atrasar sus relojes el 27 de octubre de ese año, esta vez de forma definitiva. La Comisión Europea ha dado libertad para que cada miembro decida qué horario establecer de forma permanente, sin orientar la decisión en un sentido o en otro, aunque confía en que se altere lo menos posible la cohesión horaria y se mantenga cierta uniformidad, para no afectar al mercado interior ni al transporte intraeuropeo.

Ahorro limitado, afección evidente

La costumbre de atrasar el reloj en invierno y adelantarlo en verano viene de lejos, pues Alemania, Rusia y EEUU comenzaron hace un siglo, pero se empezó a generalizar en los años 70, tras la primera crisis del petróleo. Pretendía aprovechar mejor la luz del sol y consumir menos electricidad en el ámbito laboral. Sin embargo, el ahorro energético ha resultado ser bastante limitado, entre el 0,5 y el 2,5% según estudios de la Comisión.

Estimaciones del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía citadas por Europa Press indican asimismo que el potencial de ahorro en iluminación podría alcanzar en torno a 300 millones de euros en el Estado español. De esa cantidad, 90 millones corresponden al potencial de los hogares, lo que supone seis euros por vivienda, y los 210 millones restantes se ahorrarían en los edificios del sector terciario y en la industria. No es una cantidad elevada, y no parece capaz de compensar las consecuencias que esta medida provoca en nuestra salud.

Y es que no se trata de una costumbre inocua. A nuestro cuerpo, que prefiere la rutina y el equilibro, le cuesta adaptarse a los cambios bruscos, y está comprobado que con el cambio de hora se produce menos melatonina, que es una hormona que facilita el sueño y regula los estados de vigilia según la luz solar. Esta alteración puede afectar al ritmo circadiano y provocar, en esta línea, una mayor sensación de cansancio al levantarse cuando todavía no ha amanecido. Los efectos del cambio de hora en invierno empiezan por problemas para conciliar el sueño y, de esta forma, podemos ser víctimas de una sensación de cansancio constante. Además, este hecho puede provocar sensación de irritabilidad, cambios en el estado de ánimo... Un malestar general que puede durar varios días o semanas, hasta que el cuerpo acompasa su ritmo al nuevo horario.

La singularidad del Estado español

En el Estado español, Pedro Sánchez anunció en setiembre la creación de un comité de expertos para abordar las ventajas o inconvenientes de cada una de las opciones. De momento, hay quienes apuestan por el horario invernal y quienes prefieren el veraniego. Así, aquellos territorios cuya economía está vinculada en gran medida al turismo, como el levante peninsular, desean que se establezca la hora de verano, ya que la luz solar se mantendría hasta más tarde, para agrado de los turistas. Gozar del sol casi a las 22.00 en época estival es un lujo del que no quieren desprenderse. Hace dos años la Comunidad Valenciana y Baleares hicieron una declaración abogando por establecer el horario de verano. Por contra, en Galiza la mayoría no quiere ni hablar de ello, pues con ese horario en invierno amanecería muy tarde; podrían ser las 10.00 y estar todavía oscuro.

Hay que tener en cuenta, en este sentido, que el Estado español se sitúa fuera del huso horario que le corresponde por su posición en el planeta. Si nos fijamos en el mapa de Europa, vemos que la Península Ibérica se sitúa casi en su totalidad al oeste del Meridiano de Greenwich –también conocido como meridiano cero o primer meridiano–, que pasa por Catalunya, en una posición parecida a la de Gran Bretaña o Irlanda en términos de longitud geográfica. A pesar de ello, el Estado español va una hora adelantado sobre esos dos países, y respecto al Tiempo Medio de Greenwich (GMT, por sus siglas en inglés) la diferencia es de una hora en invierno y de dos horas en verano. Por tanto, la hora estatal está entre una y dos horas desacompasada respecto a la que debería ser.

En el caso de Galiza la distancia es incluso mayor, ya que su parte más occidental entra en la zona horaria GMT -1, es decir, debería tener una hora menos que Greenwich. Y sin embargo tiene una o dos horas más, de modo que el desequilibrio es de hasta tres horas, que se mantendrían de forma permanente si se estableciera el horario de verano.

La arbitrariedad de fijar la hora al margen del huso geográfico provoca situaciones tan llamativas como que A Coruña tenga solo una hora menos que Damasco, en el extremo oriental del Mediterráneo, y que vaya una hora por delante de Londres pese a estar ubicado más al oeste. O que en Euskal Herria hoy haya amanecido entre las 8.31 y las 8.42, mientras en lugares con la misma hora que nosotros han visto el sol mucho antes: a las 7.22 en Varsovia, a las 7.36 en Roma y a las 7.53 en Berlín. Aunque, bien mirado, es posible que hoy no veamos el sol ni a mediodía. Es el invierno, que llega sin pedir hora.

 

Franco sincronizó su reloj con el de Hitler y ahí se quedó

El motivo por el que el Estado español lleva el reloj adelantado no tiene que ver con el ahorro energético ni con ninguna otra consideración de carácter económico, sino que responde a un capricho estrictamente ideológico. Y es que poco después de que triunfara la sublevación fascista del 36, y con la Segunda Guerra Mundial recién comenzada, el Gobierno del dictador Francisco Franco promulgó una orden ministerial ordenando que el horario estuviera en consonancia con el de los países sometidos al III Reich o en la órbita del régimen nazi y la Italia fascista de Mussolini. De esta forma, dejó de compartir el huso horario con Gran Bretaña y Portugal para hacerlo con Alemania y Polonia.

Fue el 7 de marzo de 1940, y el artículo 5 de aquella orden ministerial indicaba que llegado el momento se señalaría la fecha en la que sería restablecida la hora normal, correspondiente al Meridiano de Greenwich (GTM 0), pero han transcurrido casi ocho décadas y las manecillas siguen adelantadas. No solo una hora, sino dos en verano, y quizá todo el año a partir de 2019. I. B.