Lo que en cualquier sitio es un hecho lógico y habitual, que un gobierno en minoría no logre sacar adelante sus presupuestos, ha devenido en visible trauma para el PNV. Si surrealista fue que el miércoles noche la responsabilidad se quisiera cargar a EH Bildu, algo ridículo por ser fuerza de oposición y porque con quien realmente Urkullu quería pactar de inicio era con su anverso ideológico, elocuente fue la reacción ayer. Comenzó Ortuzar negando cualquier subida a los pensionistas a modo de represalia a EH Bildu, lo corrigió luego Azpiazu pidiendo calma y abriendo la puerta a soluciones, y después fue el lehendakari quien retomó el discurso duro acusando a su interlocutor de engañarles y tratando incluso de negar que se hayan negociado subidas de pensiones, cuando en los últimos días sus ofertas económicas al respecto las había hecho públicas no EH Bildu, sino el mismo Azpiazu.
Pero la mayor falacia de Urkullu es decir que se han topado «con la izquierda abertzale de siempre». Si eso fuera cierto, si EH Bildu no hubiera salido de la zona de confort de la pancarta y la enmienda a la totalidad, el lehendakari se sentiría hoy bastante más cómodo. Pero se ha encontrado una nueva situación: la de un rival político que ha apostado por arriesgarse a una negociación auténtica, conectada con las urgencias sociales, con propuestas y números, y además transparente. A hacer política, en suma, lo que tantas veces le había exigido Sabin Etxea a esa izquierda abertzale. Y resulta que ahí al Gobierno de Lakua se le han visto todas las costuras. Empieza otro partido.