Beñat ZALDUA
IRUÑEA
Elkarrizketa
ROBERTO VALENCIA
PERIODISTA

«En estratos pobres, la mara es una forma fácil de ganar respeto»

Gasteiztarra de nacimiento, hace más de tres lustros que El Salvador es el país de Roberto Valencia, donde tiene su trinchera periodística en “El Faro”. Fruto de ese trabajo de 15 años es “Carta desde Zacatraz” (Libros del K.O.), un libro más que recomendable para acercarse al fenómeno de las maras.

Gustavo Adolfo Parada Morales, «El Directo», fue el primer pandillero que saltó a las primeras planas en El Salvador a finales de los 90. ¿Por qué nos debería interesar su historia?

El Salvador es un país de América Latina en el que, según un documento de la Policía que conseguí bajo manga, hay al menos 64.000 pandilleros activos, a los que hay que sumar el montón de muertos en esta guerra brutal. ¿Por qué él? Este pandillero fue el elegido por el sistema para tener una serie de debates; aunque hay otros pandilleros con mayor currículum, se le acusó de cometer 17 asesinatos con 17 años, emergió en el momento preciso y quedó en la conciencia colectiva como el sinónimo del mal. Salvando las distancias, es una figura como la que en el Estado español ocupaba el Lute.

En realidad «El Directo» es el vehículo que utiliza para explicar las maras. ¿Qué ocurrió para que pandillas que existen en cualquier otro lugar del mundo evolucionasen hasta convertirse en el principal problema de seguridad pública?

El fenómeno del asociacionismo juvenil no se inventó en El Salvador. En todo el mundo se juntan jóvenes pensando que su barrio es este y con cierta rivalidad con el barrio de enfrente. El fenómeno concreto de las maras, surgidas en el entorno de Los Angeles, viene importado de EEUU con las primeras deportaciones masivas a finales de los 80 y principios de los 90. El problema es que en El Salvador de la posguerra, esa semilla cae en terreno fértil: una pobreza brutal, una desigualdad enorme, una sociedad donde el clasismo y el individualismo no están mal vistos, una sociedad que históricamente ha solucionado sus problemas por la vía violenta, y un Estado con una presencia muy débil.

¿Qué ofrece la mara a un chaval de 12-13 años en un entorno empobrecido?

Es algo que a veces cuesta entender, porque estar en una mara no es cualquier cosa; para empezar, tienes un rito de iniciación que es una paliza en la que no te puedes defender. Pero hay que entender las razones que mueven a la gente en esos estratos pobres y desestructurados, en los que la pandilla emerge como una oportunidad rápida y efectiva de ganar respeto. Estar en una pandilla significa que si tienes un padre que te golpea, a partir de ese día tienes una pandilla que te defiende.

¿Las instituciones han acertado en algún momento a la hora de encarar el problema?

La evolución de las pandillas en El Salvador responde mucho a los estímulos de los gobiernos y del Estado, que con el arranque de siglo ven un potencial electoral. En 2003 se lanza el plan Mano Dura y se inaugura el manodurismo, que ha sido la tónica que ha movido al Gobierno de turno, ya fuese de derecha o de izquierda, y eso ha complicado más el problema. Por ejemplo, separando a los presos por maras en distintas cárceles que ellos controlan, el Estado ha facilitado la organización de las pandillas a nivel nacional, algo que antes no se daba. Las políticas públicas no han servido para nada, por mucho que la gente las aplaudiera, porque no nos engañemos, la sociedad salvadoreña sigue exigiendo este tipo de medidas, de hecho, el debate está ausente en la campaña actual.

¿Ve alguna ventana abierta a la esperanza?

Lo digo siempre con pena, porque tengo dos hijas de 5 y 9 años y soy parte de esa sociedad, pero yo no tengo muchas esperanzas de que a corto-medio plazo cambien radicalmente las cosas, porque la sociedad tampoco pide ese cambio, nadie apuesta, por ejemplo, por la rehabilitación en los centros penales. Ahora mismo llevamos dos años con unas medidas denunciadas por la ONU, según las cuales los pandilleros no pueden ni recibir visitas en la cárcel, algo que choca con cualquier idea de reinserción. Lo que eso hace, además, es que las pandillas tengan ya un sistema para garantizar un flujo de activos, porque muchos presos van saliendo después de cumplir la condena y se reincorporan. No parece que vaya a cambiar, aunque sea un despropósito, porque fíjate, aunque quisiesen meter a todos en la cárcel, y son 64.000 más 4-5 personas de entorno por cada uno, en El Salvador hay 18.000 plazas carcelarias, lo cual ya es mucho en un país de seis millones de habitantes. Y el número de personas presas es de 40.000. Las cárceles están hacinadísimas.

¿No ha cambiado nada tras una década con los exguerrilleros del FMLN en el poder?

Fue la gran alegría que tuve en mi vida, y creo que eso también contribuyó a la decepción. Después de diez años el neoliberalismo sigue vigente, con las pandillas no ha cambiado nada excepto el momento de la tregua entre 2012 y 2013, y hay muchas cosas básicas que siguen igual. Por ejemplo, El Salvador sigue siendo noticia cada día por tener una de las políticas de aborto más restrictivas de todo el mundo. Después de dos gobiernos, la deuda es mucha.

¿Relacionaría la caravana de migrantes centroamericanos rumbo a EEUU con las pandillas, al menos en El Salvador?

Hay una relación directa, al menos en el caso de El Salvador, porque hay matices entre los países. Por ejemplo, imagínate que tu vives en una colonia, un barrio, controlado por una pandilla y una calle más allá, tras una frontera invisible, hay otro barrio con otra pandilla. Si tu tienes la escuelita, hasta noveno grado en tu barrio, bien, pero si luego te toca ir al instituto que está al otro lado de esa frontera, no vas a ir. Ese joven no va a poder ir, aunque no tenga nada que ver con las pandillas, y si va puede acabar siendo una cifra más en las estadísticas de homicidio de final de año. Hasta ese punto está condicionada la vida por las maras en esos estratos.

¿Es un fenómeno pasajero el de las caravanas?

No lo creo. La migración lleva 40-50 años y las rutas están muy establecidas. Lo novedoso es el hecho de salir en grupos. Se ha especulado por las razones, pero para nosotros es muy fácil: la gente ha visto en ello una manera de hacer muchos kilómetros de una forma más segura. Siempre hay riesgos, pero no es lo mismo hacerlo en grupos de tres o cuatro personas que hacerlo en grupos de 100, 500 o 1.000. En particular para las mujeres; piensa que el mismo coyote de confianza les decía a las mujeres que se pusiesen una inyección para no quedar embarazadas, porque yendo pocos era muy probable que la violasen. La caravana tiene otros problemas, pero creo que es una fórmula que ha venido para quedarse.