El marco estatal impone obviamente su lógica en los comicios a Cortes españolas. La serie histórica del cuadro adjunto lo refleja. Por dar tres botones de muestra, en las primeras elecciones posfranquistas en que todas las fuerzas principales concurrían (1979) el unionismo sumó quince escaños en Euskal Herria (ocho UCD, seis el PSOE y uno UPN) frente a once abertzales (siete del PNV, tres de HB y uno de EE). Ese 15-11 pasó a ser 16-8 en 1993 ó 2000; daba igual que a nivel estatal ganara el PSOE de González o el PP de Aznar, aquí no había partido. Y con la izquierda abertzale ilegalizada fuera del tablero, menos aún: en 2008, hace apenas una década, PSOE y PP-UPN obtenían juntos más del doble de diputados que los partidos vascos (dieciséis frente a seis del PNV y uno de EA).
Hoy, el panorama se ha equilibrado, por no decir volteado (la noche del 28A lo determinará). El nuevo escenario político creado por el fin de la lucha armada de ETA en 2011 ha disparado la representación abertzale en Madrid. Un mes después de Aiete, con la izquierda abertzale de vuelta entonces con las siglas de Amaiur, las fuerzas abertzales sumaron 13 diputados (siete Amaiur, cinco el PNV y uno Geroa Bai) frente a 10 de PP-UPN y PSOE (cinco y cinco). Y desde entonces, especialmente la derecha españolista no ha hecho más que caer en Euskal Herria, hasta el punto de que según el último CIS –ciertamente muy difícil de creer en este extremo– podría no retener más que un escaño en tierras vascas, el de la coalición Navarra Suma.
Esta tendencia se lee mejor en votos que en escaños, cuyo reparto al fin y al cabo está mediatizado por los azares de la Ley D’Hont. Dos datos. Supongamos que el CIS acierta y Navarra Suma tiene un escaño o incluso logra dos; incluso en ese contexto resulta muy improbable que llegue a los 150.000 sufragios cosechados por UPN-PP en 2000, si recordamos que en 2016 la suma de esa coalición y Ciudadanos se quedó en 126.000. Mirando ahora al otro extremo del arco político, en el imaginario de la izquierda abertzale quedó muy grabado el resultado de 1986, cuando HB colocó en Madrid cinco diputados. Y sin embargo, aquellos 231.00 votos no estaban muy por encima de los 184.000 de EH Bildu en las últimas estatales que se admitieron como resultado malo sin paliativos, y sí notablemente debajo de los 334.000 de Amaiur en 2011.
El análisis aritmético se queda cojo sin introducir la novedosa aparición de un tercer espacio; la izquierda españolista pero defensora del derecho a decidir representada este 28A por Unidas Podemos y antes solo puntual y anecdóticamente por IU (dos diputados, en Bizkaia y Nafarroa, en 1996). A la espera de cómo se redimensiona al paso por las urnas, en 2016 coadyuvó también a aminorar al unionismo con ocho electos que decantaron en Euskal Herria una mayoría por el derecho a decidir de casi dos tercios (15 diputados frente a 8). Y no era Gasteiz, era Madrid.
Cuantitativamente los partidos vascos pesan más en las Cortes estatales. Y cualitativamente también pintan bastante más. Este cambio viene de la mano de la apuesta de EH Bildu por incidir políticamente y hacerlo de la mano de los soberanistas catalanes y gallegos.
Si se analiza la trayectoria del independentismo de izquierda en Madrid, hay tres periodos bien marcados previos a este. En el primero, coincidente con los llamados «años de plomo», usó básicamente la tribuna del Congreso como altavoz de denuncia contundente (del «Gora Euskadi Askatuta!» puño en alto de Francisco Letamendia Ortzi en 1978 al «Sacad vuestras sucias manos de Euskal Herria» de Jon Idigoras en 1993) y como reivindicación de la salida negociada (a ello iba Josu Muguruza cuando lo mataron a tiros en 1989). En una segunda, posterior a Lizarra-Garazi, se impuso la concepción de que en Madrid nada había que hacer, ni siquiera gritar, por lo que Batasuna no concurrió a las elecciones de 2000 ni pudo hacerlo ya en 2004 y 2008 debido a la ilegalización. Relegalizado en 2011, el independentismo de izquierdas retornó con fuerza en escaños, pero con el freno de mano echado, en una posición política oscilante entre el testimonialismo de los 70-80 y la consciencia de la incapacidad de impacto real de la última década del siglo pasado y la primera de este.
Es ahora, en un contexto más maduro en Euskal Herria y más retrógrado en Madrid, cuando EH Bildu ve opciones de dar un salto, bajando decididamente a la arena política (decretos de Sánchez) y aspirando a ser determinante. Para ello resulta decisiva la entente con ERC, con la que también cabe hacer un apunte histórico cuantitativo y otro cualitativo. Ese socio catalán al que el CIS otorga una previsión de más de quince escaños estaba en 2011 por debajo de Amaiur (256.000 votos). Y, mirando más atrás, su diputada Pilar Rahola había sido la primera en dar réplica descalificadora a Idigoras tras aquel discurso de 1993. Queda claro que las cosas han cambiado mucho desde entonces, las ha cambiado el giro estratégico de la izquierda abertzale y el no tan ajeno auge del independentismo catalán.
El PNV, mientras, ha tenido una trayectoria mucho más lineal en Madrid, tanto en ambición de influencia política (aunque esto requeriría análisis aparte) como en número de escaños (entre cinco y ocho siempre, con previsión de seis ahora). En este punto, conviene recordar que cuando la izquierda abertzale decidió que viajar a Madrid era inútil (2000) el número de diputados jelkides subió de cinco a siete, lo que permite intuir que no todas las bases independentistas veían bien abandonar este campo de juego, más bien de batalla.
Estas elecciones estatales tienen además otra impronta vasca, porque el calendario las ha ubicado como primera vuelta de las siempre atractivas municipales y forales y de las decisivas navarras. Mientras en 1995, 1999, 2003, 2007, 2011 y 2015 esas elecciones vascas habían precedido en un año o algunos meses a las sucesivas generales, el adelanto decretado por Pedro Sánchez ha puesto ahora las estatales por delante, y además con un escasísimo mes de margen. Una especie de «calentamiento» que quizás pueda tirar al alza de la participación movilizando a quienes solo suelen votar en las urnas vascas, porque el resultado del 28A lógicamente también tendrá su efecto contagio sobre el 26M.
En Nafarroa, de hecho Geroa Bai se ha visto abocada a concurrir a Madrid, con opciones casi nulas vistos los 14.000 votos de la última vez, para no dar una señal de debilidad en víspera de las forales en que Uxue Barkos sí tiene altas expectativas. Y para el cuatripartito en conjunto no deja de ser un termómetro la repetición de la apuesta al Senado con la lista única Aldaketa, después del mal sabor de boca del intento de 2015, cuando UPN-PP le levantó dos senadores por un millar de votos.