En la edición de papel del domingo, nuestra colaboradora Iratxe Fresneda escribe en su columna algo así como que los edificios se incendian, se destruyen, se reconstruyen o desaparecen en referencia a la catástrofe incendiaria que ha sufrido recientemente la catedral de Notre Dame de París. Los edificios pueden desaparecer, las personas también lo hacemos, pero los fantasmas parece que reniegan de tener cualquier tipo de fecha de caducidad. Fantasmas en forma de trifachito, fantasmas en forma de violadores. Y me pregunto: ¿a quién votarán estos chavales?
Entro en la edición digital de "El País" y leo: ‘Consulte qué vota su vecino’. Reconozco que he intentado tres veces tragar el anzuelo –porque morderlo, ya lo he mordido–, pero existe algún mecanismo cibernético que lleva a mi navegador al cierre automático. No he conseguido sucumbir en la tentación, por mucho que lo haya deseado. Fantasmas new age.
Mañana se colocarán ikurriñas en los balcones de Euskal Herria, aunque año a año cada vez es menor el número de banderas que se cuelgan cara al exterior con motivo del Aberri Eguna. No hace tantos años era una señal significativa, un símbolo del abertzalismo más hogareño, una reclamación a escala popular, una reivindicación que hacía que tu casa fuera diferente a los "otros".
Esos "otros" a los que hacía referencia Jon Maia en su carta abierta publicada el jueves en este mismo medio y que un día incluso llegó a negarles el saludo, a pesar de que esos "otros" fueran su padre y su madre. Esos "otros" que emigraron en masa a tierras vascas en la década de los 60 y que, aunque vinieran con la esperanza de tener una vida mejor, también provocaron –sin quererlo– una sensación invasiva entre los nativos.
Pero, paradojas de la vida, parece ahora que los "nosotros" y los "otros" vamos disipándonos en un mismo espacio geográfico-temporal que acerca posturas en lo ideológico. No por su similitud en la emisión del voto, si no en la conciencia de vivir en un país que quiere caminar de forma autodeterminada hacia un futuro en libertad y en convivencia.
Conciencia y consciencia de que el tiempo pone a cada uno en su sitio, aunque los fantasmas del pasado sigan planeando sobre nuestras cabezas en forma de derechona.
Mañana, Aberri Eguna, muchos balcones de Euskal Herria carecerán de ikurriñas, pero en sus interiores se desarrolla desde hace algún tiempo un germen que tiende a mirar al futuro desde un prisma diferenciador. Por mucho que falten ikurriñas, se crean nuevas vertientes de lucha que sirven de pulsión unificadora, tales como la que se está viviendo estos días en Lemoa.
Y así, suponíamos hace unos años a quién votaba nuestro vecino, y nos congratulamos de que ahora no es así. Porque el tiempo es un mecanismo de cambio, no solo en la visión de las cosas, sino también en la forma de activación y concienciación de una sociedad que se muestra abierta al mundo y cerrada ante la amenaza de esos fantasmas que reviven el pasado.