A estas alturas de la función todos estaremos de acuerdo en que el artículo 155 es el más famoso de la Constitución española. Si preguntamos por el segundo, tras un elocuente silencio, alguien mencionará quizá «ese que PP y PSOE cambiaron de madrugada durante la crisis». Se trata del 135 y eleva a los altares constitucionales la prioridad del pago de la deuda pública. Fue el as que Zapatero se sacó de la manga para evitar un rescate formal como el de Grecia.
Ambos artículos, 155 y 135, tienen dos cosas en común. La primera es su relación directa con la soberanía, aunque sea en términos contradictorios. Es decir, el 155 es la herramienta que la Constitución da al Gobierno español para mantener la unidad del Estado; por contra, el 135 es la negación de dicha soberanía, ya que supedita todo gasto público al pago de una deuda cuestionable. En cualquier caso, son dos artículos clave en el entramado institucional español.
El segundo aspecto que ambos artículos tienen en común es el Senado. El 155, como todos aprendimos en Catalunya, requiere de la aprobación de la mayoría absoluta del Senado. De igual manera, en una decisión como poco irregular, ya que altera la mecánica legislativa contemplada en la propia Constitución, el techo de gasto que condiciona el presupuesto de todo Gobierno debe contar también con el aval del Senado.
Descifrando la Cámara baja
Sirva esta introducción para resaltar la importancia de un Senado que durante años ha sido visto como poco más que un cementerio de elefantes políticos. Tanto que, en los últimos años, desde reacciones tan dispares a la crisis del régimen del 78 como el 15M o Vox, se ha propuesto la reforma o incluso la supresión del Senado. Nada más lejos de las intenciones de los arquitectos del régimen del 78, en cuyos planos la Cámara Alta ejerce de pared de carga.
Basta observar el gráfico que acompaña a este texto para constatar que el Senado es el último bastión del bipartidismo, aquella fórmula que llegó al Estado vía alemana, que fue convenientemente apuntalada por leyes electorales diseñadas ad-hoc –combinando Ley d’Hondt y circunscripciones pequeñas–, y que encaminó la democracia hacia una alternancia siempre manejable. Ese bipartidismo se ha visto erosionado en el Congreso –en una década, PP y PSOE han pasado del 91,7% de los escaños a solo el 63,1%–, pero la pared del Senado aguanta. El 78,6% sigue siendo de uno de los dos grandes partidos.
El Congreso ha sido ingobernable –que se lo pregunten a Ana Pastor–, pero la Cámara Alta era un remanso de paz en el que los 148 senadores del PP contaban con una mayoría absoluta a la que apenas molestaban los 61 electos del PSOE. Podemos apenas ha tenido una veintena de senadores. Pese al aparente caos, el 155 y el 135 han seguido a buen recaudo.
Una elección peculiar
No se entiende ese abismo entre los resultados del Congreso y del Senado sin leer la letra pequeña y fijarse en cómo se elige a los senadores. Son un total de 266, de los cuales 58 son elegidos por los Parlamentos autonómicos. Los otros 208 son elegidos en listas abiertas, cuatro por cada provincia. Es decir, en el Congreso el votante elige un partido y vota, por defecto, a toda su lista electoral; son listas cerradas. En el Senado, sin embargo, uno tiene la potestad de votar a tres senadores de tres partidos diferentes; son listas abiertas. Pero la realidad es que la inmensa mayoría de electores vota a un mismo partido.
Eso hace que los tres primeros senadores de cada provincia vayan a parar al partido más votado; mientras que el cuarto escaño se lo adjudica la segunda fuerza. O dicho de otro modo, la tercera y cuarta fuerza se quedan sin senadores, lo cual explica la infrarrepresentación de partidos como Podemos o Ciudadanos en la Cámara Baja.
¿Y el 28A?
Hego Euskal Herria elegirá el próximo domingo a 16 senadores, cuya adscripción podría variar mucho dependiendo de cómo se desarrolle la jornada. Habrá herrialdes muy disputados, como Gipuzkoa, donde hasta tres partidos –EH Bildu, Podemos y PSE– pugnan por erigirse en segunda fuerza; pero la palma de la incógnita se sitúa en Nafarroa, donde la candidatura Aldaketa –suma de las fuerzas del cambio– podría aspirar incluso a llevarse los primeros tres senadores –difícil–. Para ello sería indispensable que todos los votantes de EH Bildu, Geroa Bai y Podemos se acuerden de rellenar la papeleta del Senado, algo que no ocurrió en 2016. Insistir en ello durante esta semana será clave.
¿Y en el Estado? El previsible bajón de Podemos y la fragmentación del voto de la derecha suponen una ocasión de oro para que el PSOE recupere la mayoría absoluta tras años de hegemonía del PP. A su vez, y a excepción de lugares concretos, parece difícil que Cs y Vox vayan a superar al partido de Casado, por lo que el cuarto senador de la mayoría de provincias podría caer en manos del PP. El voto es más volátil que nunca y las encuestas ya no son lo que eran, pero si quieren una apuesta segura, no lo duden: el Senado –y con él el 155– seguirán en manos del bipartidismo.