A tres días del cambio del mapa político en el Estado, algunas dudas se van despejando y otras sospechas se van confirmando. La posibilidad de un pacto rojinaranja entre PSOE y Ciudadanos que algunos sectores anhelan es ya casi nula. Y el deseo de Pedro Sánchez de tomar las riendas del Ejecutivo en solitario y sin mochilas de socios incómodos ha pasado a ser, y no tan inalcanzable gracias a sus buenos números, un objetivo primordial. Un proceso, el del largo camino a la investidura, que se sucede en el medio de una canibalización acelerada de las derechas.
El jefe del comité de campaña, José Luis Ábalos, ha sido claro al decir que «no se va a traicionar» a la militancia socialista y que un acuerdo con Ciudadanos no está sobre la mesa. No hay puerta a la que tocar tampoco: Albert Rivera e Inés Arrimadas se encargaron al día siguiente de las elecciones de ratificar que no era una posibilidad un acuerdo con Ferraz. El Ibex llora. A pocas horas de finalizado el recuento de votos, un informe privado de los analistas del Grupo Santander le daba el beneplácito a esa alianza.
Rivera puede ser funcional a los factores del poder económico, pero no es tonto. Sabe que sería una operación casi suicida convertirse en muleta de Sánchez en la Moncloa y ser fagocitado por el líder socialista, como le ha sucedido al de Podemos, a quien le fueron aspirados un tercio de los votos.
El fundador de Ciudadanos no quiere ser una versión liberal de Iglesias y prefiere construir en contraposición a Moncloa. Su desafío ahora es otro: el sorpaso final al PP.
Fratricidio conservador
Los números del domingo pasado han actuado como leña al fuego de la ambición de Rivera. La maquinaria naranja quedó a tan solo 220.000 votos de empatar con los populares, que se tradujeron en nueve escaños. Algunos datos desagregados del domingo despiertan el júbilo en el comando de Ciudadanos: le ha ganado en votos al PP en siete de las diez mayores ciudades del Estado.
El descalabro pepero, que ya había anticipado el barómetro del CIS, fue de tal magnitud que terminó opacando el ingreso de la ultraderecha de Vox al Congreso, no sólo porque esta irrupción fue menor a la proyectada (gracias a la subida de casi diez puntos en la participación electoral con respecto a 2016) y se quedó en el 10,2% de los votos totales, sino porque la debacle de Pablo Casado superó las expectativas hasta de sus peores enemigos.
Un inciso merece el partido de Santiago Abascal: sus 2,6 millones de votos, traducidos en 26 escaños, pueden parecer ahora menos de lo temido (fuera de micrófono, en la caravana del PP, 48 horas antes de las elecciones filtraban a los periodistas que su cálculo interno le daba hasta 50 diputados posibles a Vox y que ellos se conformaban con tener 75), pero una vez en las Cortes, la amplificación de su mensaje puede darle renovada fuerza a su mensaje.
Ya lo anticipó el secretario general, Ortega Smith, este domingo: Vox disparará una catarata de proposiciones no de ley para forzar posicionamientos de sus adversarios (especialmente PP y Cs), y de paso crispar al máximo el Congreso y construir desde la división. El combate de la extrema derecha promete ser furioso no sólo desde el atril del hemiciclo, sino en las comisiones. El beneficio tácito se lo llevará la izquierda, y el dolor de cabeza, la derecha.
Volviendo al PP, ya procesado el resultado, desde la dirección han dejado ver que el plan renuncia no es una opción. En una pirueta simbólica exprés, han calificado a Vox de «ultraderecha» para desmarcarse y han cambiado el eslogan de campaña, borrando el “Valor seguro” vigente hasta ahora por el explícito “Centrados en tu futuro”, ya listo para las europeas, autonómicas y municipales del 26 de mayo.
Viendo el nuevo mapa político, la profunda caída del PP, con la pérdida de casi cuatro millones de votos, tiene pocas explicaciones más que la corrosión por centro y derecha de su base electoral a manos de Ciudadanos y Vox. El crecimiento de los primeros y la irrupción de los segundos han sido despiadadas con un PP que tampoco ha podido exhibir un líder sólido en los debates.
La provincia que más escenifica el descuartizo del PP no fue Guadalajara (como proyectaba el CIS) sino finamente la manchega Ciudad Real. Allí los peperos habían ganado tres escaños y dos eran del PSOE. En el nuevo Congreso, los primeros tres serán para los socialistas, el PP queda con uno solo, y ganan representación Ciudadanos y Vox, con un escaño cada uno. Fragmentación en estado puro.
La debacle también puede ser contada con ruidosos ejemplos como Barcelona, provincia en la que el PP pasó de cuatro a un sólo diputado (en las otras tres provincias catalanas ya no existía), y también en la circunscripción de Valencia, en su día granero de voto y que ahora lleva al PP de seis escaños a tres. Por supuesto, esos tres fueron a parar a Vox (2) y a Ciudadanos (que suma uno más que en 2016).
El mal momento de Casado ha disparado la canibalización de las derechas, especialmente de Rivera, quien se ha autodenominado jefe de la oposición y demuestra que el sorpaso al PP es su objetivo central, parada anterior a la Moncloa. La ensoñación por superar al competidor que tuvo Podemos hace un lustro hoy tiene color naranja, pero mucho más apoyo mediático.
La ambición de Rivera es tal que hasta llevó a una paradoja del destino: salió al rescate de Casado la vicepresidenta del Gobierno en funciones, Carmen Calvo. En entrevista a Onda Cero, le dijo a Ciudadanos que la jefatura opositora «le corresponde al PP por tener unos cuantos escaños más» y le recomendó «ser constitucionalista en todo y no sólo en lo que quiere». En política elegir al adversario es un placer que buscan todos. Pero la batalla entre PP y Ciudadanos recién empieza.
Una investidura sin prisas
El PSOE, aupado por los votos, ya ha avisado que tiene previsto demorar hasta no antes del 26 de mayo las negociaciones por una investidura. Quiere esperar a ratificar sin titubeos su nueva situación dominante y que ningún asunto espinoso, como Catalunya, le erosione el capital político.
Pero tiene en el medio un escollo: el 21 de mayo es la fecha en la que debe constituirse la Mesa del Congreso, primera escenografía del nuevo diseño que dejaron las urnas. Allí también se verá por primera vez el teatro de las solidaridades y complicidades entre PSOE, Unidas Podemos y los posibles aliados tácticos del PNV, Compromís, ERC...
Sánchez no quiere prisas y ya ha quedado claro que tampoco quiere Riveras ni Iglesias que le carguen la mochila. ¿Y las presiones de los barones socialistas por un acercamiento con Ciudadanos? Una ex autoridad parlamentaria del PSOE, que conoce bien el interior del partido, comentó a GARA: «Ya los barones no importan, es una exageración que comentan los medios. Sánchez tiene todo el poder y nadie lo va a molestar. Ganó con votos propios y lo hará valer».
Preguntado sobre cuál cree que será el camino por el que opte el presidente en funciones, considera que «va a buscar la estabilidad» y duda de que quiera gobernar en solitario. Esta repetición de parte de dirigentes socialistas sobre un gobierno sin coalición parece corresponder más a quitarse de encima la presión de Podemos que a una realidad. En los hechos, un Ejecutivo con sólo 123 escaños tampoco seria fácil (son más de 40 menos de los que tuvo Rodríguez Zapatero, quien sí pudo gobernar en solitario). La aritmética parlamentaria, sin embargo, jugará más a favor de Sánchez y de la izquierda: la unión de PP, Ciudadanos y Vox suma menos escaños que los diputados de PSOE y Unidas Podemos Juntos.
El bloqueo legislativo será más difícil, aunque también será difícil que Iglesias se desdiga y acepte investir a un presidente que no lo deja sumarse a ministerios. Ya lo dijo la número dos de Podemos, Irene Montero: «No tenemos pensado renunciar a lo que dijimos en campaña, el único escenario que contemplamos es coalición de Gobierno». Aunque los morados no tienen prisa tampoco y están dispuestos a tener una paciencia estratégica como nunca.
«Hay muchas ganas de hacer las cosas bien, ser eficaces a la hora de manejar esta situación. No se quiere dar una sola excusa al PSOE para que nos acuse de radicales o exigentes», comenta a GARA uno de los cuadros políticos cercanos a la cúpula de Podemos. La versión oficial, por supuesto, será que la presencia de dirigentes morados en Moncloa es «garantía de políticas progresistas».
La realidad es que Iglesias tiene decidido quitarse para siempre la camisa de populista y radical y quiere entrar a las instituciones para demostrar capacidad de gobierno. Paso previo al demorado y ensoñado sorpaso de la izquierda.
Por ahora, «está claro quién tiene la batuta», como dijo Calvo. Sánchez parece dispuesto a resistir las presiones del poder económico y ni indagar un gobierno con Ciudadanos. También hará lo posible por un Ejecutivo sólo socialista. Pero la matemática no es cruel sino cruda: sólo con Podemos, el PNV, Compromís y la abstención táctica de ERC o Junts per Catalunya (EH Bildu también tendrá algo que decir) el presidente podrá ser reelegido. La suerte está echada y el juego de Moncloa ya comenzó.
Las vueltas de la historia
El PP de Casado ha decidido que el nuevo eslogan de campaña sea “Centrados en tu futuro”, como parte del nuevo maquillaje para mejorar la performance electoral en las municipales y autonómicas. Pero conlleva una curiosidad: el eslogan del PP en 1990, tras la refundación que había impulsado Manuel Fraga cediendo el protagonismo al entonces joven José María Aznar, fue “Centrados en la libertad”.
En aquel momento, el dirigente del PSOE, Alfonso Guerra, se permitió bromear con el pretendido «viaje al centro» de los conservadores. «Llevan años viajando al centro y todavía no han llegado. ¿De dónde vendrán, que tardan tanto?», ironizó. D.G.