La política mediática se construye en secuencias audiovisuales que pretenden influir en una sociedad que ordena la realidad en forma de historias. El espectáculo político tiene un guion que, más quisieran, no solo escriben los productores ejecutivos, es decir, quienes tienen los medios y ponen el dinero. La sociedad, que no es otra cosa que «la gente» organizada, rechaza, cada vez con mayor contundencia, los relatos que no le gustan.
La cultura democrática, como no puede ser de otra manera, consiste en que las personas son cada vez más protagonistas de sus propias decisiones. A consecuencia de ello, los relatos políticos son cada vez más abiertos e inciertos, para desesperación de los críticos, es decir, los comentaristas políticos; y lo imprevisible se abre paso para desafío de las ciencias sociales, que aspiran, como método, a rebajar los niveles de incertidumbre que genera el comportamiento humano. Quizás, en los tiempos que corren, estas se deben conformar con algo que es, a su vez, realista y tremendamente ambicioso: dotarnos de instrumentos analíticos para, al menos, «comprender» lo mejor posible qué encierra, qué nos cuenta, qué revela de lo que somos y de lo que queremos cada secuencia política.
De momento, el pueblo vasco ha decidido no comprar el guion del Estado, el de las encuestas, el de los grandes medios privados. Y es que cuando la sociedad vasca percibe que su futuro está en juego –en un sentido positivo, como en el ciclo 2015-2016, o en uno negativo, como en el escenario creado tras las elecciones andaluzas del pasado diciembre– se moviliza.
Hace apenas tres años se movilizó para ver si algo se podía cambiar en aquella España que se mantenía inamovible desde, al menos, el 24 de febrero de 1981, fecha que marcó definitivamente el techo al que podía aspirar aquel sistema político, de apariencia socioliberal y de indudable carácter nacional-militar. Una España que, tras incumplir en espíritu y forma las promesas de su transición, de su Constitución y de su propia propaganda, parecía sugerir la posibilidad de un cambio, un cambio bueno para los vascos y vascas. Y muchos votaron en masa opciones de cambio, se ilusionaron con poder influir, más que nunca, en una transformación del sistema.
El pasado 28 de abril, sin embargo, la interrogante principal era cuál elegiría la sociedad vasca como la mejor opción para parar a las derechas españolas. No era un momento de ilusiones de cambio, sino de defensa de lo propio. Y por encima de encuestas, relatos estatales, debates televisivos… el marco que se reforzó respecto a anteriores ciclos electorales fue el marco de Euskal Herria. La conciencia de que, ante ataques exteriores, la vasca es una comunidad nacional que reacciona, se defiende y se moviliza lo demuestran los datos. Mientras la subida socialista fue algo menor que en el Estado y no compensó la bajada de Podemos, las derechas españolas perdían posiciones en todos los territorios. Y al mismo tiempo, la suma de EH Bildu, PNV y Geroa Bai daba un aumento de 190.000 votos.
Euskal Herria Bildu, en concreto, logró movilizar a su electorado. En un contexto de alta participación, obtuvo una clara subida de sus apoyos. La buena noticia, además, fue acompañada de una suma de representantes en el Congreso y en el Senado. Se cumplía, así, el objetivo: generar el movimiento electoral suficiente para aspirar a aumentar su representación de dos hasta un máximo de cinco representantes.
El domingo anterior, en otro artículo publicado en GARA, analizábamos tres variables principales que, una vez movilizados los votantes propios, podían frenar esa aspiración del quinteto de diputados de EH Bildu en Madrid. La primera, la subida del PSOE, que podía condicionar la posibilidad del segundo en Gipuzkoa y los escaños de Araba y Nafarroa. Esta variable fue la que impidió, finalmente, que el más que notable resultado de EH Bildu en Nafarroa no cristalizará en una congresista. La segunda variable era la bajada de Podemos, que posibilitó, efectivamente, que EH Bildu logrará una cómoda ventaja en Gipuzkoa para conseguir su segundo escaño en el territorio. Por último, concluíamos que Vox en Araba podía restarle un voto al PP que dejara un carril abierto para EH Bildu, que aprovechó gracias a un excelente resultado.
La política española entra, ahora, en una tregua que durará hasta las 20:00 de la noche del 26 de mayo. Tregua no electoral, sino política: nada de pactos ni posicionamientos acerca de su gobernabilidad que puedan ser mínimamente creíbles hasta entonces. De los tres escenarios postelectorales posibles, se ha reforzado el de Pedro Sánchez apoyado en la izquierda, con un empujón que probablemente vendrá de jeltzales, canarios, valencianos y cántabros. El acuerdo entre Ciudadanos y PSOE –el favorito, qué duda cabe, de élites económicas y unionistas– no conviene a ninguno de los dos actores. Los primeros, porque aspiran al cambio generacional de la derecha española, y los segundos, porque no se olvidan de los millones de votantes de izquierdas existentes en el Estado.
Podemos, con casi cuatro millones de votos, salva los muebles, tantos como para amueblar al menos algunas salas de la Moncloa. Pero Sánchez no quiere que Podemos entre en su gobierno, puesto que mira a la izquierda pero quiere mantener el centro. Esta será la sokatira que ambos protagonizarán las semanas previas al pleno de investidura: Podemos intentando entrar, y Sánchez utilizando su ventaja de 3 a 1 para persuadirles de que, si no le apoyan a cambio de casi nada en la investidura, una repetición de elecciones podría cambiar la proporción a 4 a 1.
La ecuación puede verse alterada por unos comicios municipales y autonómicos que hagan que la variable de la gobernabilidad local entre en el esquema general. Las nuevas necesidades que surjan esa noche podrán inclinar balanzas a nivel estatal, sobre todo para un Sánchez que espera salir tan reforzado como para gobernar en solitario.
Los partidos políticos, en las democracias liberales, parten de unas fracturas sociales, que ni siquiera una larga fase posmoderna que superamos para adentrarnos en lo desconocido ha podido difuminar. El sistema político vasco vive hoy una posible transición, donde las fracturas del pasado siguen reflejando las opciones políticas de su sociedad, pero aventuran ya posibilidades nuevas que nadie sabe si se explorarán.
La secuencia política iniciada en otoño de 2016 pasa por un clímax en estas elecciones forales, municipales y europeas, donde podría verse un progreso hacia esa transición del sistema político vasco, con particularidades locales y de herrialde, y que, en términos de procesos autonómicos, municipales y forales, se dirigiría hacia una competición virtuosa entre dos fuerzas nacionales vascas: una de centro-derecha y la otra progresista, una liberal y la otra transformadora, conformando cada una de ellas, en la enorme complejidad del país, alianzas con otras fuerzas, a veces incluso juntas en una suerte de «gran coalición» vasca, cuando el momento histórico lo requiera.
Una de las claves, en todo caso, de esta competición virtuosa, sería el equilibrio territorial: el occidente vasco, el interior, Nafarroa en sus diferentes geografías, las relaciones con Ipar Euskal Herria y otros factores hacen demasiado compleja, de momento, esta idea general. La elaboración de relatos nacionales, de respuesta a necesidades materiales de diversos estratos sociales, de posicionamientos globales, cualitativos o generacionales, abren un campo de incertidumbre suficiente como para especular siquiera con las posibilidades de cambio del actual sistema político tal como lo hemos conocido en el pasado.
Deteniéndonos en lo inmediato, este mayo ciudades y territorios vivirán movilizaciones electorales en que lo esperable es que se refuercen las tendencias surgidas hasta ahora: PNV y EH Bildu al alza en la CAV, tratando de tejer alianzas de gobiernos diferentes. El PNV, con el PSE en un acuerdo global que puede incluir la dimensión estatal. EH Bildu, con fuerzas de izquierda que puedan sumar en realidades diferentes como Gipuzkoa, Gasteiz, Errenteria y otras.
En cuanto a Nafarroa, una muy posible apuesta del PSOE por conformar gobiernos con Geroa Bai y la izquierda federalista puede verse alterada por los resultados electorales, y, sobre todo, por la decisión política de Geroa Bai de no entrar a ello. Con unos números ajustados, nadie se atreve a vaticinar lo que ocurrirá. EH Bildu puede consolidar dos tendencias: la enorme movilización vivida en las pasadas elecciones generales y el amplio poder municipal que le lleve a culminar ciclos largos de gobierno en ciudades importantes, incluida la capital. Si consolida ambas tendencias, se encarecerá políticamente la hipótesis PSN-Geroa Bai. Estos últimos tratarán de diferenciarse de los anteriores lo máximo posible durante la campaña, conscientes de que la indecisión reina en algunos segmentos abertzales de Nafarroa.
Este posible borrador de guión solo lo escribirán en parte las élites de los partidos vascos, y lo podrán hacer, siempre, en base a la voluntad de los actores principales y protagonistas: los vascos y las vascas. El más que posible adelanto electoral de las autonómicas en la CAV marcará, en otoño de 2019 o primavera del 2020, el inicio de la próxima secuencia. De momento, falta por cerrar esta, que, con toda probabilidad, nos dará grandes actuaciones, antes y después, y por qué no, quizás, algún inesperado giro de guión...