EEl 26 de mayo obsequia a Alemania con un superdomingo electoral porque, aparte de las elecciones europeas se votará también el parlamento del ciudad-estado de Bremen y en otros ocho länder se celebrarán municipales. La pregunta del millón es si el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) seguirá en la Gran Coalición de la canciller Angela Merkel (CDU) o no.
Los medios de comunicación suelen utilizar con cierta ligereza el adjetivo «histórico» pero este domingo no será una exageración si el SPD deja de ser el partido más votado en Bremen. Entonces el resultado sí sería «histórico» porque desde hace siete décadas es la primera fuerza política por delante de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) de la canciller Merkel. Según las encuestas, el desenlace de los comicios en el feudo socialdemócrata dependerá de un puñado de votos.
En la Casa Willy Brandt, la cúpula del SPD espera sortear la derrota porque necesita una victoria para paliar el desastre que le auguran los sondeos respecto a las elecciones europeas. Por el momento, de 100 votantes solo 17 le darían su voto, pero 30 lo darían a la CDU. Una doble derrota dejaría tocada a la presidenta socialdemócrata Andrea Nahles y –en última consecuencia– a la Gran Coalición.
Esta pésima proyección se debe a que en 2018 buena parte de sus bases no quería una tercera edición de la GroKo con Merkel porque este tipo de bipartito ha dejado diezmado al SPD. En un principio se pensaba en reformar al partido desde los bancos de oposición. Sin embargo, al fracasar la formación de un tripartito de la CDU con los Verdes ecologistas y el Partido Liberaldemocrático (FDP) y ante la imposibilidad constitucional de convocar elecciones anticipadas, el SPD se subió de nuevo al carro gubernamental.
Cara a la cita electoral, el partido de Nahles ha descubierto de nuevo la cuestión social. Su candidata principal, la aún ministra federal de Justicia Katarina Barley, cumple con el cometido a la perfección y con fuerte acento europeísta. De madre alemana y padre británico, Barley es la cara simpática del SPD. «Queremos una Europa social que ponga los intereses de sus ciudadanos y ciudadanos en el centro» responde a la pregunta del diario conservador “Die Welt sobre si quiere «una Europa social o socialista».
Esta respuesta light choca con el revuelo que su correligionario y líder de los Jóvenes Socialistas, la organización juvenil del SPD, Kevin Kühnert, causó cuando en una entrevista al semanario Die Zeit habló de la nacionalización de la marca automovilística BMW. «¿Qué ha fumado éste?», preguntó Johannes Kahrs, representante del ala derecha del SPD. Acto seguido el partido bajó dos puntos en las encuestas. Desde entonces Alemania discute sobre su política social de mercado.
Aunque la «nacionalización» es un vocablo políticamente tabú, la Ley Fundamental (la constitución provisional) permite al Estado nacionalizar «terrenos, recursos naturales y medios de producción» por ley y por el bien común. Ante la grave situación en el mercado inmobiliario de Berlín, el artículo 15 y su aplicación a ciertas empresas de viviendas viven un auge en el debate público. Hasta ahora el SPD no ha mostrado el valor de aplicar esta medida que le ayudaría a recuperar el significado de «social» que lleva en su nombre pero que perdió cuando implantó una política social de carácter neoliberal hace 15 años.
Mientras tanto, la CDU sigue con el estilo Merkel, administrando los problemas sin solucionarlos. Junto con el SPD aboga por el proyecto europeo en contra de los chovinismos ultraderechistas pero sin ofrecer ningún plan concreto para convertir a la UE en un «global player» que juegue internacionalmente en la misma liga con EEUU, Rusia y China. La canciller cumple con sus deberes, pendiente de la benevolencia de su presidenta de partido Annegret Kramp-Karrenbauer, apodada AKK, y del jefe del grupo parlamentario Ralph Brinkhaus. AKK se ha disculpado –por razones de salud – dos veces, perdiendo así la oportunidad de marcar perfil en política exterior. La CDU se beneficia de la debilidad del SPD presentándose como la garantía de que con ella Alemania sigue viviendo bien –mientras no se cambia nada–.
Para que la política alemana salga de este parálisis los Verdes tendrán que imponerse como segunda fuerza al SPD. Entonces, por lo menos aritméticamente la actual GroKo perdería su razón de ser, abriendo teóricamente el espacio a un bipartito entre la CDU y los ecologistas.
Este escenario podría favorecer también a la xenófoba Alternativa para Alemania (AfD) cuyo discurso requiere enemigos. Dado que ya nadie habla de la «crisis de los refugiados» se han quedado sin su tema estrella. Además, han tenido que moderar su mensaje antieuropeísta porque las empresas alemanas se benefician del mercado común europeo. Los escándalos de financiación ilegal también le han restado credibilidad. Así, sería un triunfo –y una sorpresa– si en las europeas la AfD podría empatar con el SPD.
El partido socialista Die Linke (La Izquierda) ha optado por nombrar a la alemana de origen kurdo, Özlem Alev Demirel, como su candidata principal. Su campaña subraya la justicia social, ante todo la fiscal, y el pacifismo. Está por ver si la salida de la mediática Sahra Wagenknecht influye en el resultado, que se cotiza en el 7%.