En la madrugada del 22 de mayo de 2011 la sala Jimmy Jazz de Gasteiz era una fiesta. Bildu había citado allí a sus simpatizantes para seguir el recuento de las elecciones y los seis concejales obtenidos, los mismos que el PNV y el PSE, fueron recibidos con enorme alborozo. Aquella fue la noche del tsunami que sacudió la vida política vasca. Imposible olvidarlo.
Ocho años más tarde la coalición independentista ha obtenido el mismo número de ediles, pero cinco mil votos más. Se dice pronto. Entonces fue la cuarta fuerza del Consistorio, a casi trece mil papeletas de la primera; el pasado domingo, tercera, a poco más de tres mil de la primera. Sin embargo, es probable que en esa misma sala se vertiera alguna lágrima de decepción. Y es que esta vez se salía a ganar.
Es lógico que la gente independentista de izquierda de Gasteiz esté contrariada. La apuesta era muy fuerte y era factible. Pero esa desilusión es consecuencia de que en este tiempo han ocurrido muchas cosas y todas ellas buenas. Y aunque es entendible el duelo, los números, fríos y desapasionados, son de triunfo, no de derrota. No sirve de consuelo, pero sí debería servir a la hora de analizar lo ocurrido.
También es normal que la ciudadanía progresista, euskaltzale y abertzale que se ilusionó con el cambio navarro y que anheló que se mantuviera este triste. Cómo no estarlo... Lo que no se entiende tanto es que con unos resultados históricos, impensables hasta hace muy poco, muchos votantes de EH Bildu anden cabizbajos, como rumiando.
Porque los datos son incontestables: 347.190 votos en las municipales –si los 313.238 de 2011 fueron un tsunami, ¿qué ha sido esto?–, de los que 67.515 han sido en Nafarroa. En Gipuzkoa, los resultados en Juntas le hubieran permitido ganar en cualquier otra cita electoral, y ha vencido en una larga lista de localidades donde el PNV y el PSE ganaron en 2015. En Araba ha subido en votos y junteros, quedando por primera vez en segunda posición. Y en Bizkaia no sólo ha subido diez mil votos, sino que ha crecido en casi todos los puntos del Bilbo metropolitano, incluida la capital, donde ha superado el listón de los 25.000 votos. Histórico. Sestao, Santurtzi, Getxo, Galdakao, Leioa, Erandio... también le dan alegrías en una zona que sigue siendo difícil para el independentismo, pero que esta vez ha mostrado más luz que sombras.
Todos los partidos aspiran a alcanzar las mayores cotas de poder, pero lograrlo es algo que no depende sólo de sus fuerzas sino también de las de sus adversarios e incluso de aliados, y a veces esas variables se tuercen. Además, en el caso de EH Bildu, que mira tanto a las instituciones como a la calle, la fortaleza de su proyecto reside en la adhesión popular, en lograr el máximo respaldo en la sociedad, y en ese sentido el resultado del 26M es oro puro, pues muestra un movimiento que crece de forma sostenida en todo el país.
Y pese a ello, parece que le hacen falta victorias absolutas, sin matices y sorprendentes para poder gozar de ellas. No debería, porque entonces va a ir siempre con el freno de mano puesto.
El PNV puede dar una lección sobre cómo gestionar unos resultados. Porque los jeltzales ganan muchas veces en muchos sitios, pero también pierden; algo saben de ello en Bakio, Arrigorriaga, Alonsotegi, Bergara, Ordizia, Zumaia... No oiremos hablar estos días de esas localidades, sí de Bermeo y Laudio. Es la batalla del relato poselectoral.
Al menos en Sabin Etxea tienen mucho que celebrar. Lo del PSE es otro cuento. Pese al «efecto Sánchez» apenas iguala los segundos peores resultados de su historia; no recupera Barakaldo, sólo gana en nueve municipios, y parece resignarse a ser el socio menor del PNV. Sin embargo, el lunes Idoia Mendia exhibía júbilo junto a la gasteiztarra Maider Etxebarria, una de las pocas que tenía una excusa para estar alegre en su partido.
No se trata de caer en esa impostura sino de ponderar lo logrado. La ambición está bien, ayuda a avanzar y ganar, pero tiene una digestión complicada. Y es una pena no sonreír teniendo motivo para hacerlo.