A mucha gente le suena esta imagen. El cartel siempre ha estado ahí. Tiene un fortísimo aire subversivo y es distinto a todos los demás. Pocos se han atrevido a retratar a San Fermín de forma tan cruda, sangrando por varias cicatrices, tuerto de un ojo, con una pelota de goma en una mano y un bote de humo en la otra. La extraña imagen cumple 40 años estas fiestas.
Joaquín Resano, su autor, lleva muchos años sin pisar las fiestas. «Ahora son una puta mierda», resume. Antes corría encierros, pero la cosa acabó mal por la masificación. Cuenta una anécdota de un toro con una pata rota que le dio en las piernas de frente con la testuz y que cuando buscó cobijarse en el bar Juanito, la gente no le dejaba entrar porque prefería ver la escabechina. Ese toro cojo tenía enfilado al dibujante. Libró por los pelos. Resano solía correr desde la Casa del Libro y se metía luego en el bar Fitero. Pero también tuvo que dejar de hacerlo, porque había tanta gente viendo que no dejaban refugiarse a los corredores.
A sus 70 años, remata su fobia a los sanfermines con dos anécdotas de cuadrillas «castas» pegando a guiris y sobrándose con extranjeras. Ocurrieron hace décadas, pero para él fueron el colmo. Ya no más. Lo cuenta con pena, se nota que los sanfermines le gustaron mucho. Uno de sus trabajos más celebrados como pintor fue un retrato de la Comparsa, a la que pintó «al natural» gracias a que le dejaron durante un tiempo las llaves donde guardaban a los gigantes, cabezudos y kilikis.
Para contar bien la historia del cartel hay que desandar 41 años. Un grupo de dibujantes y guionistas que se habían curtido en fanzines querían pasar a algo más serio, al cómic. Estaban Simónides, Pedro Osés, Alicia Osés, Luis Garrido... Se pusieron al lío y surgió la revista “Viva San Fermín” con portada de Resano. Su proyecto era vender aquel tebeo en las fiestas y con eso financiar nuevas historietas. El problema es que Simónides, que tenía 25 años, dio demasiado en el clavo. Su cómic era una locura, una distopía con robots que acababa en una masacre con rayos láser por parte de policías mecánicos en la plaza de toros. Salvo por los robots, fue justo lo que ocurrió. La suerte (la mala suerte) quiso también que el día elegido para vender esas historietas fuera el mismo 8 de julio de 1978.
Los cómics nunca salieron del maletero del coche. «Fue un fracaso total», dice Resano. Las cargas policiales que habían comenzado en los toros acabaron con siete con heridos de bala, razias por las calles y un muerto, Germán Rodríguez. «Lo asesinaron. Sabían quién era, fueron a por él y lo mataron», afirma Resano convencido.
Él entonces vivía en la Estafeta y recuerda haber visto de todo aquel 8 de julio. Se le muda la cara al contarlo, se pone muy serio. «Fue muy duro. La calle estuvo tomada. Tenía debajo de casa un autobús de policías. Pasaron muchas cosas odiosas. En mi casa, al cuarto de estar, entró una pelota entera y otra media, que se había partido al chocar contra el balcón», explica.
«Vi apalear a un chaval debajo de mi casa entre siete maderos. Dándole de hostias, pero una cosa... La gente les gritaba ‘¡asesinos!’. Al final, bajamos de un montón de casas y por fin pararon. Dejaron al chaval medio muerto», sigue contando. «Si no bajamos, ahí lo matan». El pintor sostiene que acabó con un único muerto de milagro.
La imagen de San Fermín magullado fue un cuadro furioso, un desahogo por toda la violencia de la que fue testigo. Pero un amigo suyo vio en la imagen fuerza como para hacer un cartel. Decidió que había que imprimirlo y venderlo en las siguientes fiestas. Se arremangó y le hizo de mecenas. Pagó las 4.000 copias. Costó encontrar un impresor que se atreviera a reproducir aquel dibujo. «Ni en Pamplona, ni en Estella, ni en Tudela, ni en ningún lado se atrevieron», recuerda Resano. Los carteles acabaron imprimiéndose en Hernani. Costaron 60.000 pesetas. Su destino era venderse en los siguientes sanfermines, los de 1979, justo hace ahora cuatro décadas.
«Llegamos a sacarlos a la calle, pero en seguida nos lo prohibieron. Recuerdo escuchar a Balduz [Julián Balduz, alcalde de Iruñea por el PSN] por la radio diciendo que era ofensivo. Una de las cosas que dijo es que habíamos dibujado a San Fermín con una pelota clavada en un ojo. Es mentira, lleva un parche. El tío no había visto el cartel pero lo condenó. Dijo barbaridades», afirma Resano enfadado.
Los municipales llegaron a los puestos, les requisaron los carteles y se llevaron a los vendedores al Ayuntamiento. Al igual que con el cómic del año anterior, la operación fue un fracaso estrepitoso. No llegó multa alguna, pero abortaron la venta. Hoy, el mecenas que puso las 60.000 pesetas, sigue atesorando más de 3.000 carteles desde hace 40 años en un armario.
«Nos comimos el “Viva San Fermín”· y los carteles. Menuda vista tuvimos para los negocios. Pero, en fin, aquí las cosas siempre han salido como le decía el maño al burro: ‘A inteligencia me ganarás, pero a cojones no’». Y, ciertamente, aquellos jóvenes komikilaris hicieron importantes aportaciones al cómic alternativo. Resano y Murillo recalarían en “El Víbora”, donde publicaron cosas impensables hoy. Como las historias de “El Zestas”, un yonki hermano de una militante de ETA a la que robaba las armas del piso franco para atracar gasolineras.
Algunas copias del cartel sí que fueron saliendo de aquel armario. En el bar La Granja, durante décadas, tuvieron un cartel tras un marco acristalado. En el Bullicio, el pintapacartas Esteban, lo convirtió en un mural. Resano no sabe por qué, pero afirma haberlo visto en muchos bares de Donostia, detrás de la barra o decorando rincones. La imagen aparece en las exposiciones sobre los sanfermines de 1978. Y la recogen varias recopilaciones sobre cartelería vasca.
De algún modo, este curioso cartel llevó una vida opuesta a los carteles típicos que anuncian los sanfermines. Los demás se reproducen en masa y aparecen hasta en la sopa, pero son terriblemente efímeros. Frente a ellos, el cartel de Resano de 1979 ha tenido contadas salidas del armario, pero su potencia lo convierte en un icono del San Fermín más irreverente, de «esa isla ácrata de nueve días en la que se convertía Iruñea».
Resano explica que no es un cartel iconoclasta. No va contra la imagen de San Fermín. «Quería dejar constancia de lo que había pasado en las fiestas de 1978. Representé a San Fermín así, porque representaba a la gente y lo que nos habían hecho». Al autor, «ni se le pasa por la cabeza y menos entonces», cebarse con la imagen del obispo inventado. «Siempre me ha gustado. Era de los que iban a dejarle una velica el día 14».