«Me parece que no hay que entender el cine, hay que sentirlo»
Tres películas, tres galardones en Cannes. El último el Premio del Jurado de la sección Un Certain Regard al que acudió con ‘O que arde’, que se puede ver en la sección Perlak de Zinemaldia.
Esta cinta, rodada en galego y que se estrenará en las salas comerciales el 11 de octubre, sigue los pasos de Amador, un hombre que regresa al pueblo tras haber cumplido condena por provocar un incendio. Todo está en calma, hasta que otro incendio asola el bosque.
¿Pretende su película denunciar lo que está pasando en muchas partes del mundo?
Más que denunciar yo creo que la película busca religar, más que dividir. Lo más político que puedes hacer hoy en día es pedirle corazón al espectador. Me parece que la esencia de la película es el amor de una madre por su hijo, y de su hijo por su madre, cómo cuidan el uno del otro. La película tiene ciertas atrofias de esas relaciones un poco ambiguas entre ciudad y campo, los eucaliptos, los incendios, el despoblamiento. La película nace de cierto desgarro mío, cierta tristeza de ver todo un patrimonio material, pero sobre todo inmaterial –hablo de valores–, desaparecer. Como cineasta me apetecía evocar estos valores que siguen vivos a pesar de la histeria del mundo en el que vivimos.
¿De qué manera le afecta el tema de los incendios?
Cuando tú ves problemas en las relaciones que tiene un ser humano con otro, es normal, porque el ser humano tiene la capacidad de dividir el mundo en dos. Pero cuando la naturaleza va mal es más inquietante, y cada vez va a peor. Al mismo tiempo el fuego es bello. Lo rechazo y lo invoco a partes iguales. Como el ser humano, es capaz de lo mejor y de lo peor. El fuego nos calienta, nos ayuda. La cultura vasca y la gallega se han cocinado al lado de una lareira –cocina gallega–, alrededor del fuego han surgido los cuentos, la realidad, la tradición.
La película tiene un ritmo pausado, excepto al final. ¿Es un paralelismo con las vidas que en ese instante se desmoronan?
Hay algo histérico. La manera que tiene el mundo de generarse es a través de la excitación. Como ciudadanos buscamos continuamente estar excitados, desgraciadamente. El final es la parte más excitante de la película, pero esencial, yo creo, hay un coito entre elementos. El espectador está en el medio de un incendio, con todo lo que implica, y yo creo que le quema.
Si leemos la sinopsis es como si se contara toda la película. Entonces, podríamos preguntarnos, ¿qué es lo que pasa durante la hora y media de película?
El amor es algo que no se puede explicar, no es una historia. Las imágenes están habitadas de emociones. Me parece que es una película muy epidérmica, muy de corazón. Yo no creo que el cine sea algo ideológico, mental, un ejercicio de lenguaje. Me parece que no hay que entenderlo, hay que sentirlo. La capacidad del cine, y es lo bueno de una sala negra, es que hay imágenes que nos transforman. Se nos abre el corazón delante de algunas películas. Lo más bonito que me han dicho de mi película es que aparentemente no sucede nada pero estás hipnotizado por la imagen, está habitada, tiene piel, tiene amor.
¿Tal vez en eso tienen que ver los actores elegidos, que no son profesionales?
Es gente muy esencial, es gente de verdad. Han actuado, se han leído un guion, se lo han aprendido, hemos hecho ensayos, pero son gente de campo que he seleccionado. Si director y actores están conectados con su esencia el espectador lo va a sentir. Estos dos actores son muy bellos, son muy conmovedores. Amador es muy sensible, pero a veces no tiene las herramientas para deshinibirse, para expresar su sensibilidad. Ese es su dolor. Es una figura que vemos mucho en el campo. Es ese primo, ese tío para quien el mundo iba demasiado rápido y ha preferido refugiarse del mundo. La gente rota me conmueve mucho… y no tan rota, porque después Amador es alguien que cuida de su madre de 85 años. ¿Cuántos de nosotros seríamos capaces de hacerlo?
Benedicta es muy bella. Me gusta que me digan que les recuerda a su abuela. No quiero que me vengan con intelectualidades. Hablemos de cosas esenciales, de nuestras madres, de amor, de cómo cuidarnos. Intentemos tener una vida de simplicidad, hagamos películas sencillas.
En una vorágine de cine de acción lleno de efectos especiales usted ha dado con la fórmula.
Hay dos tipos de películas: las de destrucción o las de distracción. Todas buscan excitar. Y lo que tenemos que buscar es centrar, enraizar, serenar, aliviar, señalar dónde está lo bello incluso en las contradicciones: mirad la putrefacción pero fijaos en la florecilla que está detrás. Obviamente, sé que son películas difíciles, que se ven poco. Hemos decidido no doblar ‘O que arde’ pero yo, como mis personajes, voy a morir con dignidad. El mundo puede caerse pero yo voy a seguir con mis valores. Si me toca morir, lo acepto, pero no me quiero engañar el alma.
Hay que coger el camino difícil y de la verdad. Siempre lo digo: los mejores frutos no están a la altura de la mano, hay que subir al árbol y es un riesgo porque te puedes caer, pero cuando estás arriba ¡vaya frutas y vaya vistas que hay!
En varias ocasiones se ha mostrado crítico con las plataformas en streaming.
Yo no estoy en contra de nada, estoy por el equilibrio y por la dosificación. No creo que las empresas vayan a proteger la cultura. Yo creo que los parques naturales necesitan guardas forestales y que las plataformas son un camino fácil para los directores, «sostenme el cubata que voy a hacer una peli y vuelvo». Son todas iguales, el mismo patrón, son todo encargos. ¿Estamos haciendo pelis mejores? Me parece que no, y esa es la única pregunta que hay que hacerse.