Àlex ROMAGUERA
BARCELONA

Catalunya en una encrucijada: urnas y diálogo versus cortinas de fuego

El president catalán, Quim Torra, y otros líderes soberanistas invocan un nuevo referéndum para tratar de superar el relato de violencia con el que el Estado intenta eclipsar el rechazo masivo a la sentencia del procés.

«El Gobierno español ya tiene el escenario que buscaba: la imagen de un independentismo que, cuando llega la noche, convierte Barcelona en un paisaje apocalíptico». Así lo advertían algunos tertulianos la noche de este pasado miércoles mientras, de fondo, se escuchaban los disparos de los cuerpos policiales que patrullaban en medio de un asfalto tomado por el fuego y el desorden público.

Tampoco faltaba quien aprovechaba la estampa de la ciudad humeando para compararla con las fotografías que aún se conservan de la Semana Trágica, cuando en 1909 la capital catalana se levantó contra la orden del gobierno de Antonio Maura de reclutar a jóvenes catalanes para combatir con las tropas españolas. Un hecho que transformó Barcelona en la conocida como Rosa de Foc. Esta analogía aparece en las reflexiones más eruditas que se escuchan en los diferentes debates televisivos.

Parece, pues, que las Marxes de Llibertat que hoy llegan a Barcelona convocadas por la ANC hayan desaparecido en beneficio de unas columnas de fuego que intentan ensombrecen a un independentismo conocido por su comportamiento ejemplar y por haber encumbrado aquella máxima de «no haber lanzado un solo papel en el suelo» durante toda estos últimos años.

Revertir la iniciativa

En este contexto diabólico, donde la “Revolución de las sonrisas” parece haber mutado en una indignación descontrolada, el Govern y las fuerzas soberanistas intentan recuperar el pulso del relato. Así se visualizó en la sesión plenaria que en el día de ayer celebró el Parlament, donde, ante la dificultad para sacudirse del estigma de la violencia, JxC, ERC y la CUP sacaron a relucir la bandera de la esperanza que ha permitido al independentismo ser mayoría política y social.

Fue el mismo president, Quim Torra, que en la víspera había denunciado la presencia de infiltrados para entorpecer el tsunami de protestas, quien lanzó un nuevo órdago democrático que, llevado al terreno, es podría concretar mediante tres fórmulas: un referéndum pactado, uno unilateral o unas elecciones plebiscitarias en las cuales el independentismo tendría que superar el 50% de los votos.

La propuesta de Torra, que retomó la leyenda de Jordi Cuixart de «lo volveremos a hacer», también fue compartido por la exconsellera Clara Ponsatí, hoy exiliada en Escocia, pero no así por ERC, a quien cogió a contrapie, y la CUP, para la cual las instituciones han de «soltar amarras con el autonomismo» para sumarse al tsunami desobediente que se respira en la calle y que una decena de corporaciones locales ya han empezado a ejercer declarándose «territorios libres y soberanos no sometidos a los poderes del Estado».

De esta forma, y al menos a corto plazo, el president Torra y el mismo Govern intentan cerrar filas y, pese a las contradicciones no resueltas en su seno, sortear las demandas de dimisión del conseller Miquel Buch por la actuación que han protagonizado los Mossos y, en esta perspectiva, poner nuevamente el debate público en el carril de la política.

Un Estado en su sitio

Frente a este intento del soberanismo de situar en el centro del debate la repulsa a la sentencia y el futuro de Catalunya, la oposición aprovechó la sesión del Parlament para volver a vincular el Govern con el «terrorismo». Tanto Ciudadanos como el PP y el PSC, elevaron de nuevo su tono y, parapetados en los últimos arrestos de CDR y los incidentes registrados en la víspera, pidieron la cabeza de Torra al mismo tiempo que, por enésima vez, daban la extremaunción al procés.

También desde Madrid, los principales partidos coincidieron en recrearse en una retórica maniquea, con la cual pretenden convertir a Quim Torra en el pirómano que atiza la violencia registrada estas últimas noches. Aunque la cumbre que el martes organizó Pedro Sánchez no sirvió para consensuar los pasos a seguir, los diferentes líderes sacaron a relucir el espantajo del 155 a la vez que también dieron por finiquitado el proyecto independentista.

Así, cuando no ha pasado ni una semana de la sentencia del Supremo, la situación en Catalunya parece más enquistada que nunca. Mientras en Madrid los partidos afilan los dientes para sacar partida electoral al conflicto catalán, desde el independentismo se persiste en alargar un tsunami que, pese a todas las dificultades y discrepancias entre las distintas formaciones, parece capaz de despejar las cortinas de fuego que distraen a la opinión pública.

Hoy viernes, la huelga general convocada por algunos sindicatos y la llegada a Barcelona de las Marxes per la Llibertat pueden volver a evidenciar que ni los incidentes ni las amenazas del Estado evitan que una mayoría de catalanes y catalanas hayan decidido tomar definitivamente las riendas de su propio destino.