Poniendo por delante que este martes quizás la resaca se centre en banalidades como si Rivera pidió un taburete para parecer más alto o Iglesias patinó al vocalizar «Manada», el llamado «debate a cinco» de este lunes noche ha sido para tomárselo muy en serio. A los optimistas que aún confíen en la opción de un gobierno progresista tras el 10N les habrá puesto los pelos de punta. Y los pesimistas que todavía crean que las derechas pueden llegan a una mayoría parlamentaria hasta ahora lejana no habrán dormido del todo tranquilos.
No solo ha sido Catalunya, aunque sí principalmente, el terreno en que las derechas han marcado el paso a un Pedro Sánchez (PSOE) desinflado, inerte, huidizo, quizás temeroso a un traspié que estropeara su ventaja. Tan apocado que al final del debate sobre Catalunya Pablo Iglesias (Unidas Podemos) ha salido a intentar espabilarlo: «No nos tenemos que achicar ante esta derecha. Tendríamos que tener suficiente altura para dejarnos de complejos». Intento inútil, Sánchez ha llegado sin sangre al plató.
Catalunya ha retratado su seguidismo a unas derechas con estrategias matizadas pero el mismo fondo: imposición y represión, ya sea con 155 duro (Albert Rivera, de Cs), Ley de Seguridad (Pablo Casado, del PP) o «deteniendo y esposando a Torra» ya (Santiago Abascal, de Vox). No es solo que Sánchez no haya mostrado alternativa, sino que ha jugado en su mismo terreno, planteando recuperar la tipificación del reférendum como delito en el Código Penal, cambiar el mecanismo de los consejos de administración de las televisiones autonómicas e introducir una nueva asignatura «constitucionalista», con lo que ha venido a admitir públicamente a TV3 y la educación catalana como problemas. Si pensaba aplacar con ello a la derecha, lo llevaba claro. Ni siquiera les habrá satisfecho oír hora y media después a Sánchez que «traeré a Puigdemont para que responda ante la Justicia».
PP, Cs y Vox no han perdido ocasión de colar Catalunya en cada bloque, a la menor ocasión y siempre sin réplica del líder del PSOE. El viento jacobino sopla fortísimo, una auténtica succión centralista a tres voces. Si se hablaba de educación, Rivera sentenciaba que «los 17 sistemas educativos nos colocan a la cola de Europa». Si de economía, Abascal prometía cargarse las autonomías para bajar así impuestos a todos los españoles. Si de política internacional, Casado instaba a cerrar las «embajadas de Diplocat»...
En este contexto, la llamada «agenda vasca» del PNV está sepultada. A tenor del debate, Euskal Herria aparece ya en la agenda madrileña bastante por detrás de la mediáticamente emergente «España vaciada», a la que Sánchez ha ofrecido un Ministerio.
Abascal abroncando a Sánchez
La gran novedad del debate era Abascal, en una campaña en la que la ultraderecha está siendo blanqueada –¿o aupada?– con total normalidad. Ha empezado sin querer asustar, pero luego ha ido quitándose caretas hasta llegar a mitad del debate a denunciar la exhumación de Franco («¿la emergencia para el Gobierno era desenterrar a un muerto?»).
Ahí le esperaba Sánchez con una novedad: ahora, 44 años después de la muerte de Franco, anuncia que si gana tipificará como delito la apología del franquismo y meterá mano a la Fundación del dictador. Parecía que con ello recuperaría pulso, pero Abascal le ha abroncado, Sánchez ha agachado la cabeza y ha tenido que ser Iglesias quien plantara cara al de Vox en el momento más tenso de la noche.
«Lo más arriesgado que usted ha hecho ha sido jugar a baloncesto», ha llegado a espetarle Abascal a Sánchez, en ese rifirrafe. Franco habrá sonreído en Mingorrubio. Lo de Millán Astray y Unamuno al menos tuvo más épica.
El problema de las derechas
Sánchez solo ha buscado respiro en los inevitables rifirrafes de las derechas, necesitadas de pescar en el mismo caladero (salvo que movilicen mucho voto de la abstención o consigan que la izquierda se quede en casa en masa). El candidato del PSOE ha intentado embrar contradicciones entre ellas, pero sin mucho resultado: por ejemplo, cuando ha preguntado a PP y Cs si comparten que el PNV puede ser ilegalizado, como ha dicho un candidato de Vox, no ha encontrado respuesta. Quizás Casado y Rivera también temen a Abascal viéndolo tan crecido. Por si quedara duda, en el «minuto de oro» Abascal ha colado la «ilegalización de los partidos independentistas», antes de acabar con «Buenas noches y viva España».
Ha habido por tanto un partido tres contra uno, sin color porque Sánchez no competía, y un tres contra tres entre Abascal, Rivera y Casado, aunque más artificioso que real. Como cuerpo extraño, entre los cinco Iglesias ha arrancado con la mano tendida a Sánchez, ofreciéndole de nuevo una coalición «sin reproches», pero ha parecido irse desanimando y ha acabado redirigiendo el mensaje hacia su votante potencial, desde pensionistas a animalistas.