Beñat ZALDUA

No será el Derecho el que saque al independentismo del bucle

Si hablamos de política, las victorias en los tribunales, a las que conviene no restar ningún valor, no son a menudo sino formas de empatar o equilibrar una partida. Si al retomar el juego fuera de los juzgados la estrategia política es la misma, es difícil que los resultados sean distintos.

Ganar está bien; es algo que gusta. El independentismo catalán llevaba mucho tiempo sin darse un homenaje, y una victoria como la obtenida por Junqueras en el TJUE sienta a las mil maravillas; reconforta una autoestima seguramente maltrecha. Brindemos por ello.

Pero tras brindar, pongámonos un poco cenizos, ya perdonarán. Y vaya por adelantado el aplauso a la labor de los abogados. La importancia de la sentencia del TJUE va más allá del caso concreto de Junqueras. Los jueces europeos vienen a decir que lo que determina la obtención del acta de eurodiputado es el voto de la gente en las urnas, no el trámite burocrático de jurar la Constitución al que obliga la Ley electoral española. Lo que no es sino una forma de decir que, al menos en este tema, prevalece el principio democrático sobre el principio de legalidad. No es cuestión menor.

Dicho esto, y simplificando al extremo las cosas, preguntemos: ¿Qué es lo mejor que puede ocurrir con la sentencia del TJUE? Por lo que hemos leído en las últimas horas, si al TS le subiese la fiebre garantista, debería declarar la nulidad del juicio y, entendemos, repetirlo. No ocurrirá, pero pongámonos en situación.

Y mientras, ¿qué pasaría en Catalunya? El año 2020 parece que va a estar dominado por las elecciones al Parlament. JxCat sigue siendo un organismo invertebrado en el que cualquier liderazgo posible recuerda demasiado a Convergència o es incompatible con ella. Difícil equilibrio. En ERC, Aragonès no deslumbra como gran baza para competir electoralmente, y de Roger Torrent apenas conocemos la pose. No es tan loco pensar que Puigdemont y Junqueras repitan como candidatos.

Y así, con un juicio por celebrar y una contienda electoral con líderes encarcelados y exiliados frente a frente, habríamos regresado, sin darnos cuenta, a diciembre de 2017. Esto puede ser una boutade, un poco de política ficción o, a lo sumo, una hipótesis de trabajo. Apenas es una simplificación que busca sugerir que, por cruciales que sean las batallas judiciales –que lo son–, en la política de estos tiempos las victorias en los tribunales quizá no sean más que ocasiones de empatar o equilibrar una partida, y lograr nuevas opciones políticas. Si llegado ese momento las estrategias políticas no han evolucionado, es difícil pensar que el resultado vaya a ser muy diferente.

ERC es el partido que más se está esforzando en explorar nuevos escenarios –acertados o no– con propuestas que, más o menos implícitamente, buscan nuevos equilibrios que requieren el concurso de los Comuns y, probablemente, del PSC. Es una aritmética compleja, con viaje de ida y vuelta entre Madrid y Barcelona y que, cuanto más explícita se hace, más costes genera a ERC. Lo tendrían que tener en cuenta los Comuns y, sobre todo, un PSOE que, a su vez, paga un peaje en España por sentarse con ERC. No es fácil para nadie, pero más difícil resulta pensar que haciendo lo mismo se obtendrán resultados diferentes.