Es previsible que cada vez más cosas estén sujetas a voto. Eso no implica siempre decidir; a veces solo se opina. Aun así, las fuerzas autoritarias tienen sus maquinarias de ganar votaciones a pleno rendimiento. El establishment afina su método e invierte mucho en demoscopia. Esto vale por igual para una federación de deporte que para el caucus de Iowa. No paran de medir cómo funcionan sus mentiras, sus inversiones y sus cálculos.
Por supuesto, si los poderosos pueden imponerse de manera arbitraria y sin riesgo de perder, lo harán. Hemos visto que tampoco renuncian al golpismo. Pero las urnas legitiman, y lo necesitan.
Cultura, protesta y refrendo
Votar es condición necesaria para ser democráticos, pero por sí mismo no basta. La democracia no es una mecánica, es una cultura. Si no se desarrolla, su calidad se resiente y degenera rápido.
Precisamente, las protestas en demanda de democracia y libertad han retomado en 2019 una dimensión global. El año que entra se puede confirmar su carácter transformador. No obstante, el desgaste del sistema y de las clases dirigentes no garantiza la alternativa. Las protestas solo funcionarán combinadas con esquemas de refrendo democrático. Para bien o para mal, los derechos estarán sujetos a votación, y habrá que luchar con acierto para vencer. La alternativa no es el advenimiento natural de esos derechos, sino su violación institucionalizada.
Es probable que esta década se pongan en entredicho derechos consolidados. Los relacionados con la igualdad entre mujeres y hombres son un objetivo declarado del totalitarismo rampante. El ataque a la diversidad es el reflujo reaccionario a la revolución feminista. Su defensa, en la calle y en las urnas, supondrá un reto más general para los movimientos emancipatorios.
Emergencia y estrategias
Aunque suene paradójico, cada vez habrá más cosas en este mundo que no se votarán. Cosas importantes, inexorables, fatales llegado el caso. Por ejemplo, todo lo asociado a la emergencia climática. Claro que se podrán aprobar políticas necias al respecto, quizás, pero no irán a ningún lado que no sea a la catástrofe.
El planeta arde por una esquina y se deshiela por la otra. Una comunidad científica volcada en buscar soluciones y una sociedad civil liderada por nuevas generaciones conscientes y comprometidas son las únicas garantías para abortar el cataclismo. El sistema capitalista es insaciable, tiene un instinto suicida. Con la excepción de pequeños experimentos locales o regionales, las políticas públicas no están a la altura.
Las decisiones que tomen la ciudadanía vasca y sus instituciones no garantizan que se frene la emergencia climática, para empezar porque otros actores realmente determinantes pueden no acompañar estas decisiones. Pero lo cierto es que no hay otras decisiones posibles.
Mirando la década pasada, en este terreno se han tomado políticas de calado siguiendo esquemas caducos, agotados y tan particulares que ahora dan vergüenza. Podríamos estar cerrando la principal incineradora de residuos y ser modelo a nivel europeo en políticas de «0 residuos», pero se acaba de inaugurar una nueva planta. Podíamos tener un red ferroviaria de alto rendimiento socioeconómico y estamos atrapados en un TAV inviable. Sin perder de vista a los responsables de este desaguisado, tener razón no debería ser consuelo para nadie. Se deben evaluar estrategias que no han tenido como resultado la victoria de alternativas viables y positivas, sino una pérdida de capacidad transformadora.
2020 es año electoral para la política vasca. En tiempos de emergencia nada que tenga que ver con votar es un trámite. Había alternativa a esas políticas y sigue habiéndola. Gasteiz ni es un oasis, ni una isla. Este año se votará de todo en Baiona, Edimburgo, Washington o Santiago de Chile. Hay un debate global y permanente sobre la democracia. Si los y las vascas no lo damos, lo perderemos.
Ni la opresión ni la defensa de la libertad siguen calendarios, pero la manera de pensar las luchas en periodos concretos cambia la perspectiva. Hay cosas que se pueden hacer en un año, mientras otras requieren de décadas. Para otras, no queda tanto tiempo. Algunas se solventan con una papeleta. Otras demandan un compromiso sostenido, una tenacidad a prueba de desvaríos y desazones. La cárcel, por ejemplo, sí entiende de calendarios. ¿De cuántos tendría que bajar la cifra actual de 245 presos políticos en 2020? En base a ese número también podremos evaluar si crece o no la cultura democrática en Euskal Herria.