Dabid Lazkanoiturburu

El Parlamento avala la intervención militar en Libia de Erdogan

El Parlamento turco ha aprobado el despliegue militar negociado por el presidente, Recep Tayip Erdogan, en Trípoli. Un despliegue que evidencia la pugna al interior del mundo suní entre las teocracias árabes y su aliado egipcio contra el islamismo político y que revela el afán de restaurar el sueño otomano por parte de Erdogan. Pero que, a la vez, forma parte de la rivalidad entre Ankara y Atenas por el control de los recursos energéticos en el Mediterráneo Oriental.

El presidente turco se dirige a sus diputados para presentarles su plan. (Murat KULA-AFP)
El presidente turco se dirige a sus diputados para presentarles su plan. (Murat KULA-AFP)

El Parlamento de Turquía ha autorizado el despliegue durante un año de tropas en Libia para apoyar al Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA) en Trípoli, reconocido por la ONU y que encabeza Fayez Serraj frente a la ofensiva militar lanzada por el mariscal Jalifa Haftar.

La moción, aprobada por 325 votos a favor del islamista gubernamental AKP y del panturco MHP, y 184 en contra, permitirá al Gobierno turco decidir sobre el momento y el alcance del despliegue en el país norteafricano.

La principal formación opositora, el kemalista CHP), el pro-kurdo HDP y el conservador Iyi ya habían adelantado que votarían en contra del envío. El apoyo de Turquía al GNA «solo animará a los aliados de Haftar a que incrementen su respaldo y empeore la crisis», ha alertado el diputado del CHP Unal Cevikoz.

Las fuerzas de Haftar cuentan con el respaldo militar de Egipto, Emiratos Arabes Unidos, Arabia Saudí y Rusia, que ha reforzado su presencia en Libia con cientos –hasta miles, según Trípoli–, de mercenarios de la compañía Wagner. El antiguo militar gadafista cuenta asimismo con el apoyo del Estado francés.

Nostalgia neotomana

El envío de tropas turcas a Libia aparece como un movimiento de ajedrez geopolítico de Ankara para frenar su progresiva pérdida de influencia en el Mediterráneo oriental y para reforzar el suelo de Erdogan de convertirse en 2023 en el sucesor neotomano del padre de la Turquía moderna, Mustapha Kemal Attaturk.

Especialmente se trata de hacer frente al eje formado por Arabia Saudí, Egipto y Emiratos Árabes Unidos (EAU), países que apoyan al mariscal Hafter y a su Ejecutivo en Tobruk (este de Libia). Turquía se ha situado desde el principio del lado del (GNA). Ankara ha logrado asimismo el apoyo de Argelia y de Túnez. La ciudad-estado de Misrata, antiguo puerto otomano en el norte de Libia, es enemiga acérrima de Haftar, lo que le sitúa, aunque a regañadientes, al lado de Trípoli.

Asistimos a la primera intervención militar turca en un país no limítrofe desde la invasión de Chipre en 1974. Desde entonces, los soldados turcos han combatido, eso sí, en el norte de Irak contra la guerrilla kurda y, desde 2016, en el norte de Siria (Rojava).

Erdogan ha justificado la intervención en Libia señalando que allí ya combatió Attaturk en 1911, cuando grandes partes de África del Norte formaban parte del Imperio otomano. Aunque nunca ha propuesto formalmente un cambio de fronteras, el presidente turco no ha ocultado nunca sus pretensiones neotomanas en los territorios perdidos por el desaparecido imperio de la Sublime Puerta a inicios de siglo XX: Irak, Siria, la Península Arábiga y parte de los Balcanes.

Sobre ello se superpone una pugna en el seno del mundo suní entre un bloque que persigue a muerte al movimiento islamista político de los Hermanos Musulmanes (aunque incluye regímenes teocráticos) y el que lo respalda. El primero está encabezado por Egipto, Arabia Saudí y EAU. El segundo está liderado por el dinero de Qatar, la fuerza militar de Turquía y la posición simbólica de Túnez, único país árabe que registró una transición ordenada tras las revueltas de 2011.

La lucha por los recursos

Pero lo que subyace en el fondo de la intervención en Libia es la pugna por el control de los recursos energéticos en el Mediterráneo Oriental.

A cambio de su apoyo militar, el GNA ha accedido a ceder a Ankara el control económico exclusivo de una treintena de kilómetros al sureste de la isla de Creta.

Por una parte, Turquía busca garantizarse el acceso a parte de los yacimientos de gas natural en el mar de Chipre, por otra intenta obstaculizar el desarrollo de las infraestructuras para que el gas chipriota e israelí pueda llegar a Europa, ya que tiene en marcha importantes proyectos que competirían por el mismo mercado.

Ankara tiene interés en que las tuberías en su territorio sean parte de un corredor clave para el suministro energético al rico mercado europeo, algo que dejó claro ayer el vicepresidente turco Fuat Oktay en declaraciones a la agencia oficial Anadolu.

En este contexto, Oktay recordó el plan para conectar los gasoductos Trans-Anatolia (TANAP) y Transadriático (TAP), así como prolongar hacia Europa el Turkstream, que será previsiblemente inaugurado el próximo día 8 de enero por Erdogan y el presidente ruso, Vladimir Putin.