Aritz INTXUSTA

Sánchez se agarra a un tono todavía más belicista para justificar la vuelta al trabajo no esencial

El presidente español, Pedro Sánchez, se ha vestido a sí mismo como el gran general que libra una batalla frente al coronavirus, a quien se ha referido como «el enemigo que nos ha invadido». El delirio militarista en el que se ha sumergido el presidente tiene como objetivo allanar lo que él ha bautizado como los segundos pactos de La Moncloa, que quiere arrancar en cuestión de días. 

Pedro Sánchez, durante la rueda de prensa.
Pedro Sánchez, durante la rueda de prensa.

Sánchez tenía que explicar hoy por qué ha decidido relajar medidas y permitir que se retome la actividad económica no esencial. Pero él ha llegado con otra intención, cosa que ha dejado clara desde el primer momento. Parece que Sánchez ha llegado al convencimiento de que en la épica militar se encuentra el bálsamo de Fierabrás que le permitirá acabar con el disenso político y traerá a la oposición (a toda, también a Vox) a sus nuevos pactos de La Moncloa.

Así, se dirigió a los ciudadanos como unos «compatriotas» que «del primero al último» están combatiendo en una guerra sin «armas suficientes». Los hospitales y residencias se han convertido en «frentes». Y hasta los artistas son soldados, en tanto que aportan «su creatividad al combate». El estado entero, según ha retratado, se ha transformado en una formidable máquina militar contra el coronavirus. Una única pieza chirría en su distopía militarista, en esta «guerra total», en la que a Sánchez le ha tocado ejercer «el mando único». La nota discordante son, por supuesto, los partidos políticos que atacan la unidad, que disienten radicalmente y le atacan. 

El virus dejará «devastación a su paso», ha vaticinado el presidente. Sánchez ha asegurado que se trata del mayor desafío al que se ha sometido al planeta «desde la Segunda Guerra Mundial». Habrá, por tanto, que «reconstruir» el Estado español. Y la herramienta de la reconstrucción obviamente son estos «segundos pactos de La Moncloa», que se inspiran en aquellos que se firmaron hace 40 años. 

Según el presidente, desde la transición española no ha habido un pacto de estado como aquellos de la Transición. Sin embargo, Sánchez ha anotado dos precedentes del entendimiento que busca: los Pactos de Toledo sobre pensiones y el Pacto Antiterrorista. 

Volviendo ya al tema sobre el que en realidad versaba la convocatoria, la justificación de la reanudación de la actividad económica no esencial, el presidente se sacó de la manga la idea de «posguerra». Se vuelve al trabajo para que no haya hambre en la posguerra. Ya está.

El presidente ha sostenido también que la bajada porcentual de contagios (del 38% al 3%, según sus números) se consiguió con el confinamiento sin hibernación económica, debido a lo que se tardan en sentir los efectos de las medidas de restricción. Que el resultado real de la hibernación económica se conocerá en diez días.

Los medios de comunicación, en el turno de preguntas, han evidenciado tener unas preocupaciones mucho más mundanas que las de la guerra total contra el microbio en la que vive sumergido el presidente. Todos han sido mucho más prácticos, la verdad. Han preguntado por el ingreso mínimo vital, por la problemática de usar transporte público con medidas de seguridad suficientes, por el miedo a un repunte epidémico, por la falta de EPI en las empresas... Una gaceta médica le ha vuelto a recordar que ni siquiera los sanitarios cuentan con protección suficiente contra el virus. 

Sánchez solo les ha podido ofrecer como garantía suplementaria con respecto a la situación de hace dos semanas, cuando se vio preciso apagar la industria, que ya se han comprado mascarillas que repartirán las policías a pie de calle. Un material que, según sus asesores científicos, sigue siendo «recomendable», pero no obligatorio.

La última pregunta fue la del diario catalán "El Punt", que le ha preguntado si puede garantizar que detrás de estos pactos que busca no hay un intento de recetralizar el Estado. Sánchez ha despachado al repuesta con un lacónico «sí», negando que busque cercenar el autogobierno autonómico.