Estados Unidos empezó la semana cerrando el largo puente del Memorial Day, que homenajea a los soldados fallecidos en las guerras en las que ha participado el país de las barras y las estrellas, un evento inflamatorio del patriotismo estadounidense en el que este año algunos querían recordar también a las víctimas del covid-19. Sin embargo, lejos de alcanzar el objetivo catártico que pretendía, esta iniciativa ha servido para mostrar al mundo a una sociedad profundamente dividida, polarizada, con mucha gente clamando porque se ponga fin a cualquier medida de contención frente al coronavirus, ante el estupor de expertos y profesionales sanitarios que están viviendo en primera línea los efectos devastadores de esta pandemia.
Ni siquiera haber alcanzado la cifra de cien mil muertos, un hito terrible al que se llegará en las próximas horas, ha servido para que las protestas contra las restricciones dictadas por las autoridades se hayan aplacado. Al contrario, los actos del Día de los Caídos fueron aprovechados por estos grupos, que se mueven como pez en el agua en ese ambiente pleno de parafernalia militar, para hacer oír su voz.
La campaña, lanzada
Y probablemente la persona que más eco les está dando es Donald Trump, que sabe que es ahí donde está su caladero y no desaprovecha ocasión para alentar sus protestas frente a los gobernadores del Partido Demócrata.
El inquilino de la Casa Blanca lleva tiempo abogando por el relajamiento de las medidas y erosionando la autoridad de los demócratas allí donde gobiernan.
El último episodio lo protagonizó el lunes, cuando amenazó con cambiar el lugar de celebración de la Convención Nacional Republicana, donde será proclamado candidato, si el gobernador de Carolina del Norte no garantiza que las instalaciones puedan estar «plenamente ocupadas» pese a la amenaza del virus. Ese estado prohíbe las grandes concentraciones de gente, y Trump avisó en Twitter de que «nos veremos obligados a buscar otro lugar para la Convención, con el empleo y el desarrollo económico que conlleva».
El gobernador, Roy Cooper, del Partido Demócrata, respondió que confía «en los datos y en la ciencia para proteger nuestra salud pública», pero sabe que el mensaje del presidente cala en una parte de la población y que desairarlo no entra en los planes de su formación en un lugar clave para la batalla presidencial.
Y es que con los comicios previstos para noviembre, la campaña está lanzada y lo impregna todo, también las decisiones de una y otra parte en la gestión de esta crisis, sanitaria en primer lugar, pero también económica.
En este sentido, puede decirse que Trump lo ha fiado todo a una baza. Sabedor de que la buena marcha de la economía era su mejor aval para la reelección antes de que el covid-19 pusiera el planeta patas arriba, su obsesión ha sido retomar la actividad cuanto antes y a ello han estado dirigidas sus decisiones, que son del agrado no solo de grandes empresarios sino también de muchos trabajadores que no pueden permitirse que pasen los meses sin ingresos. Estos sectores y los grupos ultraderechistas que han participado en las algaradas callejeras de las últimas semanas son su sostén.
Lo que sucede es que contra lo que él mismo había anunciado –dijo que en EEUU habría entre 50.000 y 60.000 fallecidos como mucho– la cifra de víctimas no para de crecer y, aunque lo hace a menor ritmo que hace unas semanas, todavía están lejos de ver la luz. Y por ese flanco le están lloviendo las críticas, que arreciarán si no hay un cambio brusco de tendencia.
Tampoco le ayudan algunas de sus excentricidades, como la que le llevó a decir que llevaba semanas tomando hidroxicloroquina –«una de las mayores revoluciones en la historia de la medicina»– solo unos días antes de que la OMS suspendiera los ensayos con este medicamento en pacientes con covid-19 tras constatar no sólo que no es eficaz, sino que aumenta el riesgo de muerte en los enfermos.
De momento, la popularidad de Trump no se ha visto lastrada, pero con las cifras económicas irremediablemente tocadas en un escenario global, un número insoportable de víctimas podría arruinarle una reelección que veía encaminada hace unos meses, cuando el Partido Demócrata gestionaba como buenamente podía la pugna entre Bernie Sanders y Joe Biden.
Primera aparición de Biden
Precisamente, la reaparición del candidato demócrata, ausente de toda actividad desde marzo, le ha dado otro arreón a la campaña. Vestido de negro y con la cara tapada por una mascarilla del mismo color –Trump se niega a utilizarla– Biden participó en una ofrenda floral del Memorial Day acompañado por su esposa, dando por cerrada la tregua electoral por el coronavirus.
La carrera está abierta y en ella tienen cabida tanto los dardos de Barack Obama contra Trump, de quien dijo la semana pasada que su gestión es «un desastre caótico», como los intentos del Partido Republicano por obstaculizar el voto por correo, que tradicionalmente favorece a sus rivales y que puede ser decisivo en plena pandemia.
El 3 de noviembre abrirán las urnas, y si alguno derrama lágrimas no será por las vidas perdidas sino por los votos de menos.