Arnaitz Gorriti

Los tótems de un mundo racista tiemblan al calor de unas protestas que se extienden por el mundo entero

Estatuas con graffittis, decapitadas o que han tenido que ser retiradas... Las figuras históricas, en principio inamovibles que han tenido que ver con el racismo en la Historia, sobre todo en la época del colonialismo, están hallando en todo el mundo un rechazo casi nunca visto a raíz del profundo racismo que subyace en hechos como la muerte de George Floyd.

Unos operarios limpian la estatus ecuestre de Andrew Jackson, presidente que fomentó el desplazamiento forzoso de los indios americanos, en Washington. (Mandel NGAN /AFP PHOTO)
Unos operarios limpian la estatus ecuestre de Andrew Jackson, presidente que fomentó el desplazamiento forzoso de los indios americanos, en Washington. (Mandel NGAN /AFP PHOTO)

Sea por conciencia o por efervescencia, las reacciones al asesinato de George Floyd han tenido el efecto de un huracán ganando fuerza, siendo el racismo histórico y esclavista el objetivo de muchas indignadas protestas. Protestas que han tenido efectos demoledores en estatuas, placas y demás en parte del mundo y que han tocado tótems que hasta la fecha han salido inmaculados de cualquier revisión histórica al respecto.

Tótems como la estatua de todo un rey, como Leopoldo II de Bélgica, «vandalizada» según las agencias de información, acusado de haber «matado a 15 millones de personas» –en el Congo Belga en la época colonial, dado que Leopoldo II vivió entre 1835 y 1909–.

Tótems como Cristóbal Colón, cuyas estatuas fueron derribadas en Miami o en Boston –en este caso, la estatua fue decapitada–, junto con la estatua del presidente confederado Jefferson Davis justo un día después de que un monumento de Cristóbal Colon fuera derribado, incendiado y arrojado a un lago de la localidad de Richmond, en Virginia, en el que hasta la estatua del mismísimo general Robert E. Lee, emblema donde los haya del ejército sudista de la Guerra de Secesión Norteamericana, fue «vandalizada» con varios grafittis. En Nueva York, solo el empeño de «preservar el legado italo americano» del gobernador Andrew Cuomo ha evitado males mayores en la estatua del genovés.

Tótems como ¡Robert Baden-Powell, fundador en 1908 del movimiento juvenil de los Boy Scouts!, cuya estatua ha tenido que ser retirada temporalmente de la localidad costera inglesa de Poole Quay para prevenir ataques, en medio de las protestas antirracistas que proliferan en Gran Bretaña.

El consistorio de Bournemouth, Christchurch and Poole, en el sur de Inglaterra, ha confirmado que quitará de momento el monumento a Baden-Powell, acusado de simpatizar con el fascismo y el nazismo, después de que en 2010 archivos desclasificados de los servicios secretos británicos revelaron las afinidades de Lord Baden-Powell, al punto que fue invitado a conocer a Adolf Hitler.

Tótems como el mismísimo Winston Churchill, cuya estatua en la plaza del Parlamento ha aparecido en los últimos días con pintadas, al punto de que el Primer Ministro Boris Johnson ha salido en defensa del histórico estadista británico.

El diablo está en los matices

Pero hasta Boris Johnson ha recurrido al matiz. «Es absurdo y vergonzoso que este monumento nacional esté hoy en peligro por los ataques de manifestantes violentos. Sí, (Churchill) a veces expresó opiniones que son inaceptables para nosotros hoy, pero fue un héroe y se merece totalmente este homenaje», escribió Johnson en su cuenta de Twitter.

Conviene recordar que la Segunda Guerra Mundial significó al fin de Gran Bretaña como una de las potencias preponderantes en el Mundo, en favor de la lucha bipolar que mantuvieron los Estados Unidos y la Unión Soviética hasta el colapso de este a principios de la década de los 90 del siglo XX.

Gran Bretaña fue la gran potencia mundial durante la época colonial, así en Ásia como en África, como figuras relevantes como Cecil Rhodes, uno de los «inventores» del apartheid, y que hasta ahora ha permanecido incólume, hasta hace un par de días, cuando miles de estudiantes de Oxford han pedido que se retire su estatua de uno de los centros educaticos de la prestigiosa universidad.

Churchill, «viejo león» que vino a sustituir a Chamberlain, conocía todos los entresijos del poder y pese a su capacidad oratoria –al final ganaría el Nobel de Literatura en 1953 «por su dominio de las descripciones biográficas e históricas así como por su brillante oratoria en defensa de los valores humanos exaltados»–, sus reticencias con el nazismo no impidieron que descaradamente hubiera ejercido de incondicional de todo un Benito Mussolini al menos hasta 1934, y así otros tantos matices que desmitifican a uno de los que «ayudaron a salvar a Europa de la tiranía», según Boris Johnson.

Cierto es que mirar con ojos actuales costumbres de hace varios siglos no hace menos injustos algunos procesos. Porque para conocer los motivos de las protestas de hoy, conviene tener una idea de las causas de las injusticias de ayer.

Así, nada mejor que citar a Ryszard Kapuscinski, cuando escribió que «el comercio de esclavos dura cuatrocientos años. Comienza en el siglo XV y termina oficialmente en la segunda mitad del siglo XIX (...) Entre 15 y 30 millones de personas fueron secuestradas y transportadas más allá del Atlántico en condiciones terribles. Se estima que durante un viaje así (de dos o tres meses) morían de hambre, asfixia y sed casi la mitad de esclavos. Los supervivientes trabajaban después en las plantaciones de caña de azúcar y de algodón en Brasil, en el Caribe y en Estados Unidos, construyendo la riqueza de aquel hemisferio. (...) Los traficantes de esclavos despoblaron el continente y lo condenaron a una existencia vegetativa y apática. Hasta hoy, África no se ha desprendido de esta pesadilla, no ha levantado cabeza tras semejante desgracia».

Ante ello, nada mejor que contrastar a talentos intelectuales como el príncipe Laurent de Bélgica, hermano menor del actual rey Felipe de los belgas, que no ha tenido mejor idea que afirmar este mismo viernes en una entrevista que no cree que el rey Leopoldo II (1835-1909), considerado responsable de millones de muertes en el Congo, «hiciera sufrir» a la población de ese país.

En una entrevista con el diario local ‘Sudpresse’ que recoge la agencia belga, el príncipe ha asegurado que su antecesor Leopoldo II nunca estuvo personalmente en el país africano, por lo que no entiende las acusaciones dirigidas al que fuera el segundo rey de Bélgica.

«Debe saber que había mucha gente que trabajaba para Leopoldo II y ellos realmente abusaron, pero no por eso Leopoldo II abusó. Él nunca fue al Congo personalmente, así que no veo cómo pudo hacer sufrir a la gente allí», ha dicho Laurent.

El príncipe ha asegurado también que «siempre se disculpa» por las acciones de los europeos cuando tiene encuentros con jefes de Estado africanos.

De Europa a Oceanía

En otras latitudes, estas faltas de tacto han tenido alguna corrección. El primer ministro de Australia, Scott Morrison, ha tenido que disculparse por proclamar este jueves que «nunca existió la esclavitud en el país» en unas declaraciones que le han granjeado un aluvión de críticas por ignorar a las decenas de miles de habitantes de las islas del Pacífico Sur explotados durante los siglos XIX y XIX en los campos de azúcar australianos.

«Mis comentarios no querían ofender a nadie y si lo hicieron, lo lamento profundamente y pido perdón por ello», ha declarado Morrison este viernes en rueda de prensa recogida por 'The Adelaide'. «Lo que quería decir es que Australia tiene un pasado, lo hemos reconocido y tenemos que afrontarlo», ha añadido.

En Nueva Zelanda, la estatua del capitán británico John Hamilton, que mató a maoríes en un conflicto por la propiedad de las tierras en el siglo XIX, ha sido retirada este viernes de una plaza neozelandesa, en medio de crecientes reivindicaciones de los indígenas en Nueva Zelanda y Australia.

La remoción de este monumento colocado en 2013 en la ciudad de Hamilton, en la Isla Norte, se da después de que un residente maorí haya declarado públicamente que tenía previsto derribarla durante las protestas antirracistas previstas en esta ciudad el fin de semana.

La alcaldesa de la ciudad, Paula Southgate, ha admitido que «un creciente número de personas considera que la estatua es personal y culturalmente ofensiva. No podemos ignorar lo que está sucediendo en todo el mundo», de acuerdo a declaraciones recogidas por Radio New Zealand.

Hamilton murió en la batalla de Gate Pa en 1864 contra los maoríes y hay cientos de estatuas relativas a la colonia británica, además de otras tantas calles que llevan nombres de personajes, incluso comerciantes de esclavos, en comparación al casi nulo reconocimiento de los maoríes.

Por ello, la colíder del Partido Maorí, Debbie Ngarewa-Packer, ha pedido al gobierno de Jacinda Ardern que se identifique y retire todos los monumentos y nombres de personajes racistas de la era colonial.

«Tenemos hijos, que crecen orgullosos de quienes son, aprendiendo nuestra historia y después ven calles y parques con nombres de racistas que han matado a sus ancestros», ha dicho la representante maorí, cuyo pueblo firmó con los colonos británicos el Tratado de Waitanga en 1940 para reconocer sus derechos sobre la tierra.

Entonar el «mea culpa»

Nunca está de más hacer una reflexión. En ese sentido, en la sección ‘Aló Legorburu’ del programa «Kolpez Kolpe» de Hamaika Telebista se ha hecho eco de una interesante reflexión de Miren Legorburu, según la cual «cada uno de nosotros somos testigos, víctimas y v¡ctimarios de esta clase de explotaciones».

«Los vascos somos un pueblo explotado, pero lleno de contradicciones. Y una de esas contradicciones versa en que, cuando todo el mundo apunta a la existencia del racismo en los Estados Unidos, aquí el colectivo de gente de raza negra no deja de ser una presencia exótica ya que hay pocos mientras que en los Estados Unidos hay muchos. ¿Y por qué hay tantos? Por que se los llevaron», recuerda, entroncando con el párrafo de más arriba de Kapuscinski.

«¿Y qué tiene que ver con los vascos? En la época del colonialismo, se proveían los barcos en Europa de telas, abalorios y demás, y se hacía el trueque en África por personas, y aquellas personas se las llevaban a América para venderlas y comprar material para traerlo de vuelta a Europa. Y los vascos, al ser grandes marinos, se aprovecharon de aquella trata de personas para sacar beneficio», ha afirmado.

«Fuimos los primeros en llegar a Terranova a cazar ballenas y establecer relaciones comerciales entre iguales con sus habitantes, eso también sucedió. Pero no podemos idealizar a nuestros ancestros, ya que si hoy somos parte de esta Europa opulenta, también lo somos por haber llevado a personas en África y haberlas vendido en América. Esas estatuas de arriba en el edificio de la Diputación de Gipuzkoa están consagradas a grandes marinos de Gipuzkoa. Quizá sea el momento de revisar quién merece estar en ese lugar de honor y quién no», ha culminado, no sin antes remachar que esa parte de nuestra historia «no es para enorgullecerse, pero debemos conocer nuestras contradicciones para no repetirlas».

«Miremos, por otro lado, nuestros microrracismos cotidianos: que queramos echar a alguien del vecindario porque no nos resulte cómodo... "Yo no soy racista, pero..." Hay proyectos como Ongi Etorri Errefuxiatuak, Zaporeak... pero no pueden ser cuestiones puntuales. Por ello, la reflexión contra nuestros microrracismos ha de ser continua y profunda», termina Legorburu.