Mikel Insausti

‘Cinema paradiso’: Los cines perviven en el imaginario colectivo

Cuando el cine formaba parte de la vida social en los pueblos pequeños. (NAIZ)
Cuando el cine formaba parte de la vida social en los pueblos pequeños. (NAIZ)

CINEMA PARADISO
Italia-Estado francés. 1988. 123’

Tit. Orig.: ‘Nuovo Cinema Paradiso’.

Dir.: Giuseppe Torntore. Guion: Giuseppe Tornatore y Vanna Paoli. Prod.: Franco Cristaldi y Giovanna Romagnoli. Int.: Salvatore Cascio, Philippe Noiret, Jacques Perrin, Brigitte Fossey, Leopoldo Trieste, Enzo Cannavale, Antonella Attili, Marco Leonardi, Pupella Maggio.
Fot.: Blasco Giurato.
Mús.: Ennio Morricone.
Mont.: Mario Morra.

Habrá quien piense que Tornatore es cineasta de una sola película, pero lo cierto es que el italiano ha seguido haciendo muy buenos trabajos después de su consagración internacional con ‘Cinema Paradiso’ (1988), que logicamente marcó su posterior carrera al haber dado en la diana ya con su segundo largometraje. Supondría toda una contradicción que se sintiera incapaz de seguir rodando por haber alcanzado la plenitud tan pronto, puesto que el mensaje de la película es el del amor al cine que nunca se agota, pasando a formar parte de nuestra rutina vital. Es el pan de cada día, toda vez que se integra en los sueños de tantos y tantos espectadores como películas existen. Este clásico imperecedero representa el poder del imaginario colectivo, y mi generación no sería lo que es desligada de las sesiones parroquiales de la infancia o de la ifluencia de los cines en pueblos pequeños no tan diferentes del enclave siciliano de Giancaldo donde transcurre este emotivo y entrañable fresco histórico.

Cómo no identificarse con los efectos provocados por la censura local que ejerce con mano de hierro el padre Adelfio (Leopoldo Trieste), y que tanta importancia cobra en el desarrollo del relato y su conclusión. Las escenas de besos estaban prohibidas en la posguerra por el clero y las autoridades civiles, pero en lugar de provocar un desinterés por lo que se proyectaba sobre la pantalla hacía que el público jalease cada corte, y lo convertía en un aliciente más del espectáculo. Alfredo el proyeccionista (Philippe Noiret) transmite a su heredero espiritual Totó (Salvatore Cascio) la pasión por aquello que únicamente se puede ver con los ojos del corazón, más aún cuando se queda literalmente ciego. Y el maravilloso final contiene toda la magia de los fotogramas salvados de la quema, con el material más sensible que surge de lo prohibido.