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La violencia de las maras repunta en Honduras y Guatemala tras la breve tregua por el covid-19

Las pandillas que siembran el terror en el norte de Centroamérica han retomado sus actividades delictivas en Honduras y Guatemala, tras una breve pausa por la crisis del coronavirus. Mientras tanto, El Salvador registra un notable descenso en el registro de muertes violentas.

Policías hondureños se dirigen a la escena de un crimen. (Orlando SIERRA/AFP)
Policías hondureños se dirigen a la escena de un crimen. (Orlando SIERRA/AFP)

Con el levantamiento paulatino de las medidas de confinamiento que habían supuesto también la paralización de la actividad de las organizaciones delincuenciales, los cadáveres de víctimas de las maras reaparecen en las calles de Tegucigalpa, la capital hondureña.

Solo en la noche del domingo 16 de agosto, ataques coordinados de bandas criminales dejaron cinco muertos en esa ciudad. Tres días antes, ya se habían recogido cinco cadáveres después de varios tiroteos en distintos puntos de la ciudad.

Las autoridades consideran a los fallecidos víctimas de la guerra entre bandas por el control de sus territorios y, tras lo ocurrido, ven en particular la mano de la temida Mara Salvatrucha (MS-13).

Este tipo de pandillas se encuentran detrás de los elevados índices de violencia que sitúan a Honduras, Guatemala y El Salvador en la lista de países más peligrosos del mundo, aparte de aquellos en los que hay conflictos declarados.

La violencia endémica acentúa aún más la miseria de los habitantes de estos países y es una de las principales razones que los empuja a emprender el camino del exilio, principalmente con destino a EEUU, en busca de una vida mejor.

Tras la calma, vuelve la tempestad

A mediados del pasado mes de marzo, la violencia pandillera registró un significativo descenso, a raíz de las medidas dictadas por las autoridades sanitarias para hacer frente a la pandemia, acompañadas de toques de queda y, también, de una mayor presencia de las fuerzas de seguridad en las calles.

La tregua ha durado apenas unas semanas en Honduras y Guatemala, donde la violencia ha estallado nuevamente con la tímida reanudación de las actividades cotidianas.

Desde principios de año, se han registrado en Honduras «24 asesinatos múltiples en los que más de 80 personas han perdido la vida», especifica Migdonia Ayestas, directora del Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional. Entre enero y agosto de 2019, la cifra de muertes violentas fue de 2.322, mientras que en el mismo plazo de este año, es de 1.934, según las estadísticas policiales de Honduras. Todo ello, en un país de 9,3 millones de habitantes.

En Guatemala, las ejecuciones han tomado una curva ascendente similar a la de Honduras. Según la Policía guatemalteca, la reanudación de la actividad de las bandas delictivas ha coincidido con la reducción de las horas de toque de queda y la reapertura de negocios el 26 de julio.

La cifra de muertos en Guatemala, con 17 millones de habitantes, se ha situado en los primeros siete meses de este año en 1.909, frente a las 2.805 muertes violentas contabilizadas en el mismo periodo del año pasado.

El Salvador, aún en calma

En El Salvador, con 6,6 millones de habitantes, las autoridades informan de una relativa calma, ya que el saldo de muertes violentas contabilizadas entre enero y agosto es de 692, frente a los 1.729 del mismo periodo de 2019.

La pandemia no es la única causa, ya que expertos vinculan lo ocurrido con la aplicación de una distinta política de seguridad.

A principios de junio de 2019, el Ministerio de Justicia y Seguridad salvadoreño contabilizaba «de 9 a 10 asesinatos por día», una cifra que para fin de año había bajado a 4,7.

El propio ministro Rogelio Rivas se jactó de que El Salvador «se ha convertido en un referente en la región en materia de seguridad». Atribuye esos resultados al Plan de Control Territorial implementado por el Gobierno de Nayib Bukele.

Estas medidas incluyen un mayor control en las cárceles para tratar de limitar los contactos con el exterior de los líderes de las pandillas, una mayor eficiencia policial en cooperación con el Ejército, y la lucha contra la extorsión, una de las mas mayores fuentes de ingresos de estas bandas.