IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBENIZ

La conquista de la arquitectura libre

La soberbia de los arquitectos tiene un por qué; ante todo, hay que entender que es una profesión muy solitaria, tradicionalmente planteada como liberal. Eso significa que, en la mayoría de las ocasiones (el 80%, según el Consejo Superior de Arquitectos español) y un poco como sucede con los abogados, los estudios los componen una única persona que hace el proyecto, el presupuesto, la dirección de obra, y tiene broncas con clientes, constructores e instituciones de toda índole. Valorar el trabajo propio y ponerlo por encima de las opiniones de los demás es un mero acto de supervivencia, e inevitablemente conduce en ciertas ocasiones a percibirse como soberbia.

Tal vez sea por eso que cuando se habla de la posibilidad de que exista arquitectura contemporánea sin que exista la mano de un arquitecto, muchos profesionales se pongan nerviosos y nieguen la mayor. En el Estado español, incluso los proyectos de autoconstrucción más alternativos tienen la necesidad de contratar un arquitecto y un aparejador para legalizar las obras. La arquitectura sin arquitectos ha quedado relegada, en el contexto europeo, a las viviendas tradicionales, los caseríos, las masías, las casa-torre urbanas anteriores al siglo XIX. Ese legado formal ha quedado como una paleta de colores que un arquitecto puede empuñar, hoy en día, y utilizar para pintar un cuadro de una vivienda tradicional, pero moderna, haciendo una especie de simulacro de lo que era, antaño, un caserío.

Pero, ¿es necesario el arquitecto para que haya arquitectura? Más allá del contexto ultra-normativizado de Europa, en donde prácticamente en todas las viviendas se plantea la necesidad de intervención de algún tipo de arquitecto, en otras partes del mundo las cosas funcionan de modo distinto. El mexicano Adam Wiseman plantea en su exposición fotográfica “Arquitectura libre” una arquitectura contemporánea con un lenguaje propio, un nuevo vernáculo que habla de la expatriación, de la creación del simbolismo y de las fronteras de la arquitectura, pero sin que exista la mano del arquitecto.

Wiseman, fotoperiodista de padre estadounidense y madre británica, se reconoce como un “mexicano privilegiado”, pero tiene esa condición de expatriado y de presunto “gringo” que le ha obligado a justificar su mexicanidad. Esa necesidad de justificarse, y la ayuda de la mirada de su mujer, la escritora sopeloztarra Annuska Angulo, le permitió volver de su estancia en Brooklyn con una sensibilidad distinta sobre la zona rural de México. Es precisamente Angulo quien le sugiere el título de “Arquitectura libre” para dar compendio a una serie de fotografías que retratan el kitsch urbanístico fuera de los cánones de la Academia y de la mano de los arquitectos.

Casas de remesa. México es un país polarizado en cuanto a la diferencia entre lo rural y lo urbano. Es en este ámbito rural donde Wiseman encuentra sus arquitecturas híbridas, postulando que lo que verdaderamente existe fuera del ámbito de influencia de las universidades son auténticos laboratorios de arquitectura, donde aparecen estilos country-deco, calexicano, mexicárabe…

Las viviendas retratadas cuentan, además, un proyecto vital muy concreto de los emigrantes mexicanos; muchas de ellas son denominadas “casas de remesa”, porque están financiadas con remesas de dinero que alguien del pueblo manda desde el extranjero donde está trabajando. Es como la historia de los indianos en Euskal Herria, pero con un matiz del siglo XXI; tradicionalmente, el trabajo en el campo mexicano se completaba con periodos estacionales en Estados Unidos, donde se pasaba una temporada y luego se volvía a casa. A partir del 11S y del endurecimiento del control fronterizo, las estancias temporales se vuelven permanentes, en muchos casos, y en muchas ocasiones, la persona que manda ese dinero no habita en el pueblo, sino que construye esa casa como recordatorio propio o inversión en el futuro; son edificios que recuerdan a los convecinos que hay alguien que sigue siendo del pueblo, aunque ya no esté allí. La casa se construye con instrucciones del interesado, a la manera de las casas de los suburbios estadounidenses, recolectando trozos de revistas, imágenes de Pinterest, referencias sueltas, que se dejan en mano de los constructores locales.

El resultado podría ser argumentado por teóricos como no-arquitectura, porque no existe la figura central del arquitecto, pero retrata la conquista de una soberanía de los propietarios de un arte atávico como la arquitectura.