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Daniel CALPARSORO

«La socialización de la pobreza lleva a la socialización de la delincuencia»

Nacido en Barcelona en 1968, se trasladó de niño a Euskal Herria donde se formó como director y debutó con largometrajes que hoy están en la memoria de muchos como ‘Salto al vacío’ (1995) o ‘A ciegas’ (1997). Tras convertirse en un artesano todoterreno ahora vuelve al thriller con ‘Hasta el cielo’.

El cineasta Daniel Calparsoro en Madrid, inmerso en la promoción de su último trabajo. (J. DANAE I FOKU)
El cineasta Daniel Calparsoro en Madrid, inmerso en la promoción de su último trabajo. (J. DANAE I FOKU)

En su último largometraje, Daniel Calparsoro, nos presenta una historia con reminiscencias de tragedia clásica que da cuenta del ascenso y caída de un joven delincuente en sus afanes por comerse el mundo y hacerse rico en un itinerario a través del cuál busca labrarse una reputación e integrarse en el sistema. Con guion de Jorge Gerrikaetxebarria, la historia está protagonizada por Miguel Herrán, Carolina Yuste y Luis Tosar.

Ha dicho que de sus últimas películas «Hasta el cielo» es su proyecto más querido y al que más tiempo has dedicado. ¿Cuál fue el germen y cómo fue desarrollándose?

En 2013 vi un reportaje de La Sexta sobre bandas de aluniceros y butroneros de Madrid y aquello me llamó tanto la atención que enseguida vi claro que ahí había una película. A partir de ahí me dediqué a investigar sobre estas bandas, sobre cómo estaban organizadas, sobre cómo se movían, hablé con varios periodistas y también busqué información en internet. Y lo que fui descubriendo es que se trata de una actividad delictiva muy asentada, tanto es así que los butroneros de Madrid están considerados entre los mejores de Europa y muchas veces se les contrata desde fuera para hacer trabajos muy concretos. Se trata de bandas cuyo funcionamiento es muy sofisticado, la mayoría de ellas cuentan incluso con abogados que les asesoran y que no solo se preocupan de sacarles rápidamente de la cárcel cuando son detenidos, sino que les ponen en contacto con gente del mundo de las finanzas para blanquear el dinero que roban.

A mí me encantan las películas de atracadores y también tengo predilección por los personajes marginales y sentí que una historia como esta aunaba ambos elementos y que podía dar lugar a una película tan potente que me sorprendió que nadie hubiera hecho ya nada sobre el tema. Porque además, una historia como esta me permitía hablar de la corrupción de una manera transversal, mostrar las prácticas del pequeño delincuente y del menudeo pero también lo que se mueve en el mundo de las altas esferas.

A la hora de dar forma a esa idea, ¿qué papel jugó Jorge Gerrikaetxebarria como coguionista?

La participación de Jorge fue clave. De hecho, mientras maduraba la idea de “Hasta el cielo”, me ofrecieron realizar “Cien años de perdón”, por lo que tuve que dejar el proyecto aparcado. Pero aquella película me permitió colaborar con Jorge por primera vez y ahí supe que tenía que ser él quien se hiciese cargo de escribir esta historia.
 
Tanto en «Hasta el cielo» como en sus anteriores largometrajes ha trabajado dentro de los cánones de representación del thriller. ¿Es un género que le da seguridad como cineasta? ¿Qué le aporta?

Es el género que más me gusta y donde me siento más cómodo porque me permite trabajar sobre un trasfondo real para, a partir de ahí, hacer películas pensadas para el disfrute del espectador. En el caso concreto de “Hasta el cielo”, yo quería rodar una película de entretenimiento, una suerte de thriller de acción con un componente romántico fuerte. Y, al mismo tiempo, quería contar la historia de un chico del extrarradio que vive en un piso donde eso que conocemos como el ascensor social no se detiene, un chico que quiere llegar arriba lo más rápido posible y sin contemplaciones, lo que le convierte en un personaje movido por una ambición desmesurada.

¿En qué medida trabajar en esos registros confiere un alcance social a sus películas? ¿El cine de género refuerza la conexión con la realidad?

Sí, pero eso no significa que un thriller por el hecho de serlo tenga que tener voluntad de denuncia. En ‘Hasta el cielo’ es evidente que reflejamos una cierta realidad y ponemos de manifiesto esa socialización de la pobreza que se da entre la gente joven y no solo entre aquellos que proceden de los entornos más desfavorecidos, sino también en muchos jóvenes que salen de la universidad, con o sin master, y que se ven condenados a trabajar de repartidores para Glovo. Y lo que está claro es que la socialización de la pobreza lleva a la socialización de la criminalidad porque lo que no van a hacer esos jóvenes es quedarse parados a ver cómo la vida les pasa por encima. Los protagonistas de mi película son personajes que buscan vivir el aquí y el ahora al máximo y que llegan a poner su vida en juego para conseguir vivir esa fantasía de éxito con la que nos bombardean los medios de comunicación en esta sociedad tan materialista en la que vivimos.

En sus personajes parece haber una reafirmación de la propia individualidad. ¿Piensa que ese sea un rasgo que puede llegar a definir a los jóvenes hoy?

Yo creo que los protagonistas de mi película no tienen voluntad de marginales, no quieren quedarse excluidos de la sociedad, al contrario, buscan la manera de integrarse en ella y si hacen lo que hacen es justamente porque al negárseles el acceso a algo, se impone cogerlo sin pedir permiso. No sé si ese es un rasgo de reafirmación individual, en todo caso yo creo que el individualismo es algo consustancial al hecho de ser joven, va con la edad y está presente en cada generación, no es una particularidad exclusiva de eso que llamamos millenials.

Hay quien ha colocado ‘Hasta el cielo’ dentro de la tradición de lo que fue el cine quinqui. ¿Está de acuerdo con este vínculo?

Puede haber una conexión, pero yo creo que hay diferencias sustanciales entre los protagonistas del cine que se hacía en los 80 y los personajes de ‘Hasta el cielo’. Para empezar, lo que movía al quinqui era la desesperación, sus acciones no respondían a un plan preestablecido y además se veían abocados a una espiral de autodestrucción. Por el contrario, los personajes de mi película tienen muy claro lo que quieren: pretenden disfrutar al máximo sí, pero sin descuidar aquellos códigos que les permiten enriquecerse porque amasar dinero es la única garantía que tienen para no ser unos marginados.
 
De todas maneras, en su película subyace un fondo que confiere al relato alcance universal ya que está narrado como si se tratase de una tragedia shakesperiana. ¿Fue esto algo premeditado?

Bueno, algo de eso puede que haya, teniendo en cuenta que eso que los ingleses llaman “rise and fall”, es decir los relatos de ascenso y caída, constituyen una especie de género en sí mismo. Pero prefiero que sea el espectador el que interprete el relato en las claves que él desee sin encuadrarlo en un género o en un tipo de narración concreta porque si algo define a “Hasta el cielo” es que es una película bastante ácrata donde se van subvirtiendo los lugares comunes que parecen definir este tipo de narraciones. De hecho, comienza como una historia plena de testosterona con mucho machirulo y poco a poco los personajes femeninos van tomando las riendas del relato hasta hacerse con él.

La película se iba a estrenar en principio en setiembre tras su paso por el Festival de Málaga, luego en noviembre y finalmente llega ahora a las pantallas. Todo este cambio de fechas, ¿cree que puede perjudicar o beneficiar la carrera comercial de la película?

No sé, yo creo que ahora es buena época para estrenarla teniendo en cuenta además que, pese a todas las restricciones, los cines siguen siendo un lugar seguro donde se han tomado todas las medidas y donde no se ha dado ningún caso de contagio desde que se abrieron. Pero está por ver si logramos sobreponernos al acojone en el que nos tienen metidos entre unos y otros. Es cierto que las plataformas han llegado para quedarse y que, más allá de la pandemia, la tendencia es a tener cada vez más tiempo libre por lo que la demanda de contenidos va a ser cada vez mayor, pero ir al cine sigue siendo una experiencia diferente. Compartir emociones en un espacio público a oscuras, con desconocidos, delante de una gran pantalla, no puede compararse al consumo de audiovisual que hacemos desde casa. En este sentido, yo creo que las salas de cine sobrevivirán a estos tiempos de incertidumbre como han venido sobreviviendo a todas las demás crisis. Quizá en un futuro refuercen su posición de cara a programar un cine más gourmet, por así decirlo. No sé, está por ver. Lo que sí tengo claro es que quienes nos dedicamos a hacer cine lo hacemos pensando en que nuestras películas puedan verse en pantalla grande.

Esa necesidad por hacer películas-evento, por así llamarlas, también se deja sentir en la producción, ¿no?

En el Estado, por ejemplo, cada vez es más notoria la falta de películas de clase media: o se hacen grandes superproducciones avaladas por las grandes televisiones privadas o, si no, vamos hacia un cine de guerrilla, realizado en los márgenes del sistema. En parte es así y es una pena, pero al mismo tiempo todavía existe la posibilidad de rodar películas de clase media, como dices. “Hasta el cielo” es un ejemplo de ello. Se trata de una película de vocación popular pero no es una gran superproducción ni hay una tele privada detrás. De todos modos, estamos en un momento raro, de transición, no sabemos a ciencia cierta cuál será el devenir de este negocio.​