Iñaki Zaratiegi

Ni su musa, ni su sombra, ni una cuerda más en la guitarra de Dylan

En los años 60 del siglo pasado, la canción se convirtió en arma de rebelión, con Bob Dylan de máximo protagonista. Suze Rotolo, más joven, rebelde y activista, le guió por la bohemia neoyorquina. Protagonizaron cuatro años de relación y una icónica portada de LP.

Suze Rotolo y Bob Dylan, en 1963. (Barlin Libros)
Suze Rotolo y Bob Dylan, en 1963. (Barlin Libros)

En febrero de 1963 helaba en Nueva York cuando Don Hunstein retrataba en una calle de Greenwich Village a la joven y amorosa pareja formada por Suze Rotolo y Bob Dylan. Pisando nieve sucia, la chica iba arropada «cual salchicha italiana» y su pareja tiritaba bajo una chaquetilla de ante. Había elegido con cuidado un «look desaliñado» porque la sesión era promocional y acabó ilustrando el LP “The Freewheelin’ Bob Dylan”. El segundo disco, y primero de canciones propias, del cantante incluía “Blowin’ in the Wind”, “Masters of War” o “A Hard Rain's a-Gonna Fall”, que se convertirían en rebeldes himnos universales. Susan Elizabeth Rotolo, de padres italianos emigrados, era una “bebé de pañal rojo”, como llamaban a los hijos de comunistas, y había nacido en la Gran Manzana en 1943. Tenía 17 años (Dylan, 20), cuando se conocieron en 1961 en un festival folk en Manhattan en donde él actuaba.

Después se verían cada noche en Gerde’s Folk City, donde Dylan cantaba a dúo con Mark Spoelstra o tocaba la armónica para músicos mayores con el alias de Blind Boy Grunt. Suze militaba en el antirracista Congress of Racial Equality y guió al recién llegado a un Nueva York que había sustituido a París como centro de bohemia creativa. Lo llevó a galerías de arte o al MOMA a ver el “Guernica” y le descubrió a Cézanne o Picasso, Verlaine o Rimbaud, Bertolt Brecht y las ideas políticas de izquierda.

No lo pienses dos veces

En aquel 1963 del estrellato de Dylan, la pareja se resentía ya cuando Suze quedó embarazada y abortó. «Aterrorizada, no supe manejar la situación. Me sentía confinada, y un niño iba a confinarme aún más. Los abortos ilegales habían dejado a mujeres muy mal, o incluso las habían matado. Las que tenían dinero se iban a Puerto Rico, donde estaba permitido. Encontramos un buen médico en Nueva York. Fue como la seda; la única complicación fue mental. Me aislé aún más y lo disimulé como si fuera por motivos de salud física. Pero estaba deprimida, y solo quería dormir para que la realidad se disipara», escribió.

Iba comprobando que el éxito y la fama estaban cambiando a Dylan, quien tenía algo más que colaboración musical con la también cantante Joan Baez. Rotolo lo explicó así años después: «Una mujer que sabía lo que quería y cómo conseguirlo. Quería acercar las canciones de Bob a su propio público… Sus apariciones eran motivo de cotilleo sobre un posible romance, solo cotilleos hasta que dejaron de serlo. Lo que más me costó fue ver cómo lo que era privado se convirtió, de repente, en público».

En agosto de 1963 dejó el apartamento de ambos y en 1964 rompió.

Su presencia había dado pie a canciones primerizas y a otras más conocidas (“Don’t Think Twice, It’s Alright”, “Tomorrow Is a Long Time”, “One Too Many Mornings”, “Spanish Boots of Spanish Leather”, “Mr Tambourine Man”). En la desolada “Ballad in Plain D” de su tercer disco, Dylan se mostraría arrepentido, pero cargaba la culpa a la familia de ella, que nunca le vio con buenos ojos. Años después se disculparía: «Debí ser un idiota para escribir aquello. Es quizás la única canción que no debí hacer».

Interesada por la revolución cubana («creía que las gélidas reglas del estalinismo no sobrevivirían al calor del sol cubano»), Suze rompió en 1964 el veto de Kennedy volando en grupo a la isla desde Checoslovaquia. Conoció a Fidel y Raúl Castro y charló con un Che que «era mejor de lo que imaginaba. Sonreía mucho y le brillaban los ojos, aunque se le notaba un revolucionario serio. Fumándose un buen puro, se reclinaba hacia atrás en su asiento y nos explicaba todo lo que queríamos saber sobre las esperanzas y los planes de la revolución».

Hablaron de agricultura integral y Guevara se justificó: «La harina, arroz y pan blancos eran signos de abundancia, y psicológicamente era el peor momento para introducir alimentos integrales, asociados a la pobreza. Dijeron que había sido una decisión difícil, y nos contaron también la dificultad de replicar la Coca-Cola, a la que echaban mucho de menos».

A la vuelta les requisaron el pasaporte.

Suze se especializó como pintora, diseñadora y enseñante de arte. Se casó en 1972 y tuvo un hijo, lutier de guitarras. Dylan tiene cinco. Se mantuvo activa en iniciativas como el teatro callejero Billionaires for Bush, en protesta contra la Convención Republicana de 2004. Falleció en febrero de 2011, a los 67 años, de cáncer de pulmón.

Aquella rebelde con «capacidad de hablar de cualquier cosa, pero una de esas mujeres que no sabe andar con tacones» aguantó discreta la carga de ser la ex de Dylan. Ya en este nuevo siglo, habló en televisión, participó en algún debate y fue entrevistada por Martin Scorsese para el documental “No Direction Home: Bob Dylan” (2005).

La flecha de Cupido

En mayo de 2008 apareció por fin “A Freewheelin’ Time, A Memoir of Greenwich Village in the Sixties”. Ahora lo acaba de publicar en castellano la editorial valenciana Barlin Libros variando el sentido del título (“En el camino con Bob Dylan. A Freewheelin’ Time”) y con el nombre del cantante destacando sobre el de su autora. De hecho, ha sido elegido mejor libro musical del 2020 por la revista “Mondo Sonoro”.

Con detalle y buena escritura, la autora describe sus orígenes y la dura y combativa vida de aquellos emigrantes. Relata sus no fáciles infancia y adolescencia, con un padre muerto prematuramente y una madre deprimida. Y se detiene en la vida bohemia y cultural de su juventud, en sus protagonistas y en la geografía de Greenwich Village, incluyendo un mapa de la zona, carteles de época o fotos en blanco y negro.

El encuentro de adolescencia renace fresco en las memorias. «Bob era juguetón, una combinación de Woody Guthrie y Harpo Marx… el sentido del humor fue siempre su fuerte… le caracterizaba un sutil toque de arrogancia, una buena dosis de paranoia y un maravilloso sentido del absurdo... Inexperta en el amor, sentía una fuerte atracción… como si nos conociéramos de antes y solo necesitábamos tiempo para familiarizarnos. Fue lo que hicimos durante los cuatro años siguientes».

Dylan lo recordó así en sus “Crónicas”: «La flecha de Cupido había silbado antes sobre mis oídos, pero esta vez me golpeó en el corazón y me tiró por la borda… Era lo más erótico que había visto nunca. De piel clara y pelo dorado, pura sangre italiana. Comenzamos a hablar y mi cabeza empezó a girar… Era mi tipo».

Los tiempos estaban cambiando

Pero no todo fueron rosas: «Era una joven de mi tiempo, tímida y envidiaba a los hombres que podían ir a un café, sentarse, dibujar, leer, escribir canciones o hacer lo que les apeteciera. Si una chica lo hacía se supone que era porque estaba sola, no tenía a nadie, era una mujer fácil. Se necesitaba mucho valor». Y frente a la creciente altura creativa y mediática de su novio, a Susan le tocó ser “la chica de la portada”, la secundaria…

No ha sido fácil para las mujeres desafiar la norma y Suze Rotolo lo comprobó en un medio tan machista como el rock. «No soportaba estar ‘un paso más cerca de Dios’. Estaba siendo perseguida por mi cercanía al final del arco iris. Se esperaba que me centrara solo en sus necesidades; era invisible». «En mi desorden de juventud todavía no conseguía ser yo misma. Todo lo que se me ofrecía como novia de un músico era ese papel de ‘su chica’; una cuerda más de su guitarra... Me sentía perdida, confusa y traicionada. Los dos necesitábamos protección del mundo exterior, pero yo más». Se sintió identificada al leer las memorias de François Gilot “Life with Picasso”: «Los hombres nacieron en una sociedad que les permite hacer lo que deseen. Las mujeres estamos condicionadas. Y en el caso del hombre artista no importaba lo que otros esperaran, hicieran, sintieran o pensaran de ellos; lo hacían y ya está. Podía identificarme con ellos, pero en mis tiempos no podía actuar igual. No tenía permiso. Éramos invitadas, no participantes… Las mujeres y las niñas se sentaban a la mesa, se les servía la comida y no tenían permiso para pedir más. El concepto de igualdad era aún un gran desconocido… Cada uno es hijo de su tiempo y el mío, pre feminista, no prestaba mucha atención a la equidad entre hombres y mujeres».

Pero más allá del ámbito privado («sabía de corazón que no iba a ser una cuerda más en su guitarra. No viviría a su sombra») resta el balance colectivo de un tiempo revuelto. «Fue una época alucinante, marcada por la protesta y la rebelión. La opinión pública era transformada en música, y la música se convirtió en la opinión pública. Aquella época se ha convertido en un tiempo histórico formado por testimonios, canciones y titulares… Puede sonar ingenuo si lo comparamos con la sofisticación comercial y el cinismo de hoy, pero era atrevido, underground y revolucionario. Teníamos la certeza de poder cambiar la política, el orden social y la percepción de las cosas. Estoy orgullosa de haber formado parte de ello. La nueva generación que causaba revuelo no lo hacía motivada por el mercado: teníamos algo que decir, no algo que vender. Creíamos que podíamos cambiar el mundo, y lo hicimos. A mejor».