Ainara Lertxundi
GARAren edizio taldeko kidea / Miembro del equipo de edición de GARA
Elkarrizketa
Miriam Alía Prieto
Especialista en vacunas y respuesta a epidemias de MSF España

«Los países no piden donaciones, sino capacidad de producción»

Como especialista en vacunas y respuesta a epidemias de MSF Miriam Alía Prieto ha atendido brotes de ébola, difteria, cólera, sarampión, polio... en escenarios como Siria, los campamentos para refugiados rohinyás, la RCD, Sudán, Nigeria o Somalia.

Miriam Alía Prieto atiende un brote de ébola en Kivu Norte (RDC) en agosto de 2018. (MÉDICOS SIN FRONTERAS)
Miriam Alía Prieto atiende un brote de ébola en Kivu Norte (RDC) en agosto de 2018. (MÉDICOS SIN FRONTERAS)

Médicos Sin Fronteras (MSF) y Salud por Derecho se han sumado a la campaña propuesta por India y Sudáfrica para aplicar una exención sobre ciertas medidas de propiedad intelectual en medicamentos, vacunas, pruebas de diagnóstico y otras tecnologías contra el covid-19 mientras dure la pandemia. Ambas organizaciones piden a los países ricos que apoyen, o al menos no obstaculicen, la suspensión temporal en la Organización Mundial del Comercio (OMC).

«No se pueden utilizar las normas del libre mercado y de los lobbys farmacéuticos en una situación de pandemia», subraya en entrevista a GARA Miriam Alía Prieto, especialista en vacunas y respuesta a epidemias de MSF España. Ha desempeñado su labor en escenarios de guerra y de gran complejidad. Desde República Democrática del Congo a Siria. En 2020, en el contexto de lucha contra el covid-19, ejerció de coordinadora médica de esta ONG en Madrid y Castilla La Mancha.

Después de haber desempeñado su labor en escenarios tan complejos, ¿pensó alguna vez que le tocaría combatir una pandemia en su propia casa?
La verdad es que no. Soy trabajadora del sistema público de salud de Madrid, pero hace años que me dedico a tiempo completo a Médicos Sin Fronteras (MSF) y me he especializado en epidemias –sarampión, meningitis, cólera, ébola... ya sea en sitios de conflicto, urbanos o rurales–. Pero nunca imaginé que iba a trabajar en mi propia casa como personal local de MSF. Ha sido como un tsunami profesional, personal y emocional porque cuando trabajas en los lugares que has mencionado tienes un nivel de exposición muy alto, pero es personal. Aquí mi familia está expuesta, compañeros y amigos han enfermado y eres testigo de las limitaciones del sistema público de salud, un problema estructural que se ha ido deteriorando en los últimos años. Esta epidemia ha dejado las costuras al aire.

¿Qué es lo que más le ha llamado la atención?
Que en otros lugares en los que hemos trabajado, a nivel estratégico, los pilares de intervención en cuanto a epidemias estaban muchos más claros que en Europa. Con el ébola, por ejemplo, el seguimiento de los contactos se hace desde el principio y cuando en el Congo empezaron los primeros casos de covid, empezaron a hacer seguimientos de los contactos. Han tenido problemas en cuanto a material, pero en cuanto a la parte estratégica se han atenido mucho más a las guías internacionales. En España, cada comunidad hace como le da la gana el seguimiento de contactos y se ha dejado a gente atrás. En la primera ola, la única medida preventiva fue la de quedarnos en casa, pero hay gente que no tiene o que no vive en la suya. ¿Cómo un país con recursos o las comunidades autónomas han podido dejar atrás a las personas más vulnerables –ancianos, personas sin hogar, familias que viven apiñadas en un piso pequeño–? Todos los aspectos sociales de lo que tenía que haber sido el aislamiento en casa no se han tenido en cuenta. El único tratamiento posible es el oxígeno y, sin embargo, ha habido limitaciones para acceder a él. Han muerto personas en las residencias sin oxígeno. No estamos hablando de una cama de UCI, sino de oxígeno.

¿Cuáles son los pilares de intervención en una epidemia?
Son siempre los mismos. El primer pilar sería la coordinación de todos los actores para evitar que haya vacíos o que dos organizaciones estén haciendo la misma tarea; el segundo, el tratamiento sintomático o de alivio; el tercero sería la vigilancia epidemiológica y el seguimiento de contactos –es necesario tener muchos test, tener todos los datos al día y hacer una análisis muy riguroso de esos datos y conseguir saber de dónde llegan todos los casos nuevos. El objetivo es que cada caso nuevo venga de una lista de contactos porque para controlar la epidemia tienes que tener a todo el mundo trazado, saber dónde se ha contagiado y tener esa cadena de transmisión clara–; el cuarto, la prevención –en aquellas enfermedades para las que hay vacuna a veces se pone a toda la población y otras a las franjas de edad con mayor mortalidad, por ejemplo, con el sarampión a los niños pequeños y en el del ébola, al personal de salud y a las personas que están alrededor de un enfermo, medidas de saneamiento del agua en el caso del cólera, distribución y colocación de mosquiteras si hablamos de dengue o malaria...–, y el trabajo con la comunidad que abarca la promoción de salud, de hábitos saludables, dónde se tienen que vacunar, ante qué síntomas deben ir al centro de salud o llamar al médico. Este último pilar es fundamental. 

La vacunación es la actividad que más negativamente se ha visto impactada por el covid, la que más se ha parado

¿Cómo se combate una epidemia en contextos adversos?
En las epidemias de ébola suele haber al principio una falta de recursos, sobre todo, en países que nunca han tenido una, como ocurrió en África del Oeste, pero se suele producir una movilización de recursos bastante rápida. En Nigeria está trazado que el primer caso de ébola lo importó un diplomático que llegó en avión en primera clase. El seguimiento de contactos se hacía por teléfono en tiempo real; el equipo iba a trazar a la gente y desde el centro de tratamiento veías todos los movimientos.

En los países en conflicto, trabajas con una población que ya está traumatizada por la violencia, que no confía en la mayor parte de las instituciones incluidas las de su propio Gobierno y con un alto nivel de violencia interna. Y esto limita mucho que se puedan hacer las actividades curativas y preventivas, como son el seguimiento de contactos y vacunación. A esto se suma el debilitamiento de las estructuras sanitarias por los constantes ataques y las enfermedades que ya aquejaban a la población. En el Congo, durante la epidemia de ébola, murieron el doble de niños de sarampión que el total de muertos de ébola. La población no entiende que haya un montón de recursos dedicados a una sola enfermedad cuando la mortalidad por otras enfermedades es muy alta.

En Siria, hemos tenido que vacunar en sótanos y en grupos muy pequeños porque si habilitabas un sitio de vacunación y llamabas a mil personas, te podían bombardear. Todo lo que se veía desde un helicóptero podía ser un objetivo. Tienes que adaptar todas las actividades a la seguridad. Que los padres y madres vinieran con sus hijos a vacunarlos era un acto de valentía. No se decretó un alto el fuego porque hubiera una epidemia de sarampión o de polio.

Que los padres y madres vinieran con sus hijos a vacunarlos era un acto de valentía. No se decretó un alto el fuego porque hubiera una epidemia de sarampión

Organismos de la ONU y la propia OMS vienen alertando de que el covid-19 se está llevando por delante muchos años de avance en vacunaciones.
Desde Médicos Sin Fronteras ya lo estamos viendo. En marzo y abril se suspendieron todas las campañas de refuerzo a las vacunaciones ordinarias. Desde junio se ha intentado recuperar algunas, pero solo en África hay 56 campañas que no se han hecho. Son millones de niños los que se han quedado sin vacunar. La vacunación es la actividad que más negativamente se ha visto impactada por el covid, la que más se ha parado. Las vacunas en estos países cubren entre 10-15 enfermedades, por tanto, el potencial epidemiológico de parar las vacunaciones es brutal. Es importante que se vayan recuperando estas campañas y a los niños que en 2020 se quedaron sin vacunar.

Un reparto no equitativo de vacunas contra el covid-19 puede agrandar la brecha entre países ricos y en vía de desarrollo.
Mira, Pfizer ha distribuido 27.250.000 vacunas. De esta cantidad 27 millones es a países ricos y 250.000 a países de ingresos medios y cero a países pobres. El 22 de enero, esta farmacéutica anunció que entregará 40 millones de dosis a Covax, que se destinarán a 92 países. Además del contrato con Pfizer, tiene otro con Oxford y AstraZeneca para adquirir 150 millones de dosis que no sabemos cuándo van a llegar. En Mozambique, por ejemplo, esperan que les empiecen a llegar las vacunas en junio o julio, y solo para el personal de salud.

Lo que puede cambiar esto es que otras empresas puedan producir estas vacunas. India y Sudáfrica han impulsado en la OMC una iniciativa para que cesen las patentes de forma provisional durante el tiempo que dure la pandemia y hasta que se pueda vacunar al 70% de la población mundial. Los países no piden donaciones sino capacidad de producción. Países como Sudáfrica, India o Corea podrían producir las vacunas de otros.

En la apertura del comité ejecutivo de la OMS, su director general, Tedros Adhanom Ghebreyesus, recordó que con el VIH se tardaron diez años para que hubiera tratamientos para los países del tercer mundo y advirtió de que no se puede permitir que vuelva a pasar lo mismo con el covid-19. Fueron diez años de muertes evitables y toda una generación perdida en África.

No se pueden utilizar las normas del libre mercado y de los lobbys farmacéuticos en una pandemia. Aunque ya solo sea por un pensamiento egoísta, la economía no se va a recuperar si no se protege a los países de ingresos medios y bajos. Ya que el llamamiento a la solidaridad, a la ética y la salud pública no ha funcionado, a ver si tocando el bolsillo, la comunidad internacional reacciona. Burbujas inmunitarias de un solo país no van a funcionar.