Illa, el peón de Ferraz para tratar de «recuperar» Catalunya
El PSOE trata de exprimir la popularidad del exministro de sanidad, cuyo perfil permite a los socialistas mostrarse como el partido capaz de retomar el diálogo y capear el actual contexto de crisis.
«Salvador Illa es garantía de recobrar el seny y la entesa (sentido común y entendimiento) de la cual la política catalana nunca tenía que haberse alejado». Con estas palabras Pedro Sánchez presentaba ayer al candidato del PSC a la presidencia de la Generalitat. En un acto celebrado en Santa Coloma de Gramenet para hablar de políticas de igualdad, el líder del PSOE defendió la apuesta por el exministro de Sanidad, de quien aseguró que su talante le convierten en el mejor candidato posible para reconstruir Catalunya. «No viene a luchar por ninguna causa, sino a ser útil y a evitar revanchas y confrontaciones», indicó.
También José Luis Ábalos, ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, recurrió al estilo del candidato, del cual elogió su personalidad con la una sarta de halagos: «Salvador es lo que aparenta: un hombre encantador, amante del diálogo, que a diferencia de otros dirigentes, no tiene que dramatizar para dar buenas expectativas de que Catalunya dejará de empobrecerse para volver a ser una tierra de orden y progreso. Es un gran servidor público».
Guante de seda, puño de hierro
Salvador Illa no es nuevo en política, pues durante los 27 años que lleva en el PSC ha sido alcalde de La Roca del Vallès, diputado y secretario de Organización en Catalunya. Pero el partido ha barnizado su imagen para mostrarle con la frescura suficiente para, según insisten, sacar a Catalunya del embrollo que ha padecido a causa del Procés.
Consciente de que su labor al frente de la pandemia es la peor registrada en la Unión Europea, el PSC explota su carácter aparentemente afable y predispuesto a la concordia. «Tras una década dolorosa, lo importante es pasar página para escribir una nueva dónde nadie quede atrás». De esta manera tan lacónica se expresaba en el mitin ante una cincuentena de alcaldesas y dirigentes de su partido, a las cuales animó a llenar las urnas de votos feministas con el convencimiento que «la lucha por la igualdad nos compete a todos por encima de banderas nacionalistas», en una velada crítica al independentismo.
Illa aprovechó el acto para prometer que, en caso de liderar la Generalitat, conformará un ejecutivo paritario y revertirá la falta de ayudas que, a su entender, el gobierno de ERC y JxCat no han destinado para frenar la violencia de género. «La causa de las mujeres es estructural, por eso quiero un gobierno dónde el feminismo sea transversal en todos los departamentos y medidas políticas”, señaló.
El guiño al diálogo, que se concreta en la propuesta de impulsar unos “Acuerdos por el Reencuentro con el fin de fortalecer la convivencia”, contrasta con sus posturas respecto al conflicto territorial, ya que pese a insistir en que «no son tiempos de reproches», ha evidenciado una clara intransigencia a las demandas del soberanismo. Así se refirió en el mismo mitin, dónde acusó a los partidos independentistas de «dividir Catalunya», utilizar la cultura «como un instrumento político» y reclamar «un referéndum que solo enfrenta a la sociedad». También, durante su alocución en Santa Coloma, reclamó aparcar el debate de la soberanía a la vez que avisó que «dentro de la Constitución y el Estado de derecho cabe todo; fuera, nada».
Tres D y cuatro verbos
El juego de equilibrios ha sido una constante en la campaña del PSC. De ahí la figura de Illa, moderado en las formas y a la hora de fijar los posibles acuerdos postelectorales. Prueba de ello es que, si bien ha marcado distancias con el soberanismo, del cual ha prometido que no hará pactos de gobierno, también ha rechazado crear un bloque constitucionalista, como le exigen PP y Ciudadanos.
De esta forma, los socialistas buscan la centralidad en el debate, mirando de reojo a izquierda y derecha, sin alejarse en exceso de ERC ni En Comú Podem, a quienes afea no trabajar por el progreso; ni tampoco de los populares ni de Cs, a los cuales ha prometido revisar la inmersión lingüística para fortalecer el castellano. Todo ello sabiendo que, en función de los resultados, tendrá que jugar con la geometría variable y, en caso de ganar, hacer números para conseguir la investidura, aunque sea con un gobierno en minoría.
Más allá de esto, Illa se postula como el «salvador» y único puente para «dejar atrás el declive, la división y la decadencia que nos ha acompañado esta última década, y abrir un nuevo período de esperanza». Quizá por eso ha evitado acompañarse de figuras relacionadas con las diatribas del Procés, como el flamante nuevo ministro Miquel Iceta, la desaparecida portavoz Eva Granados o cargos implicados en presuntos delitos de corrupción, entre ellos la alcaldesa de L’Hospitalet de Llobregat y presidenta de la Diputación de Barcelona, Núria Marín, investigada por una supuesta trama de desvío de fondos.
Tal y como le presentó Pedro Sánchez, Illa aspira a ser el candidato que conjugue «proteger, gestionar, avanzar y transformar», los cuatro verbos mediantes los cuales el socialismo español intenta dirigir el presente. Así lo rubricó él mismo antes de terminar su intervención: «Somos la izquierda con experiencia, pero que también tiene sueños, pues sabe que el cielo está en la tierra y el paraíso es la escuela y la sanidad pública». Una retórica revestida de cierta épica con la cual el PSC –con Illa en primer plano– aspira a dar la campanada el día 14.
Deslices que son torpezas
En estas semanas de campaña, los socialistas han buscado en Salvador Illa proyectar la imagen de un partido abierto y con la mano extendida al diálogo. Pero las apariencias suelen ser frágiles y más en una Catalunya dónde el independentismo continua sufriendo la represión y todos los actores se marcan muy de cerca. En este escenario, dos episodios han dejado a Illa en entredicho, como lo demuestra el cartel que el PSC hizo con su rostro y el lema “Salvador Illa, la vacuna contra el Procés”, que desató las críticas de todo el soberanismo y buena parte de la opinión pública.
La última torpeza de los socialistas llegó este mismo martes, cuando Illa se negó a hacerse la prueba PCR y el test de antígenos que se pedía a los candidatos antes de empezar el debate electoral de TV3. Fue el único que se resistió, hecho que ha generado una enorme revuelo, más aún después de su pésima gestión de la pandemia.