La vida tras perder un ojo por una bala policial, contada por víctimas francesas
En el primer aniversario de la revuelta de los chalecos amarillos la agencia francesa AFP recogía los testimonios de una decena de las 24 personas mutiladas de un ojo en aquellas protestas. Su relato cobra actualidad a la luz de la respuesta represiva al encarcelamiento de Pablo Hasel.
¿Qué ocurre con las personas a las que un proyectil lanzado por la Policía sacó un ojo, causándoles un daño que arrastrarán durante toda su vida?
La agencia AFP trató de dar respuesta, en abril de 2019, a esa pregunta recogiendo algunos testimonios de personas a las que la acción de la Policía provocó esa grave lesión en el contexto de la respuesta policial a las movilizaciones sociales.
Durante dos meses, la agencia recabó los testimonios de 14 manifestantes, en su mayoría, aunque no todos, vinculados al movimiento de «chalecos marillos» que perdieron parcialmente la visión bajo el impacto de las balas policiales.
«En su mayoría, tiempo después esas personas siguen dando vueltas, tratando de reconstruirse, muchas veces sin trabajo, y a la espera que la Justicia haga pagar a los culpables». Ese era el resumen que hacía la agencia de esa galería de testimonios, algunos de los cuales recogemos en las siguientes líneas, ya que son ilustrativos de una situación que, lamentablemente, se ha repetido ahora en el contexto de las protestas por el encarcelamiento Pablo Hasel. Una joven de 19 años ha sufrido estallido ocular en Barcelona por un impacto de pelota de foam.
«Mis noches siguen siendo agitadas, muchas veces las paso en blanco, las imágenes de lo ocurrido me asaltan, me veo llamando a los médicos de calle, con el ojo ensangrentado, ni los somníferos pueden borrar ese recuerdo». Quien así se expresa es David Breidenstein, de 40 años de edad, herido el 16 de marzo de 2019 en París.
Si las noches son duras, los días no resultan más sencillos. «El verano ha sido especialmente insoportable a causa de la fuerte luminosidad, que me hace aún daño», relataba, por su parte, Alexandre Frey, herido el 8 de diciembre también en la capital gala.
Las vidas detenidas
Cuando fue entrevistado de nuevo en octubre, diez de los 24 ciudadanos que perdieron un ojo en esa protestas -según el balance que defiende el periodista independiente David Dufresne- relataban que sus vidas seguían «detenidas» en aquel momento traumático.
Antes de que se haga tarde recordemos que esas protestas tuvieron su origen en la denuncia de la carestía del precio de los carburantes y de la pérdida en general de calidad de vida ligada a los recortes en servicios públicos en el Estado francés.
La mayoría de esos heridos a los que acudió AFP perdieron un ojo en las protestas que se sucedieron en el Hexágono, prácticamente cada sábado, entre noviembre de 2018 y enero de 2019.
Desde la fecha del 17 de noviembre de 2018, en la que irrumpieron en escena los «chalecos amarillos», 2.500 manifestantes y 1.800 miembros de las fuerzas policiales resultaron heridos, según el balance del Ministerio de Interior francés.
«Paso la mayor parte de mi tiempo echada, porque tengo fuertes migrañas y la morfina no siempre funciona», aseguraba entonces Fiorina Lignier, de 20 años de edad, mutilada el 8 de diciembre en París.
La pérdida del ojo fue para algunos de estos heridos «la primera de una cadena de desgracias», en expresión de Vanessa Langard, herida el siguiente fin de semana en los Campos Elíseos.
«Perdí también el sentido del gusto y del olfato, y tenía ausencias de memoria, lo que llevó a que me realizaran una exploración más profunda en la que saló a la luz un problema de epilepsia causado por el traumatismo craneal», relata.
Al otro lado del teléfono un mutilado, que evita dar su nombre, evoca entre sollozos los problemas personales que le llevaron a pensar en el suicidio.
Franck Didron, herido el 1 de diciembre en París, pudo al menos encontrar un empleo. «En París era imposible, pero afortunadamente alguien que empezó a seguirme en Facebook me propuso venir a Bretaña, donde he seguido una formación y estoy trabajando», resume esperanzado.
La mayoría de los mutilados sobreviven, sin embargo, en base a ayudas sociales o al apoyo de familia y amigos. No pueden conducir, y tampoco desarrollar un sinfín de tareas que exigen una vista perfecta.
Lo más difícil, mirarse al espejo
«Lo más difícil es mirarte al espejo y asumir tu nueva imagen», afirma Alexandre Frey. «Hasta que me hagan el implante del nuevo ojo no puedo acudir a vender mis servicios. ¿Qué le digo al cliente, que he pedido el ojo jugando al squash?», lanza Frey, de profesión decorador de eventos.
Las graves heridas causadas a estas personas, y en general el pesado balance de mutilados, tuvo su efecto a la hora de que las calles se vaciaran poco a poco.
Fue una violencia gratuita pero no exenta de objetivos. Así lo cree al menos el movimiento «Mutilados para dar ejemplo» del que forman parte Franck, David, Alexandre o Vanessa y que denuncia los métodos policiales además de ayudar a los heridos en el calvario de la petición de ayudas sociales pero sobretodo de justicia en los tribunales.
La batalla se anuncia ardua, ya que, pese al tiempo transcurrido, no hay apenas causas en los tribunales. Las investigaciones de la violencia policial, encomendadas a la Policía de Policía, la IGPN, sirven para poner un tapón. A la espera de que el tiempo haga el resto.